miércoles, 1 de julio de 2009

Caro Michele/40

A mí me gustaría, a veces, venir acá a contarte que la vida es un cago de risa. De verdad. De corazón. A mí me gustaría venir a decirte que todo brilla y que estoy rodeada de globos con forma de corazón inflados con helio y que canto y me río, día y noche.
A mí me gustaría decirte, por ejemplo, que hace frío pero no importa porque hay sol, que tengo mucha paciencia, que me olvidé de la angustia, que duermo como un angelito todas las noches.
También me gustaría que supieras que nunca siento un cimbronazo en el estómago, que me duele la cara de tener los músculos tan relajados.
Me gustaría contarte otras cosas, cosas que no son las de siempre. Me gustaría decirte que te voy a dejar de escribir, que voy a dejar todo, que voy a desaparecer de todos lados, porque soy tan tan feliz que no tengo tiempo para dedicarle a esto, Miguel. Así como suena de egoísta. Supongo que creo que la felicidad es difícil de compartir. Supongo que pienso que en lo único en lo que todos nos parecemos, ahí donde nos podemos hacer compañía, es en el dolor. Supongo que el sufrimiento se entiende mucho mejor. Te diste cuenta que un chiste, por ejemplo, no le causa gracia a todo el mundo?
No te puedo contar cosas distintas de las que te cuento siempre y, por eso, esta vez, sólo por esta vez, no te voy a contar nada.
Te voy a contar que Paulina tiene una sonrisa preciosa y unos ojos que no te cuento. Y que tiene mucha fuerza. Que le gustan los besos en la frente, en la cabeza y en el cuello. Que cuando la tengo a upa parece que me hablara con los ojos y me contara todo lo que le pasó mientras no estuve.
Que, a veces, yo le hago un "ah!" de sorpresa, levantando las cejas y ella, quién sabe, pareciera que lo copia.
Que se queda dormida cuando le canto y que no le cuesta mucho tranquilizarse cuando está a upa.
Te cuento que hay días mejores y peores. Hay mediodías más hermosos o menos. Que los días pasan muy lentos y muy rápidos y que nada es como era antes, con todo lo que eso puede implicar. Rezamos mucho. Casi tanto como podemos rezar. Y ponemos buena cara delante de la incubadora porque lo nuestro no es nada, en comparación con lo que pasa Paulina, día a día.
Que todos los días aprendo a esperar. En este momento, estoy haciendo un master en esperas. Y que desespero más a menudo que antes, pero en silencio. Nadie se entera. No dejo que nadie vea mi desesperación, hasta ahora, que vengo acá y te traigo todo, porque ya no sé dónde ponerlo y me dan ganas de gritar, de llorar a los gritos, de salir corriendo, de despertarme, de esconderme. De esconderme tan bien, como esa vez que me escondí abajo de la campera de mi papá y me quedé dormida y sólo me encontraron cuando mi papá se fue a poner la campera para irse a trabajar.
Pero no me escondo. Nunca me escondo. Salgo, camino, hablo, miro, lloro a escondidas o para adentro, intento hacerme la graciosa, paso por alto cosas, no discuto, no peleo, no pongo en evidencia a quien me quiere tomar el pelo, no desconfío.
Vivo, sobrevivo. Supervivo. Porque vivir también es todo esto. Y porque me queda la esperanza de que todo va a pasar. Todo va a ser mejor. Todo se va a arreglar. Todo va a salir bien.
Y cuando todo eso pase, voy a venir acá y te voy a contar que la vida es muy luminosa y que estoy rodeada por globos en forma de corazón inflados con helio, mientras canto canciones felices y bailo.