Le había dicho a Migue que te escribía para las fiestas pero vos viste como son las cosas, papá: se pasan las horas, los minutos, los días como si nada. Y se pasó Navidad pero todavía queda Año Nuevo.
Vos no sabés, porque cuando estabas no me pasaba, que ahora prefiero el Año nuevo a la Navidad. Lo prefiero porque tengo otro ánimo en Año nuevo y me prometo cosas que espero cumplir y me da alegría que haya un año más por delante, después de pensar, durante mucho tiempo, que quedaba un año menos.
Sí, papá, a esta altura, vos y yo somos completos extraños y algún día, tendríamos que ponernos al día para, al menos, conocernos un poco, no te parece?
Nunca supe que querías ser de grande cuando eras chico. Ni cuál es tu color favorito. Ni por qué te enamoraste de mamá. Yo sigo queriendo ser lo mismo: una que escribe y me gusta el color verde. Ahora no estoy enamorada de nadie pero me enamoré mucho. Te lo cuento por si te olvidaste o por si no lo viste.
La de los diarios soy yo. Tu hija mayor, la que no sabe a quién se parece. La de la mala conducta en el colegio y la que no hacía líos en casa. Soy yo, sin máscara, sin disfraz. La del problema de identidad porque justo cuando me estaba dando cuenta a quién me parecía, te fuiste de acá, pero no te echo la culpa, no creas eso. Estuviste hasta que pudiste. Eso pienso ahora que te convertimos en estampita, un poco entre todas y yo, más que ninguna.
No me acuerdo de tu voz. Hace años que no me acuerdo, sabés. Por más que intento e intento, no me acuerdo. Me acuerdo de tus uñas mordidas y de tu olor y una vez, hace mucho ya, había un hombre en la iglesia que era tan parecido a vos que pensé que estaba alucinando. Más viejo, más gordo pero como vos. Tenía tu cara y es posible que me lo haya imaginado. A veces, se me da por imaginar. A lo mejor por eso escribo pero no me creas del todo, porque siempre tengo una respuesta a mano cuando me pregunto por qué me puse a escribir, por qué me desespera la literatura, de dónde me salió esto, de quién lo saqué. A veces, necesitaría que estuvieras por acá para darme algunas respuestas.
Me impresiona un poco la idea de que desde donde estás, nos ves todo el tiempo. Me impresionaría que me hayas visto haciendo ciertas cosas, vos entendés. Los padres de mujeres no deberían ver cuando la nena pierde la virginidad, por ejemplo, así que si un día, de alguna manera de esas que tienen los que no estan acá, me aclarás que es mentira que todo el tiempo estás mirando lo que hacemos, me vas a dar una alegría. Igual, no pienses que yo estoy TODO el tiempo pensando en que estás mirando desde arriba, eh. No. Me olvido. Me acuerdo de vez en cuando, cuando pienso en vos y ahora, pienso menos en vos, a lo mejor porque me acostumbré a que no estés, aunque no te miento si te digo que cada tanto espero que golpees la puerta con el ritmo de ta-pa-ta-pi-ta-ta-pón.
A veces, te hablo. Vos escuchas desde ahí? Porque siempre fuiste medio corto de oído. Pero yo te hablo, sobre todo si tengo problemas o cuando te cuento alguna cosa del trabajo, porque vos en ese asunto me entendés mejor que nadie. De eso me acuerdo bien.
Te decía que te hablo y te cuento, porque capaz justo cuando me pasan algunas cosas, vos que estás ahí arriba, andás mirando para otro lado y te las perdés. Yo espero que las escuches porque si las tengo que repetir, no las voy a recordar todas. Además, pasan muchas cosas, todo el tiempo. Y algunos días, me da una bronca tremenda que te hayas ido tan rápido y otras veces, cuando tengo más conciencia de las consecuencias, pienso que siempre pasa lo mejor y que si estás dónde estás es porque era lo mejor para todos. Y lo mejor para todos siempre es lo mejor, aunque a uno no le parezca.
No importa. Lo que importa es que viene un año nuevo y que en cualquier momento voy a ser tan joven o tan vieja como vos. Algún día, decime si cuando te vas de acá, te quedas para siempre como cuando te fuiste o cambiás. Tiendo a creer que te quedas como estabas cuando te fuiste porque si no cómo te reconocés cuando te encontras. Porque te encontrás, no? O capaz no te importa nada más, porque no sentís, pero si no sentís, no hay arriba ni abajo. Da igual, si uno no siente. Y uno se puede permitir cualquier cosa, en la vida y en la muerte, menos dejar de sentir porque sentir es lo que lo diferencia a uno de esa piedra o de este pedazo de plástico.
Este año desde acá, te mandaron una gente para que te hagas amigos nuevos. Fijate si los ves. Acá los extrañan a estos que te digo. Los extrañan como te extrañabamos a vos, el primer tiempo. Yo no sé como será ahí, si habrá una fila de gente nueva que se agrega o si andan todos por cualquier lado. Acá es igual que siempre. Queda un agujero, sobra un plato, hay más espacio en un placard, las fotos te hacen pensar que parece increíble que no vas a ver a los que se fueron nunca más. Prefiero creer que después te encontrás y que te encontrás y te da alegría porque si no, todo es muy triste, todo. Vivir y morirse son la misma cosa y no puede ser la misma cosa. No, papá. Tienen que ser cosas distintas porque no tendrían sentido ni una ni otra si fueran lo mismo.
Estos días me acuerdo mucho de vos, como todos los años. No sólo de vos pero de vos también. Pero bien, con alegría, sobre todo si miro a la preciosura next generation. Cuando entienda más, le voy a contar cómo eras o cómo me acuerdo que eras: que te tirabas al suelo y jugábamos a la lucha y que siempre terminaba llorando pero qué ibas a hacer. Todas mujeres, papá. Qué puntería, eh.
Escribí una novela sobre como hubiese sido la vida -la nuestra- si vos hubieses estado acá. Si la vida hubiese sido al revés. O la muerte, andá a saber. Nunca la termino. Siempre está por la mitad pero ya la voy a terminar, me lo prometí. También me prometí que este año me voy a abuenar un poco, porque el año pasado estuve muy maldita, pero con una chica muy amorosa que conocí este año, llegamos a la conclusión de que uno se pone maldito porque tiene mucho miedo del mundo. No te parece una pavada que la gente no se de cuenta de esas cosas? A mí, sí. La gente inteligente, sobre todo, que la toma a la tremenda, como si uno fuera un asesino o un ladrón, como si hubiese matado a alguien. Qué rara es la gente, papá. Yo nunca la entiendo.
A veces, me siento vieja muy vieja. Como si tuviera cien mil un años y otros días, me parece que tengo cuatro. Ahora estoy en un rebrote adolescente, pero se me va a pasar ni bien empiece el año que viene con sus obligaciones y cositas cotidianas. A vos no te aburría ser adulto todo el tiempo? A mi me parece un embole, a veces.
Y bueno, no sé sobre qué ponerte al corriente porque se supone que ves hasta lo que no quiero que veas, así que no sé qué contarte. Sé que puedo decirte que te extraño mucho; más algunos días que otros y que cada día te extraño un poco menos pero que igual hay una constante de extrañamiento que no se va y no sé si se va a ir y que está formada por esas cosas chiquitas que te arman cuando noto que me estoy olvidando de otra cosa tuya: tu tortilla de papas, tu forma de bailar rock, las letras de las cosas que cantabas a los gritos pelados cuando volvíamos del colegio "Acaso te llamaras solamente María, no sé si eras el eco de una vieja canción", una botella de old spice que todavía guardo pero que ya casi no tiene olor y una tarjeta de cumpleaños que escribiste para mi y que dice pimpollo. Esa es la última y cada tanto la leo para acordarme que escribías una letra en imprenta y otra en manuscrita. Y que ayudabas a mamá a corregir los exámenes de los chicos en la mesa de la cocina de casa y que al chico de la bicicleta de cuando me tocó tomar la comunión, le decías el gavilán.
Pasó mucha vida por acá, papá. Vos nos extrañás? No te da bronca estar ahí y no estar acá? Yo sé que ahora estás con toda tu familia y que a lo mejor, ahí, sos de nuevo como un chico pero es injusto para los que estamos acá, a veces.
Pero bueno, no me voy a poner a quejar ahora. Veintitrés años es como para acostumbrarse. Aunque un día soñé que venías a casa. Tocabas el timbre y te sentabas en la mesa. Yo te preguntaba dónde te habías metido todo este tiempo y vos me decías que te habían dado ganas de viajar pero que ahora estabas cansado de viajar y volvías. Me pedías que te preguntara lo que quisiera y yo te miraba y te tocaba el brazo, los pelos del brazo y te olía la piel y olías como vos. Fue un buen sueño. Me desperté creyendo que me habías venido a visitar. A lo mejor fue eso: una visita que me hiciste.
Por eso, papá, le dije a Migue que para las fiestas te escribía y acá te escribo. La próxima para tu cumpleaños, porque a vos te gusta que la gente respete las fechas, de eso me acuerdo mucho. Ojalá que estés bien dónde estás. Acá estamos bien. Vos ya sabés como es esto.
Y nada. Feliz año nuevo, papá. Dale un beso a los abuelos y a Ricardo de mi parte y de las chicas y de todos los que nos quedamos. Cuidate y cuidanos. Ya nos veremos. Espero que sea más tarde que temprano porque tengo mucho que hacer, todavía.
Te escribo en febrero.
Tu hija mayor.
PD: Ya no tengo estampitas tuyas. No nos hacía bien ni a vos ni a mí. No te ofendas pero así es mejor.
Un beso, pá.
Ce.
Vos no sabés, porque cuando estabas no me pasaba, que ahora prefiero el Año nuevo a la Navidad. Lo prefiero porque tengo otro ánimo en Año nuevo y me prometo cosas que espero cumplir y me da alegría que haya un año más por delante, después de pensar, durante mucho tiempo, que quedaba un año menos.
Sí, papá, a esta altura, vos y yo somos completos extraños y algún día, tendríamos que ponernos al día para, al menos, conocernos un poco, no te parece?
Nunca supe que querías ser de grande cuando eras chico. Ni cuál es tu color favorito. Ni por qué te enamoraste de mamá. Yo sigo queriendo ser lo mismo: una que escribe y me gusta el color verde. Ahora no estoy enamorada de nadie pero me enamoré mucho. Te lo cuento por si te olvidaste o por si no lo viste.
La de los diarios soy yo. Tu hija mayor, la que no sabe a quién se parece. La de la mala conducta en el colegio y la que no hacía líos en casa. Soy yo, sin máscara, sin disfraz. La del problema de identidad porque justo cuando me estaba dando cuenta a quién me parecía, te fuiste de acá, pero no te echo la culpa, no creas eso. Estuviste hasta que pudiste. Eso pienso ahora que te convertimos en estampita, un poco entre todas y yo, más que ninguna.
No me acuerdo de tu voz. Hace años que no me acuerdo, sabés. Por más que intento e intento, no me acuerdo. Me acuerdo de tus uñas mordidas y de tu olor y una vez, hace mucho ya, había un hombre en la iglesia que era tan parecido a vos que pensé que estaba alucinando. Más viejo, más gordo pero como vos. Tenía tu cara y es posible que me lo haya imaginado. A veces, se me da por imaginar. A lo mejor por eso escribo pero no me creas del todo, porque siempre tengo una respuesta a mano cuando me pregunto por qué me puse a escribir, por qué me desespera la literatura, de dónde me salió esto, de quién lo saqué. A veces, necesitaría que estuvieras por acá para darme algunas respuestas.
Me impresiona un poco la idea de que desde donde estás, nos ves todo el tiempo. Me impresionaría que me hayas visto haciendo ciertas cosas, vos entendés. Los padres de mujeres no deberían ver cuando la nena pierde la virginidad, por ejemplo, así que si un día, de alguna manera de esas que tienen los que no estan acá, me aclarás que es mentira que todo el tiempo estás mirando lo que hacemos, me vas a dar una alegría. Igual, no pienses que yo estoy TODO el tiempo pensando en que estás mirando desde arriba, eh. No. Me olvido. Me acuerdo de vez en cuando, cuando pienso en vos y ahora, pienso menos en vos, a lo mejor porque me acostumbré a que no estés, aunque no te miento si te digo que cada tanto espero que golpees la puerta con el ritmo de ta-pa-ta-pi-ta-ta-pón.
A veces, te hablo. Vos escuchas desde ahí? Porque siempre fuiste medio corto de oído. Pero yo te hablo, sobre todo si tengo problemas o cuando te cuento alguna cosa del trabajo, porque vos en ese asunto me entendés mejor que nadie. De eso me acuerdo bien.
Te decía que te hablo y te cuento, porque capaz justo cuando me pasan algunas cosas, vos que estás ahí arriba, andás mirando para otro lado y te las perdés. Yo espero que las escuches porque si las tengo que repetir, no las voy a recordar todas. Además, pasan muchas cosas, todo el tiempo. Y algunos días, me da una bronca tremenda que te hayas ido tan rápido y otras veces, cuando tengo más conciencia de las consecuencias, pienso que siempre pasa lo mejor y que si estás dónde estás es porque era lo mejor para todos. Y lo mejor para todos siempre es lo mejor, aunque a uno no le parezca.
No importa. Lo que importa es que viene un año nuevo y que en cualquier momento voy a ser tan joven o tan vieja como vos. Algún día, decime si cuando te vas de acá, te quedas para siempre como cuando te fuiste o cambiás. Tiendo a creer que te quedas como estabas cuando te fuiste porque si no cómo te reconocés cuando te encontras. Porque te encontrás, no? O capaz no te importa nada más, porque no sentís, pero si no sentís, no hay arriba ni abajo. Da igual, si uno no siente. Y uno se puede permitir cualquier cosa, en la vida y en la muerte, menos dejar de sentir porque sentir es lo que lo diferencia a uno de esa piedra o de este pedazo de plástico.
Este año desde acá, te mandaron una gente para que te hagas amigos nuevos. Fijate si los ves. Acá los extrañan a estos que te digo. Los extrañan como te extrañabamos a vos, el primer tiempo. Yo no sé como será ahí, si habrá una fila de gente nueva que se agrega o si andan todos por cualquier lado. Acá es igual que siempre. Queda un agujero, sobra un plato, hay más espacio en un placard, las fotos te hacen pensar que parece increíble que no vas a ver a los que se fueron nunca más. Prefiero creer que después te encontrás y que te encontrás y te da alegría porque si no, todo es muy triste, todo. Vivir y morirse son la misma cosa y no puede ser la misma cosa. No, papá. Tienen que ser cosas distintas porque no tendrían sentido ni una ni otra si fueran lo mismo.
Estos días me acuerdo mucho de vos, como todos los años. No sólo de vos pero de vos también. Pero bien, con alegría, sobre todo si miro a la preciosura next generation. Cuando entienda más, le voy a contar cómo eras o cómo me acuerdo que eras: que te tirabas al suelo y jugábamos a la lucha y que siempre terminaba llorando pero qué ibas a hacer. Todas mujeres, papá. Qué puntería, eh.
Escribí una novela sobre como hubiese sido la vida -la nuestra- si vos hubieses estado acá. Si la vida hubiese sido al revés. O la muerte, andá a saber. Nunca la termino. Siempre está por la mitad pero ya la voy a terminar, me lo prometí. También me prometí que este año me voy a abuenar un poco, porque el año pasado estuve muy maldita, pero con una chica muy amorosa que conocí este año, llegamos a la conclusión de que uno se pone maldito porque tiene mucho miedo del mundo. No te parece una pavada que la gente no se de cuenta de esas cosas? A mí, sí. La gente inteligente, sobre todo, que la toma a la tremenda, como si uno fuera un asesino o un ladrón, como si hubiese matado a alguien. Qué rara es la gente, papá. Yo nunca la entiendo.
A veces, me siento vieja muy vieja. Como si tuviera cien mil un años y otros días, me parece que tengo cuatro. Ahora estoy en un rebrote adolescente, pero se me va a pasar ni bien empiece el año que viene con sus obligaciones y cositas cotidianas. A vos no te aburría ser adulto todo el tiempo? A mi me parece un embole, a veces.
Y bueno, no sé sobre qué ponerte al corriente porque se supone que ves hasta lo que no quiero que veas, así que no sé qué contarte. Sé que puedo decirte que te extraño mucho; más algunos días que otros y que cada día te extraño un poco menos pero que igual hay una constante de extrañamiento que no se va y no sé si se va a ir y que está formada por esas cosas chiquitas que te arman cuando noto que me estoy olvidando de otra cosa tuya: tu tortilla de papas, tu forma de bailar rock, las letras de las cosas que cantabas a los gritos pelados cuando volvíamos del colegio "Acaso te llamaras solamente María, no sé si eras el eco de una vieja canción", una botella de old spice que todavía guardo pero que ya casi no tiene olor y una tarjeta de cumpleaños que escribiste para mi y que dice pimpollo. Esa es la última y cada tanto la leo para acordarme que escribías una letra en imprenta y otra en manuscrita. Y que ayudabas a mamá a corregir los exámenes de los chicos en la mesa de la cocina de casa y que al chico de la bicicleta de cuando me tocó tomar la comunión, le decías el gavilán.
Pasó mucha vida por acá, papá. Vos nos extrañás? No te da bronca estar ahí y no estar acá? Yo sé que ahora estás con toda tu familia y que a lo mejor, ahí, sos de nuevo como un chico pero es injusto para los que estamos acá, a veces.
Pero bueno, no me voy a poner a quejar ahora. Veintitrés años es como para acostumbrarse. Aunque un día soñé que venías a casa. Tocabas el timbre y te sentabas en la mesa. Yo te preguntaba dónde te habías metido todo este tiempo y vos me decías que te habían dado ganas de viajar pero que ahora estabas cansado de viajar y volvías. Me pedías que te preguntara lo que quisiera y yo te miraba y te tocaba el brazo, los pelos del brazo y te olía la piel y olías como vos. Fue un buen sueño. Me desperté creyendo que me habías venido a visitar. A lo mejor fue eso: una visita que me hiciste.
Por eso, papá, le dije a Migue que para las fiestas te escribía y acá te escribo. La próxima para tu cumpleaños, porque a vos te gusta que la gente respete las fechas, de eso me acuerdo mucho. Ojalá que estés bien dónde estás. Acá estamos bien. Vos ya sabés como es esto.
Y nada. Feliz año nuevo, papá. Dale un beso a los abuelos y a Ricardo de mi parte y de las chicas y de todos los que nos quedamos. Cuidate y cuidanos. Ya nos veremos. Espero que sea más tarde que temprano porque tengo mucho que hacer, todavía.
Te escribo en febrero.
Tu hija mayor.
PD: Ya no tengo estampitas tuyas. No nos hacía bien ni a vos ni a mí. No te ofendas pero así es mejor.
Un beso, pá.
Ce.
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