sábado, 24 de abril de 2010

Personajes de película 3

Se llama Gabriela. Está vestida de morado y amarillo y su maquillaje hace juego con lo que tiene puesto. El vestido es demasiado corto, quizás, pero es la única local entre todos estos gringos del norte y del sur. Me dice que es de Vallarta, que le encanta México, que nunca quiere irse.
Es hermosa. En serio lo digo. Es una mexicana hermosa. Bien podrían hacer la Barbie Azteca usándola de modelo. Tiene el pelo enrulado y pestañas largas. Tiene ojos de bambi y una boca fina, como dibujada.
Al lado de ella está Mark. O Marco, como se presenta ante nosotros, que somos latinos y quizás no entendemos que quiere decir "Mark". Para presentarse, también, arroja un fajo de dólares sobre la mesa y en quince segundos, tiene a media dotación de camareros atendiéndolo. Dice que es cocinero en Nueva York pero que vive algunos meses en el caribe. Que conoce a los padres de la novia desde que salieron por primera vez. Dice que fue el primero en agregarle pollo a la ensalada. Mark podría ser argentino por la manera en que se manda la parte. Cuenta que se casa. Con Gabriela, claro.
Nadie me conoce y podría hacer lo que fuera que todos los presentes lo tomarían como un rasgo habitual de mi carácter pero no hago nada fuera de lo común. Hablo con Gabriela por cuestiones de proximidad e idioma.
Ok, estoy llena de prejuicios, como todo el mundo supongo. Pero me convenzo de que vi demasiadas películas y de que los yanquis siempre nos llenan la cabeza. Apenas la vi, no puedo negarlo, pensé en el cliché: chica mexicana se compromete con norteamericano para conseguir la visa y zafar del hambre.
Decía: converso con Gabriela. Me cuenta que está terminando la prepa. Me dice que cuando termine la escuela quiere estudiar Diseño o Relaciones Públicas. En Nueva York, claro. Y que muy jovencita se fue de su casa y estuvo recorriendo México. Que trabajó en el caribe de promotora turistica y que en junio se casa con Mark y se va a vivir a Nueva York. Y que está escribiendo un libro. Que su madre le ha dicho que en la vida hay que hacer dos cosas: plantar un árbol y escribir un libro. "Argh", pienso pero dijo "ajá, ajá, claro, claro" y sonrío un poco por compromiso y otro poco porque ya me tomé tres gin tonic.
Mientras ella me habla, me repito mentalmente que quizás se quieren mucho, que seguramente estén muy enamorados -él lo está o eso deja ver-, que van a ser felices juntos y esas cosas que cada tanto mi alma de minitah me hace pensar. Pero la otra parte que habita en mí, confirma que no me había equivocado tanto con mi primera impresión.
Discurso en inglés de una de las dama de honor. Discurso en inglés y en un español tan extraño que casi suena a inglés de uno de los best man. La charla con Gabriela queda suspendida.
Los yanquis se rien, nosotros nos miramos un poco, tomamos más. Sigue la música. Pasan de la música disco al hip hop, del hip hop a la balada romántica. Es un casamiento, después de todo.
Pasa el rato y Gabriela se embola mientras Mark le canta un tema de Air Supply que a mí me hiela la sangre.
Me entero después de la fiesta de que todos los que conocen a Mark creen que Gabriela sólo quiere sus dólares. Parece que en todos los lugares del mundo, las mujeres son más astutas que los hombres. Nadie parece haberle dicho a Mark que Gabriela podría ser su hija. Esas cosas permitidas a los hombres: no importa en qué sociedad vivas, al final.
Yo, sin embargo, creo que es una buena sociedad. Cada uno obtiene lo que quiere. Nadie le puede quitar a Mark tener una chica en el caribe, esperándolo. Nadie le puede quitar a Gabriela la posibilidad de un futuro un poco mejor, aunque en el presente tenga que sacrificarse un poco.
No recuerdo en qué momento de la fiesta dejé de verlos. Creo que fue después del centésimo hip hop.
Los días que siguieron me quedé pensando en los conquistadores.
No sé.
Espero que la Barbie Azteca tenga buena suerte. Ojalá haga su América.

martes, 20 de abril de 2010

Personajes de película 2

Mum se llama Marilyn. Es una mezcla extraña entre Mia Farrow -ahora- y Silvia Montanari -desde siempre.
Mum no toma sol. Cuando se acerca a la piscina, lleva puesto un vestido hasta los pies, un saquito mangas largas, todo en tonos pastel. Y capelina. Mum no sale sin capelina porque detesta el sol pero a los chicos se les ha dado por casarse en la playa, a orillas del mar Caribe y ya que van a mezclar las razas, por lo menos que lo hagan donde sólo los más íntimos puedan verlos, digo yo porque nada de lo humano me es ajeno.
Mum sonríe todo el tiempo y utiliza un modito forzado para hablar, como esas que por casa le dirían "tesoro" o "pichona" a cualquier amigo de sus hijas. "Hi, guys", nos dice con voz angelical cada vez que nos ve, arrastrando la ai en tono agudo. "You´re so nice", me dice o algo así le entiendo yo que no les entiendo casi nada a ninguno y tampoco me esfuerzo por entenderlos. O mejor, los entiendo si quiero y cuando no quiero, no entiendo nada y "I don't speak english. Sorry." mientras pienso que a los ingleses les sale mejor la cortesía porque disimulan mejor.
Mum abraza y besa y se pone emocional. Y agradece, supongo que de corazón, que nosotros, los del culo del mundo estemos aquí, acompañando a los novios. Supongo que eso es verdad: como sea, es una madre y su hija se está casando.
Ahora, Mum está fascinada con su familia política. Porque, como creí decir antes, fuera de Yankiland, lo que más les gusta a los americanos es la belleza exótica de los pueblos originarios de Latinoamérica. Mum mira a su familia política boliviana de la misma forma en que mira a los camareros y a los lobby boys. Es una mezcla de compasión y lástima, que ya se sabe no son la misma cosa. Y claro, los más jóvenes de los latinos, que son argentinos pero con cara de bolivianos ganan a lo pavote en este no-lugar-paradisíaco-all inclusive.
Como sea, pasa el día de la boda en donde Mum intenta muchísimas veces acaparar más atención que los recién casados. Y al día siguiente, luego de hacerse amiga de los amigos de su hija y, anche, de los de su hijo político, no hace más que interrumpir almuerzos y cenas para sacarse fotos con todos y recordar estos maravillosos, maravillosos días.
No se saca fotos con nosotros. No somos lo suficientemente exóticos. En el hotel, casi todo el personal cree que somos gringos. Zafamos por la piel clarita y los ojos haciendo juego. Cuando hablamos en español, se sorprenden y nos preguntan "¿España?"
"Argentinos", decimos. "Argentinos, eh, amigo. ¿Dónde está el mate?"
Qué lejos quedaron los 90 de las costas del Caribe.

Personajes de película 1

En el patio de atrás de la madre patria del norte, se celebra una boda. Unos días antes de la celebración, llegan los amigos de la novia, de allá, de la tierra del sueño americano.
Son ruidosos, toman demasiado, gritan demasiado. Entre ellos, el joven Steve.
Si Steve fuese argentino, pienso, sería fan de los Cadillacs, se vestiría en Kevingston y sería el típico encarador simpático de cualquier boliche de onda, tomaría cerveza hasta caerse redondo pero, de todas formas, no perdería su encanto. No está mal Steve. Es un lindo muchacho y se come a las chicas con los ojos, a las de su tierra y a las otras, a las exóticas, a las que están bien para echarse uno mientras se está de vacaciones y nada más.
Steve tiene levante. Las chicas, sobre todo sus coterráneas, no quieren otra cosa más que ganárselo. Forcejean entre ellas para ver quién se lo queda. Trago va, trago viene, las chicas y el propio Steve hacen aquí lo que nunca harían en su tierra natal. Aquí está todo permitido. Hasta fumar.
Es simpático, Steve. Y no sé por qué se me puso que es marine o algo por el estilo. Posiblemente, por el corte de pelo y la forma en que camina y habla y mira. No, no es nada agresivo. Es uno de esos tipos que chamuyando podría convencer a cualquiera. Está siempre dispuesto a la fiesta. One shot, two shot, three shot... Y las chicas gritan y se ríen, siempre alrededor de él.
Cada día, Steve está un poco más colorado y un poco más borracho.
Llega el día de la boda. La novia está preciosa; el novio, nervioso. Al momento del baile, todo es hip hop y "yeah" y "oh-oh". Pero Steve no baila. Está sentado, muy serio, conversando con algunas damas de honor - oh, sí, damas de honor de la más alta estirpe norteamericana y cuatro padrinos sudacas o casi- y con los padres de la novia en el más cerrado y rápido inglés.
Y de repente, Steve llora. Los padres de la novia lloran.
Es que Steve eligió la noche de la boda para salir del clóset. Y todavía está más colorado. Y todavía está más borracho. Y por ahí, está su novio. Y las chicas que ignoran todo lo que pasa. Y que igual lo seguirán encarando y tocando y rozando y apurando.
Y yo pienso, una vez más en estos días, que crucé la pantalla como en La rosa púrpura del Cairo.

lunes, 29 de marzo de 2010

Bautismo

sigo contando acá, casi por inercia.
El sábado al mediodía, bautismo de mi segunda preciosura. Iglesia. Celebración un poco larga, para mi gusto.
La gente hablando, nadie le da pelota a nada.
En la celebración, piden especialmente por Paulina. No lo esperaba, casi me largo a llorar pero me contuve.
Mi fobia social contenida.
Después, ir al festejo del primer año del hermoso y ver bailar a los chicos. Correrse de delante del fotógrafo para que pueda hacer su trabajo.
Cortando clavos, logro llegar casi intacta al final de la fiesta. Es un hecho: no disfruto las celebraciones familiares. Las padezco.
Gracias a Dios, empezamos a saludar para poder irnos. Y cuando estoy saludando, una pariente política de mi hermana, ni bien me ve avanzar hacia ella, dice:
POBRECITA. POBRECITA ESTA CHICA.
La pobrecita soy yo. Odio que me digan pobrecita. Odio que me tengan lástima.
Estuve toda la tarde con una pelota en la garganta. Pero no se lo dije a nadie.
Cada vez que hay una reunión con bebés, se evidencia la falta de mi hijita. Tampoco se lo digo a nadie, para qué.
Después de unas horas de descanso en casa, salimos hacía el cumpleaños de una querida amiga. El cumpleaños estuvo bien, mi fobia social se mantuvo a raya. Nos divertimos y por un rato, la pelota de la garganta desapareció. Hasta el final de la noche, que me apareció de nuevo pero lo disimulé. Porque soy buena disimulando. Me sale bien, ya lo dije muchas veces.
Pero el esfuerzo de disimular que había tenido un día difícil, me deja extenuada. Y a veces, cuando me pasa, me gustaría poder refugiarme en alguien querido, aunque sea un rato. Pero siento que me pongo densa y que cualquier destinatario de mi refugio emocional puede enojarse por el simple hecho de acercarme.
Y entonces, me enojo conmigo, más que con nadie, por tener esta necesidad de apoyo, de refugio en los otros. Por esta necesidad de tener, siempre ultimamente, un hombro amigo en el que recostarme. Y me reprendo con dureza por hacerlo.
En las malas, casi siempre, estamos solos. Y hay que aprender a andar con esa soledad.
Hace rato que pasé por el bautismo de soledad.
Pero todavía no me acostumbro.
Tendrá que pasar más tiempo.
O tendrá que ocurrir algo diferente.
En fin, ha pasado un fin de semana más.
Como no puede ser de otra manera, el domingo me acercó su bajón.
Pero quizás sea el cansancio, nada más.
Quizás.

viernes, 26 de marzo de 2010

Así

Como cuando jugás a ver cuánto aguantás debajo del agua y sentís que ya no podés aguantar mucho más. Así, igual. No todos los días ni todo el tiempo pero sí algunos días y unos ratos de los más largos.
Así.
Como cuando te enroscás en la sábana, mientras estás durmiendo y no te podés desenroscar.
Así.
Como cuando soñás que estás encerrado en un ascensor y las horas pasan y pasan y pasan.
Así.
Como cuando eras chiquito y te ponían una polera. Ese microsegundo entre que la cabeza pasaba por el cuello y salía. Así.
No es asfixia. No es incertidumbre.
Es desesperación.
Por lo que va a venir, por lo que va a pasar, por lo que vas a hacer. Desesparación de futuro.
Desesperar.

A mí me gustaba escribir acá, cuando no sabía quién leía esto. Venía acá, vomitaba letras, muchas veces sin sentido. Sensaciones más que oraciones. Desde que soy consciente de que esto se lee, se interpreta, en fin, desde que sé que hay ojos que me miran... me cuesta mucho ser yo escribiendo.
Supongo que a nadie le gusta vomitar en público y no soy la excepción.
Y pienso seriamente en desaparecer. A lo mejor, por un tiempo. A lo mejor, para siempre.
Finalmente, ¿a quién le importa mi vida más que a mí?
Supongo que a nadie. Aunque el morbo de escarbar la vida ajena nunca deja de ser atractivo, hay una parte, aunque sea mínima, que prefiero cuidar. He contado casi todo. He contado lo peor que me pasó.
No estoy muy segura de haber hecho bien en escribirlo.
No estoy muy segura de nada.
Quizás haya que borrarlo todo.
Puede que sí.

Maldito insomnio que no me deja parar de pensar.



miércoles, 17 de marzo de 2010

Ataque

"Todo era demasiado, así de sencillo. Yo estaba desbordado"
Lección de alemán - Siegfrid Lenz


El domingo tuve, después de mucho tiempo, un ataque de pánico. Esta vez, no lo vi venir. En general, cuando siento la primera alarma, algo que me dice "se viene, se viene", salgo corriendo a tomarme mis gotas espantaataques y santo remedio. Esta vez, no creí que fuera a llegar. Pensé, siempre pienso, que lo iba a poder dominar. Y no pude. Y llegó la taquicardia y los temblores y la respiración entrecortada y el llanto. Y las ganas de hacerme una bolita tan chiquita que, comprimiéndome sin parar, pudiese llegar a desaparecer(me) del todo, de este mundo.
El ataque me duele a mí. No digo que a todo el mundo le duela. Creo que no le duele a todo el mundo. Yo siento dolor. Pero es un dolor inexplicable. No es en el brazo o en el estómago. Es en el cuerpo. En todo el cuerpo.

Hacía unos cuantos meses que no tenía un ataque. Tuve uno mientras Paulina estaba internada. Creo que por cabezona, lo controlé. No me podía dar el lujo de desbordarme en el rato en que había cambio de enfermeras.
Cuando Paulina murió, yo hice lo único que sé hacer: aguanté. Me aguanté todo lo que pude las ganas de gritar y de putear y de romper todo. Me reconcentré, me metí para adentro. Si algo no iba a hacer para despedirme de Paulina (nunca me despedí, nunca me despido) era enloquecerme. Se lo debía a ella. Le debía estar más cuerda que nunca. Destrozada pero con los ojos y la cabeza acá, en donde estaba pasando todo.
Después, fue seguir aguantando. De otra manera, pero aguantando. Despertarme cada día y sobreponerme. Todos los días. Como si cada día fuera el primero. Todavía lo es. Y no, todavía no puedo explicar qué se siente cuando se te muere un hijo. No tengo palabras. Y creo que es eso: la muerte de un hijo es silencio. El más profundo y terrible silencio. Vacío. Existencial y todos los otros vacíos que a uno se le puedan ocurrir.
¿A quién le explico todo esto? Me lo explico a mí. Me explico a mi misma cómo es que después de todos estos meses, me agarró el ataque, no lo pude ver venir, no lo pude confrontar, no lo pude controlar. Simplemente, no pude.
Porque a veces, no puedo. Nada más que eso: no puedo, no me da el cuero.


El ataque es como una catástrofe meteorológica. Llega, te hace mierda y después, con el tiempo, va desapareciendo. Como un tsunami o un terremoto. Después del ataque, hay que volverse a armar. Uno queda extenuado. La fuerza desaparece por un rato largo. El cuerpo queda como si le hubiesen dado una paliza sin fin. Pero uno no puede darse el lujo de esperar hasta recuperar la fuerza. Cuando uno decide que no tiene más remedio que seguir viviendo, no puede ponerse a esperar. Hay que empezar a reconstruir, a rearmar, con la atención dividida entre recuperar(se) y prestar atención a las alarmas que manda el cuerpo. Y si aparece la ansiedad, otra vez, a rajar a tomar el santo remedio. Hay que estar vigilante. Y hay que reaccionar rápido.


Es mucho esfuerzo y muchas veces, me pregunto para qué me esfuerzo tanto. La única respuesta que encontré hasta ahora es que, a pesar de todo, tengo la secreta esperanza de que algún día, las cosas van a estar mejor. Que el cuerpo va a estar tranquilo, la cabeza ordenada y el corazón cicatrizado. Mientras tanto, no queda otra que hacer lo que se pueda. Aunque no sea lo mejor que se pueda hacer.
Hay que seguir haciendo.
Si uno no hace, está frito, che.
Y bueno, eso: hago lo que puedo.
Como puedo.
Cuando puedo.


jueves, 4 de marzo de 2010

La mujer más feliz del mundo

Fue un día como hoy pero hace un año.
A las 8 de la mañana, estaba en el quirófano, después de haber pasado toda la noche en terapia intensiva. Mi presión había escalado a 210/130 y no había otra que ir a cesárea. 27 semanas de gestación.
Estaba muerta de miedo. A pesar de la peridural, las piernas no me dejaban de temblar.
Vas a sentir un pinchazo, me dijeron, pero yo no sentí nada.
Los médicos hablaban demasiado fuerte para mi gusto. Pablo estaba al lado mío. Con cofia, y camisolín. Lo único que podía ver era el techo y su cara. Sentía su mano agarrando la mía.
No entendía lo que decían los médicos. No entendía nada. Miraba las luces del techo del quirófano y si levantaba un poco la cabeza, veía una especie de teloncito verde que tapaba lo que estaban haciendo en mi cuerpo.
Pero ya no sentía el cuerpo. Era como si fuese de trapo y aunque sentía que abrían y movían algo, adentro mío, no parecía una parte de mí.
Creo que dije que me dolía. Algo de lo que estaban haciendo, un tirón, no sé, alguna cosa. Me duele, dije. Y el médico que me atendía durante el embarazo me dijo: Ya terminamos.
Me duele, volví a decir.
Ya nace, ya nace, dijeron. ¿Cómo le van a poner?
Paulina, dijimos los dos.
Bueno, a las 9.05 de la mañana del 4 de marzo de 2009, nació Paulina.
Es hermosa, me dijo Pablo.
Con mucha dificultad, levanté la cabeza para verla. Y sí, era hermosa. Hermosa como no había visto nunca.
Respira sola! dijeron los médicos.
¿Está bien? pregunté. ¿Paulina está bien?
Está bien, me dijeron. Es muy chiquita pero está bien.
Lloré un poco. Lloramos, Pablo y yo. De alegría.
Tengo mucho sueño, dije. Y me quedé dormida.
Cuando me desperté, ya estaba en la habitación. Paulina estaba en neo, estaba estable y era la forma que tenían de decirme que estaba bien.
Desde ese día hasta el 13 de agosto del 2009, mi vida tuvo una sola y única razón: ella.
Y cada día que la tuve conmigo, desde el mismo minuto en que nació, fui la mujer más feliz del mundo.
Y no me canso de agradecerle cada día, dejarme ser su mamá, aunque no estemos juntas como todas las mamás con sus nenas.
Y bueno, eso.
La extraño todos los días.
Y hoy es un día muy triste pero es un día muy querido.
Porque nació mi corazón.
Mi corazón conmigo, todos los días, todo el día.

El resto no importa. El resto es otra historia.

Feliz cumpleaños, Paulina, donde quiera que estés.


domingo, 28 de febrero de 2010

Sueño

Sueño que corro por la calle. Y mientras corro, toda la gente que conocí va quedando atrás. Les veo las caras o, mejor, les reconozco los gestos. Veo a cada uno con el gesto que lo hace único. No me detengo. Corro y corro y corro, como escapando pero no.
La gente que va quedando atrás es variada. Hay alguna gente de mi familia, pero no mi familia más cercana, la más importante. Hay mujeres que supieron ser amigas mías, alguna vez, pero no las que son mis amigas.
Están los hombres que quise. En particular uno, del que más me había enamorado (no es el primero) hasta hace más o menos dos años, que me ve correr y sonríe. Sonríe de felicidad. Es lo que siento. Siento que se pone contento de que yo corra. Y verlo sonreír, mientras corro, un poco rápido, un poco lento, porque es un sueño y en los sueños pasa cualquier cosa, me tranquiliza. En el sueño recordaba que mientras él y yo compartíamos el mismo tiempo y espacio, su sonrisa siempre me tranquilizaba. Cuando sonreía, yo llegaba a casa. Algo así. Era una linda sonrisa, grande, serena. Una sonrisa de persona buena. Es un sueño igual. Pero en el mismo sueño, me reconfortaba saber que había guardado ese recuerdo de él porque es un buen recuerdo para guardar de alguien a quién uno quiso (modo cursi on) con locura.
Sigo corriendo, sin cansarme, veo a mis maestras, a antiguos profesores. Veo a mis primos y a mis tíos. Veo gente que conocí en internet, por supuesto el patrón sigue, son esos conocidos circunstanciales los que van quedando atrás. A los que les tengo más cariño, no los veo.
El viento me pega en la cara. La diferencia entre el sueño y la realidad es que, en el sueño, no siento la piedra que siento todo el tiempo en el pecho. Corro como si tuviera urgencia por llegar a alguna parte. No tengo miedo. Sólo estoy apurada por llegar. Dejo todo atrás y a medida que giro la cabeza, todo lo que está atrás, desaparece.
Fundido a negro.
Estoy a oscuras. No tengo miedo. Sé que estoy sentada o más bien, hecha un bollito, en un lugar donde puedo apoyar la espalda. No estoy cansada pero descanso. Abro los ojos, no veo nada y los vuelvo a cerrar. Me quedo muy quieta y empiezo a escuchar voces. Voces que conozco. Voces de gente que me quiere bien. Escucho a mis sobrinos, a mis hermanas, a mi mamá. Escucho una voz parecida a la de mi padre. No, estoy segura, es la voz de mi papá. Puedo reconocerla aún después de veinticinco años de no oírla. Escucho las risas de mis amigas, la voz de mi novio y de mi amigo. Hablan todos en voz baja pero sé que están ahí, aunque no pueda verlos.
Siento que me abrazan. Que me acarician la cabeza. Qué suerte que llegaste, me dicen. Estoy rodeada de gente: mis amigos de internet, también están pero no hablan. Es como si pudiera adivinarlos.
Y estoy muy tranquila y no siento el cuerpo como de papel de calcar, así como lo siento últimamente, tenso y vibrando.
No hay luz en esta parte del sueño. Aunque puedo sentir que están ahí, alrededor mío pero cerca, muy cerca. Y por primera vez, no quiero salir corriendo de un abrazo grupal. Me quiero quedar ahí, como escondida, como guardada. Siento la mano de mi mamá que aprieta mi mano. Siento el olor de mi papá muy cerca de la nariz. Percibo la suavidad de la cara de mi hijita.
Me siento a salvo. Siento que nada me puede pasar. Me siento "defendida" y no es una sensación que yo tenga a menudo.
Está oscuro pero son ellos. Lo sé. Lo siento. Todavía ahora, cuando escribo, siento que eran ellos y yo.
Y me despierto.
Y vengo y lo escribo acá. Y pienso que a lo mejor, todo el sueño tiene que ver con que hoy, alguien que conozco sólo de leídas, me dijo una cosa que nunca me dijo nadie.
"Qué bueno es que existas", me dijo. Y fue una forma amable de presentarse en su faceta de "persona real" y no de "chitrulo de la internet".
Él nunca va a saber cuánto le agradezco esa frase estos días. Ni siquiera sabe cuánto significan para mí esas palabras, en estas semanas.
Vuelvo a la cama. No voy a tener la suerte de volver a soñar con mi nido de personas queridas que me quieren y me cuidan pero por lo menos, voy a tener esto, para no olvidar.
Para no olvidarme de nada.

jueves, 25 de febrero de 2010

Cumpleaños

Gracias, Leonard, por acompañar mis momentos más felices y los más tristes de los últimos veinte años.






Sometimes I find I get to thinking of the past.
We swore to each other then that our love would surely last.
You kept right on loving, I went on a fast,
now I am too thin and your love is too vast.

But I know from your eyes
and I know from your smile
that tonight will be fine,
will be fine, will be fine, will be fine
for a while.

I choose the rooms that I live in with care,
the windows are small and the walls almost bare,
there's only one bed and there's only one prayer;
I listen all night for your step on the stair.

But I know from your eyes
and I know from your smile
that tonight will be fine,
will be fine, will be fine, will be fine
for a while.

Oh sometimes I see her undressing for me,
she's the soft naked lady love meant her to be
and she's moving her body so brave and so free.
If I've got to remember that's a fine memory.

And I know from her eyes
and I know from her smile
that tonight will be fine,
will be fine, will be fine, will be fine
for a while.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Indestructible

Hace unos días, alguien que quiero mucho me dio esa definición de mí:
"Pero si vos sos indestructible", me dijo.
Me dio pena saber que tenía esa imagen. Me dio pena por mi, claro. Porque pasa algo extraño con lo indestructible: la gente, cualquiera, cree que hay que probar siempre lo que es indestructible. Aplicarle todas las fuerzas posibles, torcerlo, intentar partirlo, apoyarle mucho peso, exponerlo al más inclemente frío o al peor calor, en fin, probar de todas las maneras posibles su calidad de indestructible intentando por todos los medios, obvio, poder destruirlo.
Por otro lado, me hago cargo de que esa debe ser la imagen que yo proyecto. "Peguele que no le duele" "Se dobla pero no se rompe" "Se las arregla" "Se la banca".
Y la verdad, nunca tuve un momento de mayor fragilidad que este. Me pregunto qué es lo que se verá desde afuera. Me pregunto, muchísimas veces, qué es lo que hay que mostrar para que a uno no lo crean indestructible.
Mejor: ¿qué tendría que hacer yo para que el mínimo grupo de personas que me interesa, se de cuenta de que estoy partida en dos millones de astillas? Concretamente, digo.
¿Debería tirarme en la cama a morir?
¿Debería aparecer en los lugares llorando a moco tendido?
¿Tendría que tirarme por la ventana?
¿Qué es lo que hay que hacer?
¿Hay que gritarlo, remarcarlo, recordarlo? ¿Dar pena? ¿Encerrarme?
¿Tendría que dejar de reírme, de hacerme la graciosa, de cantar, de mover el pie cuando suena algún tema?
¿Hacer voto de silencio?
¿Sacarme fotos cuando voy llorando al cementerio?
¿Hacer un video de todas las horas en las que lloro, sin que nadie me vea, para que me vean?
¿Qué es lo que hay que hacer?
Porque sucede que, cuando con mucho esfuerzo -pero mucho, mucho- uno intenta sobreponerse a sus tragedias, los demás, el genérico "la gente", cree que uno va a sobrevivir a todo. A cualquier cosa que le pase.
Yo no sé lo que hay que hacer, la verdad. En otro momento, cuando estaba triste por la tristeza en sí, se me ocurrió que lo mejor era aislarse. No sé, tampoco, si esa es la respuesta. A esta altura, desconfío de casi todo lo que se da como una verdad absoluta.
Lo único que sé es que no, ni ahí soy indestructible. Tengo las marcas de todos los arreglos que hicieron en mi cuerpo, por funcionamiento defectuoso. Y tengo un montón de palabras de consuelo, por las otras heridas.
Hace muchísimos años, en un colectivo, subió un vendedor ambulante a vender unos juegos de peines. Mostraba uno, mostraba otro, para el bolsillo del caballero y la cartera de la dama. "Totalmente indestructibles" dijo. Y se puso a doblar un peine de tamaño de mediano a chico, para un lado y para el otro. "Observen, observen la resistencia de este artículo." Y en la última maniobra, el peine se partió al medio.
Un consejo a los que lean: no parezcan nunca indestructibles.
El mundo no tendrá más intención que probar que no lo son.

sábado, 20 de febrero de 2010

Super

"El poder del hombre invisible, lo que lo convierte en superhéroe, es la base de su angustia. Nadie se daba cuenta de que él siempre estaba por ahí. Nadie lo notaba."



domingo, 14 de febrero de 2010

Fechas

En general, todos los 3 y 4 del mes y los 12 y 13 son malos días. Con el tiempo que va pasando, ya no son tan terribles como al principio -"no tan terribles" quiere decir que no me ando diciendo día y noche "cómo me gustaría estar con Paulina, sea donde sea que esté"-, pero todavía son días muy difíciles.
Este 13 se cumplieron seis meses. Parece mentira, pero ya pasaron seis meses. Los seis meses más duros de toda mi vida y creo que no sólo hablo por mí.
Este 13, también, le festejaron el cumpleaños al hijito de mi mejor amiga. Mi amiga -mi amiga muy querida- para hacerme el aguante, decidió invitar a casi toda mi familia y a mis sobrinos. Los chicos la pasaron bomba, perdieron sus inhibiciones rápidamente e interactuaron todo lo que sus edades les permitió.


Al mediodía, habíamos estado en Chacarita. Chacarita es un lugar horrible. No sé si los cementerios parque o como se llamen, serán mejores, pero Chacarita es como una especie de infierno de cemento, en donde de lo único que te dan ganas es de salir corriendo. El lugar en donde está Paulina, como cualquier otro pabellón del cementerio, tiene un cuidador. Un cuidador que almuerza y escucha radio. Y hoy me pareció buenísimo que ese cuidador estuviera en donde está Paulina, ni yo sé bien por qué me pareció buenísimo. A lo mejor, porque ese hombre es el único toque de vida que tiene el cuerpo de mi hijita alrededor.

Todavía, necesito ir al cementerio, al menos, una vez por semana. Lo necesito de la misma imperiosa manera en que cada día, durante cinco meses, fui y vine del sanatorio. Cuando no voy -porque llueve, porque no puedo o por algún imponderable en serio- siento que la abandono. Y me siento terriblemente mal.
El que lea esto, puede decir "no te sientas mal, ella no se enoja" y tendría razón y sería una forma cariñosa de querer consolarme. Pero aunque ella no se enoje; quizás, aunque ella ya no sienta absolutamente nada - de hecho, mi visión del cielo se fue a la mierda el mismísimo 13 de agosto - yo me sigo sintiendo su mamá y ninguna mamá de las que conozco, dejaría a sus hijitos solos. Y si tuviera que hacerlo por necesidad, se sentiría, seguramente, tan mal como me siento yo cuando no voy a verla.
¿Por qué cuento esto?
Bueno, lo cuento porque durante el cumpleaños del hijito de mi amiga y a pesar de que la sensación "Paulina no está más" va conmigo a todos lados, todos los días, durante todo el día, hubo un momento en que ver a todos los que nacieron hace un año, juntos, hizo real la ausencia, el hueco. Faltaba Paulina en la foto. Paulina no va a estar nunca en ninguna foto de ningún cumpleaños de nadie.
Es muy difícil intentar explicar lo que se siente. Más que nada porque -por suerte- no hay nadie más en mi círculo más íntimo que haya perdido un hijo. Gracias a la naturaleza, los genes, la suerte o lo que sea, todos tienen a sus chiquitos ahí, con mocos o no, brotados por el calor, hasta con fiebre, pero ahí. Los pueden acariciar y alzar y bañar y jugar y todas esas cosas.
Yo sólo tengo una especie de agujero que me traspasa de lado a lado, imposible de explicar. Sólo tengo un nicho en Chacarita al que ir a ponerle una flor, una vez por semana.
La gente no va a los cementerios. En realidad, la gente le huye a casi todo lo que tenga que ver con la muerte, hasta que se les hace inevitable enfrentarla. Entonces, van y lloran un rato, el día del entierro, llevan unas flores y después no van más.
A Paulina, sólo vamos a verla sus padres y su abuela materna. Muy de vez en cuando, pasan unos parientes que no la conocieron a dejarle una flor o algunos amigos que están de paso, visitando a sus muertos queridos.
No me enojo con los que no van. No los critico. Finalmente, el cajón que está ahí, en la segunda fila de nichos, es de mi hijita. Y su muerte -la muerte que revivo cada vez que me cuentan uno de esos problemas por los que cualquiera se angustia, como no tener plata o un malentendido entre familiares o cualquier otra cosa que por dificil que sea, tiene solución- es un problema integramente mío.
En fin, sigue siendo muy difícil. Y uno -yo- no puede andar por el mundo pidiendo que por favor, los días 3 y 4, los 12 y los 13, tengan cuidado porque estoy más frágil que el resto del mes y cualquier golpecito me puede quebrar.
Uno -yo- entiende que el mundo sigue, que la vida no se detiene nunca. "Hay que seguir. No queda otra, hay que seguir". Casi siempre alguien me dice esa frase. Y yo siempre pienso que me gustaría verlos en mi lugar. No por maldad, ni por resentimiento. Sino para que vean que uno sigue, como puede, hasta donde puede, con lo que puede. Pero que seguir no es seguir igual. Que nada es igual. Que nunca más es igual, desde el momento en que uno -yo- no puede pensar en ese día de hace 6 meses atrás, sin llorar a los gritos.
Qué sé yo. Yo no me la agarro con nadie. Nunca. En estos meses, nunca me la agarré con nadie. No le eché la culpa a Dios, ni a los ángeles, ni a los santos, que no me dieron ni puta pelota. Sólo dejé de creer en ellos. No me enojé con el destino, ni con los médicos, ni con el puro orto que no tengo para zafar del dolor.
Seguí. Sigo. Qué sé yo. No tengo más remedio.
Los días difíciles van a seguir. El 4 de marzo, Paulina hubiese cumplido un año. Exactamente, una semana después de mi cumpleaños.
Vamos a comprarle flores lindas. Es lo único que le podemos regalar.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Paciencia modo off

A mi me gustaría ser una de esas personas a las que todo le chupa un huevo: las cosas, los demás, su propia existencia.
Me gustaría, por ejemplo, ser indiferente. Pero tengo este costado tan fácil, este gen leche hervida, el jetonismo. Me arrepiento cada día de mi vida de contar con esas características.
Hace un tiempo estoy haciendo un posgrado en indiferencia. Con buen manejo de cintura, sorteo las cosas que mandan decir, las lecturas entre líneas, las infidencias, los comentarios maliciosos. Digo, no quiere decir que no me dé cuenta de lo que pasa, simplemente evito confrontar.
Pero me parece que no está tan bueno esto de la indiferencia. Porque, para mí, es algo forzado. Y ya estoy haciendo muchos otros esfuerzos como para esforzarme en esta clase de cosas que, en general, tienen que ver más con probar hasta dónde llega mi paciencia.
Soy una persona más paciente de lo que parezco por escrito y en vivo. Tolero, aguanto, mucho más de lo que se podría suponer. Dejo pasar un comentario, una intromisión, una infidencia, dos, tres, cuatro; los chusmeríos de los que, como tales, me entero y hago oídos sordos. Puedo llegar a dejar pasar un comentario que oculta una verdad horrible, cuando es dicha como chiste, porque es cierto que las peores verdades se dicen en forma de chiste, es la fórmula de la cobardía.Pero las dejo pasar porque todos tenemos malos días y hay gente que no tiene el don de la oralidad o de la expresión escrita y dice una cosa por otra y qué se le va a hacer.
Este último tiempo, me había prometido a mí misma no participar en ninguna clase de enfrentamiento. Ni propiciarlo. Con mucho trabajo, lo estoy cumpliendo. Prefiero guardar violín en bolsa y seguir, como si no hubiese visto, oído o leído algo.
Supuestamente, esta actitud iba a ser un peldaño hacia mi tranquilidad. Si uno no siembra tormentas es posible que no recoja tempestades.
Pero no. El ser humano, como tantas veces dije, es un bicho hijo de puta, incapaz de registrar cualquier otra cosa que no sea su propio ego. Todo el mundo se cree más que el otro, mejor. Hay mucho bocafloja en el mundo. Mucha gente más mejor que sabe quienes son los más peor.
Entonces, estamos entre los que directamente ni se dan cuenta de que alguien -yo, en este caso- está tolerando cierta cantidad de indirectas con paciencia zen hasta el que las dice, lisa y llanamente para ver hasta dónde ese mismo otro -yo, supongamos- puede soportar.
Mi historia personal está hecha en base de abandonos de lugares y de gente, cada vez que percibí esa falta total de cuidado con el prójimo. He cortado los lazos con todos aquellos que no son capaces de mantener su opinión cagándose en los demás. Los mismos, que algunas semanas más tarde, cambian todo su discurso y están a favor del mismo del que antes estaban en contra y se envían ramos de flores y palabras amorosas. Los que lean, sabrán de qué hablo. Pasa todo el tiempo.
Ya que es imposible hacer que un necio se de cuenta que jode con sus imbecilidades, es preferible alejarse, alejarse tanto que lo único que quede es alguno que recuerde que uno, alguna vez, estuvo por allí. En general, no se pierde nada; el mundo no para, la gente no cambia, todo sigue igual, hasta que, como dije alguna vez en otro post, le toca a otro pasar por ese lugar.
Desgraciadamente, la tierra gira siempre para el mismo lado y en general, los que se van, son los que como yo, repodridos de dejar pasar, dan un portazo y desaparecen para siempre.
Claro: después vienen las preguntas. Que qué te pasó, que por qué te fuiste, que no tenés que ceder lugares, que no vale la pena, que cómo le vas a dar lugar a alguien que no tiene dos dedos de frente y un tendal de frases de ese estilo, que él único que puede decirlas es el que no estuvo escuchando el tac-tac constante de la gota que roe la piedra sobre su paciencia.
Muchas veces fantaseo con la idea de desaparecer. Desaparecer de la única manera que sé y de la manera en que lo hice siempre, sin dejar un solo rastro. Pero es una fantasía y alguna vez hay que probar cosas nuevas.
Hasta este punto de mi vida, me han dicho infinidad de cosas hirientes o desconsideradas, los personajes más variopintos, tanto hombres como mujeres. Cada vez que sucedió, no me quedó más opción que cerrar la puerta y tirar la llave. Angustiarme unas semanas y después, ir sepultando el mal rato debajo de gruesas capas de valoración personal. Es todo un trabajo rearmarse cuando a uno lo hieren, cuando lo hacen sentir poco o descartable o invisible. Es un trabajo muy sacrificado. Y no hablo sólo por mí. Cualquiera que haya tenido que rearmarse, no digo cinco o seis veces, sino una sola, sabrá de lo que hablo.
Uno queda magullado, resentido y sobre todo, queda con mucho miedo. No queda otra, entonces, que volverse al puñado cada vez más mínimo de personas, en donde uno puede ser como es, sin necesidad de andar cuidándose de las pequeñas porquerías gratuitas de los demás.
Y es claro, uno -yo- sabe que no hay competencia posible, que cada uno es como es, que los vínculos se establecen y se rompen, sin importar mucho más que el humor del día.
Alguno que lea esto podrá decir "esta mina, siempre la misma insegura", pero no, no es inseguridad. En estos días, yo me encanto. Me encanto tanto que me doy cuenta que no puedo relacionarme con cualquiera, que tengo que tener mucho cuidado, el mismo cuidado que tendría alguien con un collar de esmeraldas. Nadie iría con ese collar a limpiar el baño o a comprar al chino. No, esas cosas se cuidan con el alma. Y como yo soy mi propio collar de esmeraldas, no me queda otra que cuidarme a mí misma, casi, casi, como me cuidó mi mamá hasta que me pude valer por mi misma.
Una vez, un hombre del que estuve muy enamorada me dijo que el día que me diera cuenta del valor que yo tenía, mi forma de actuar iba a cambiar.
Tenía razón, de alguna manera. Todos estos meses, en los que estuve tan ocupada pensando qué iba a ser de mí, me di cuenta de cuanto, cuanto me valoro. Cuanto valor tengo para vivir, para sufrir, para todo. Nunca le escapé al bulto. Nunca me hice la desentendida.
Y quizás por eso, sea el momento de empezar a enfrentarme con cualquiera que vuelva a tener el tupé de decirme algo inconveniente o de meterse donde no lo llaman o, y esto espero que no pase por el bien de todos pero más que nada por el mío, disputarse conmigo algún lugar que le interese pero al que, oh, desgracia, ha llegado tarde.
Qué va'cer. Llega un momento en el que, imperiosamente, llega la necesidad de defenderse, dado que cuantos más sopapos liga uno, más le dan.
Y a mi ya me dieron todos los sopapos de esta vida y de las próximas dos. No voy a permitir ninguno más DE NADIE. Ni siquiera, por torpeza.
Llegó la hora de defender lo mío de una manera contante y sonante. Sin que queden lugar a dudas. Y si hay que ser cruel, tanto que lo he evitado, lo seré. Quizás esa sea la forma de entenderse con el resto de la humanidad: la crueldad.
Ojalá no haya que llegar a tanto.
El gran problema de mis enojos es que no se pasan con los días, se incrementan.
A los que les quepa el sayo, están avisados.
Desgraciadamente, no soy una de esas personas a las que todo les chupa un huevo. Nadie me parece que no vale la pena, sea para bien o para mal.
No soy yo cuando me enojo. De verdad. No soy yo.
Ruego que el resto de la humanidad que me rodea, tenga la sensatez de no querer comprobarlo.
Buenas noches.

domingo, 31 de enero de 2010

Dejarme en paz

Afuera hay una fiesta. Hay música y chicas cantando. No suena a que es mucho más lejos que dos pisos más abajo de donde estoy, ahora, escribiendo. Escribo sin saber muy bien hacia donde voy a ir. Fue y es, un sábado raro.
Estuve con dolor de cabeza todo el día. Dolor de cabeza e inquietud. Una inquietud tramposa que llegó el viernes a la noche, justo antes de salir a encontrarme con una gente que aprecio.
Es algo que me pasa desde hace un tiempo. Cada vez que tengo que ir a una reunión, un cumpleaños o lo que sea, donde sé que va a haber gente y que tengo que interactuar, nomás salgo de casa, me agarra una especie de taquicardia, una especie de angustia, no puedo explicarlo bien.
Una sensación de estar en peligro me toma el cuerpo. Volvería corriendo a mi casa, me metería en la cama y me taparía hasta la nariz, si no fuera la cabezona que soy, que se obliga a no obedecer a esos impulsos primitivos.
Y es algo loco, porque voy porque quiero y porque sé que la voy a pasar bien. Pero el "antes" se me hace insufrible.
Cuando llego, después de darme una perorata mental de no-puede-ser-que-te-pongas-así, me compongo. Aprendí que con los años, me las arreglo bastante bien para disimular. Hay que tener el ojo muy entrenado y conocerme mucho para notar que desde que salí de mi casa, la estoy pariendo.
Entonces, cuando llego a destino, toda esa inquietud, ese miedo irracional, la traduzco en comentarios sarcásticos y medio malditos que intentan ser graciosos o en alguna payasada, que siempre me salen, cuando estoy muy muy nerviosa.
Nadie diría que antes de salir, estuve al borde de las lágrimas. Ninguno de los presentes sospecharía que, las últimas dos veces que los vi, fui llorando todo el viaje. Y hacen muy bien, porque no es por ellos. Soy yo.
En fin, que paso unas horas ahí, tratando de hacerme la graciosa o de hacer reír a los presentes. Y lo paso bien. Me entretengo, me divierto. Nunca del todo, siempre con el satélite prendido, vigilante.
Cuando me voy, repaso una a una todas mis intervenciones de la noche. Me reprocho. No debí haber dicho esto. No debí haber hecho lo otro. Aquel tenía cara de orto, le habré caído mal. Equis me esquivó la vista, se habrá enojado? Y así, con todo. En fin, que no me doy paz. Ni un segundo. Nunca.
Y pienso, porque pienso mucho al respecto del disfrute en este tiempo, por qué no me dejo en paz.
Por qué son tan importantes para mí, las reacciones de los otros, lo que los otros dicen, lo que los otros se callan. Por qué espero contentarlos a todos y caerles bien y que me quieran mucho y todas esas cosas que uno ya sabe que son imposibles.
Como dice H: Cuando los otros dicen, vos no escuchás llover. Y vos sabés que la gente dice de muchas formas. Tendrías que ver la manera de no sentirte responsable por todos. Tendrías que ver la manera de dejarte en paz.
Eso me gustaría.
Eso me propongo este año.
Dejarme en paz y disfrutar de las cosas, más suelta, sin miedo.
Mi papá se murió cuando yo tenía 12 años. Mi mamá se enfermó muy grave cuando yo tenía 14, tuve cáncer a los 30, se murió mi hijita el año pasado. ¿Qué otra cosa me puede pasar que sea peor que todo eso? ¿Por qué si cuando todo eso pasó, no tuve miedo, me agarra miedo ahora, cuando voy a una reunión en donde sólo hay gente que aprecio? Tendrá algo que ver, supongo. Algún nudo debe estar apretándose ahí, entorpeciendo el disfrute de las cosas.
Más lo pienso y menos razones encuentro para tener miedo. Más me lo digo y menos razones encuentro para martirizarme.
Dejarme en paz. Eso quiero.
Ya veré cómo lo logro.

domingo, 24 de enero de 2010

Voluntad

Estoy haciendo el esfuerzo más grande del mundo.
Y este esfuerzo es, ni más ni menos, seguir viviendo.
Suena dramático, y quizás lo sea, pero es lo que estoy haciendo y no acepto que me vengan con boludeces.
Todos los días decido levantarme. Y es, por primera vez, una decisión consciente.
Ya que soportaremos el castigo de seguir en este mundo hasta que nos toque dejarlo, hagámoslo de la mejor manera posible.
La vida tiene una problemática muy sencilla, tan sencilla que es casi pava: o vivís o te morís.
Estuve todos estos meses viendo por cuál de las dos me decidía. Y no fue fácil tomar la decisión porque cuando a uno le toca sufrir, quiere terminar con el dolor lo más rápido posible. Y en el dolor, uno es egoísta. Y además, el dolor nunca se puede compartir, ni siquiera acompañar. Entonces, uno está solo y dolido. Y está solo de verdad, como nunca antes. Y no le queda otra más que, en algún momento, decidir qué va a hacer.
Decidí seguir viviendo. No es una metáfora. Es un hecho. De las opciones que tenía a la vista, después de pensar mucho sobre qué era lo mejor para mí y para todos los que quiero, decidí vivir. A pesar de todo.
Y no es fácil. Es un esfuerzo sobrehumano, cada día. No sé cómo avisarlo al resto del mundo, de mi mundo. No sé cómo decirles que, por favor, tengan en consideración que estoy poniendo toda mi fuerza, toda mi voluntad en juego. Que les agradecería que, minimamente, me dispensen de caras de culo gratuitas, discusiones sin motivo y fastidios estivales. Que nada más por este rato, me presten un segundo de atención y que vean, por favor, vean: todo lo que hago, lo poco que hago es puro esfuerzo.
No sé cómo decirlo más claro: Estoy poniendo toda mi voluntad en seguir viviendo.
No es una frase hecha. No es una forma de decir. No es una metáfora.
Es lo que pasa todos los días, todo el día.
Que no se me note, no quiere decir que no suceda.
Que no lo grite, no quiere decir que no lo diga.
Que no lo muestre, no quiere decir que no lo tenga.
Entonces, eso: decidí. Y todavía necesito que me ayuden para no arrepentirme.
Más claro no lo sé decir. Mejor no lo puedo transmitir.
Todo el dolor que me tocó en esta vida podría haberme vuelto loca. Decidí, a lo mejor sin saber, volverme cuerda. Y empezar a pedir lo que, en algún momento, hubiese creído que se sobreentendía.
Ya no confío en entrelíneas.
Me quedo acá. No sé bien para qué, ni cómo. Pero me quedo acá.
De este lado.