miércoles, 24 de diciembre de 2008

Para vos

Me pedís que te regale un cuento, pero no me salen los cuentos así. Pienso en que tengo que escribirte algo, y pienso en los cuentos que escribí. Mis mejores cuentos están escritos en pasado pasado, sólo sobre algunas cosas que el tiempo llenó de colores y de impresiones inexactas y alucinaciones. Poco tienen que ver con la realidad.
No me preguntes por qué. Ahora, no puedo escribir en presente. En presente vivo, te veo, te escucho, te hablo.
El mejor cuento que no puedo escribir en presente es multigénero. A veces, es una comedia de enredos; a veces, uno de terror o de mucho miedo; en algunas ocasiones, es un cuento muy triste.
La mayoría del tiempo, es un cuento de la escuela americana, lleno de detalles domésticos y cotidianos, donde parece que no pasa nada pero pasa lo que pasa en la vida: cosas chiquitas que parecen insignificantes para los que no pueden notarlas y en donde, de manera misteriosa, los protagonistas son felices a su manera.
El mejor cuento que te puedo regalar es el que estoy viviendo todos los días con vos. Con todo lo que decimos y con todo lo que no hemos dicho aún. Con todo lo que sabemos y con lo que nos queda por saber. Por ahora, sólo puedo regalarte este cuento, un cuento que no tiene nada de tradicional y que no encaja dentro de ningún papel, ni se puede traducir con palabras.
Tampoco me preguntes por qué pero me gusta que sea así.
Porque es un cuento nuestro. Sólo de nosotros dos y para nosotros dos. Si los demás no lo entienden o no les gusta, no importa. Porque no muchas veces tuve la suerte de tener algo mío. Porque por primera vez, lo estamos construyendo a un ritmo desconocido, pero nuestro.
Entonces, esto. Te regalo un cuento que no voy a escribir. Te regalo el cuento que vivo.
No quiero escribir algo para vos en pasado.
Todavía hay mucho presente para vivir.

Espero que sepas comprender.


martes, 2 de diciembre de 2008

Grillos

Supongamos que estás cansado, agotado, harto. Supongamos que te sentís invisible y que nadie se da cuenta -porque no presta atención, no quiere, no puede y/o no le importa- que justo ese día, esa noche, necesitás porque sí, porque alguna vez te toca, una dosis extra de atención.
Supongamos también que sos alguien que cuando ve que alguno en su alrededor está triste o molesto o necesita una dosis extra de atención, la das, sin ponerte denso. Supongamos, nada más. Son todas suposiciones.
Supongamos que justo una noche en particular, por el motivo que sea, necesitás que alguien te defienda, que te haga de escudo, sobre todo para que los demás no te pasen por encima.
Supongamos que estás harto de ver como cualquier hijo de vecino, dice lo que se le viene a la boca porque sí y cómo cuando lo hacés vos, es un escándalo.
Sigamos suponiendo: supongamos que en un esfuerzo descomunal pedís algo: que te llamen, que te tengan en cuenta, que te demuestren un poco lo que sienten por vos.
Supongamos que ya lo pediste bien, mal, torcido, derecho, a los gritos.
Supongamos que esperaste para ver resultados. Supongamos que algunas veces necesitás que te palmeen el lomo, que alguien esquive las balas por vos, que te tengan la misma paciencia que procurás tenerle a los demás.
Supongamos que ya ni te enojás con los olvidos. Supongamos que ni siquiera sacás para afuera la tristeza. Supongamos que todo te pasa junto, porque las cosas no pasan de a una.
Supongamos que una noche como hoy, después de pedir, de gritar, de hacer mil doscientos esfuerzos porque alguien piense medio segundo en vos, escuchaste grillos. Sólo grillos.
Grillos. Y si ese no es el sonido de la peor soledad, entonces, no sabés cuál es.
Decidis que lo mejor es encerrarse en una cueva que esté lo suficientemente lejos y lo suficientemente cerrada como para que nadie te vea.
Total, sos invisible. El mundo va a seguir igual.


jueves, 27 de noviembre de 2008

Caro Michele/34

Están dando 'El gran dictador' en Canal 7. Son un poco más de las cuatro de la mañana, Miguel y me acuerdo de los años que pasé estudiando cine. En los días en que iba a cursar, sabiendo que nunca dirigiría una película, pero también sabiendo que necesitaba saber cómo era ese oficio, aunque sea para descartarlo. Tenía la eternidad para todo, en ese momento. Hay una especie de sensación de eternidad a los veinte años. Pensás que todo te va a durar para siempre: las ganas de estudiar, la soledad, el amor. And you cried and you cried and you cried and you cried.
Sos incapaz de darte cuenta de que todo esto no es más que una sucesión de ratos más o menos afortunados, según puedas ver.
De aquellos amigos no quedó ninguno. Mis amigos son los de siempre. El mismo puñado rejuntado a través de los años, a los que, ahora, veo un poco menos y, a veces, extraño un poco más.
Estuve pensando en las compañías circunstanciales, esta noche. Esa gente que conocés sólo por un período corto de tiempo. Nunca te crees que te vas a quedar con alguno de esos por mucho tiempo. Una amistad no nace espontáneamente. Tienen que pasar cosas, lamentablemente malas, para que sepas que ese conocido circunstancial se convirtió en un amigo. Para saber que podés confiar en alguien, efectivamente, tiene que pasar algo malo. Confiar, si lo buscas en el diccionario, significa: 'depositar en alguien, sin más seguridad que la buena fe y la opinión que de él se tiene, la hacienda, el secreto o cualquier otra cosa.' You have placed your trust in me.
No es fácil confiar. Para mí, no es fácil. Unas cuantas veces, cuando confié en alguien, me equivoqué. Supongo que a todos les habrá pasado. Confiar es darle un poco de poder a alguien y hay que ser muy bueno o muy estúpido para entregar poder a alguien más. No se puede confiar en cualquiera. Ya se sabe que el poder sobre la vida de los demás, volvió loco a más de uno.
A veces, no hace falta siquiera que sea uno el que confía. Confía otro en una tercera persona y como digo siempre, le cuentan algo que tiene que ver con vos. Ese otro tiene un poco de poder sobre vos, aunque no quieras. Está en posición de amenazarte, de golpearte, de extorsionarte y todo por una confianza en tercer grado, de la que vos no tenés idea y de la que, de haberla tenido, te hubieses negado, sin dar mayores explicaciones.
Es muy dificil relacionarse con los demás. Es muy dificil conseguir gente en la que confiar, sobre todo porque todos tuvimos malas experiencias. Pero llega un día en que tenés al lado, en frente, alguien en quién sí podés confiar tranquilamente pero no te sale. No te sale porque uno se acostumbra a lo malo. Se acostumbra más fácil a lo malo que a lo bueno. Y crea defensas y barreras y pone obstáculos y se juega en contra. Hace todo lo posible porque justo ese al que vale la pena confiarle las cosas, darle ese poco de poder, se vaya y no vuelva. Hay situaciones en las que lo único que se puede hacer es cerrar los ojos y confiar. Hay situaciones en que confiar vuelve todo peligroso y da mucho miedo. La mayoría de las veces, confiar da mucho miedo. Y es mucho peor si confias en el que no es el indicado. Pero no hay que perder la fe. Por cada cagada que te hayas mandado, seguro tenés una mano que te acaricia el lomo, si sos alguien decente. Por cada cosa buena que hayas hecho, por mínima que sea, te vuelve convertida en alguna cosa que no esperás: el latido del corazón de tu hijo, la sonrisa de tu sobrina, la alegría de tu madre cuando te toca la panza, el cariño de tus amigos que te dicen que están ahí para lo que necesites. No te podés quejar. Y aunque no entiendas por qué algunas veces confiaste en las personas equivocadas, vas a volver a confiar, esperando no equivocarte. Vos sabés como son las cosas, Miguel. Vos sentiste cómo es que te quieran bien, mal, más o menos, mucho, poquito, nada. Vos sabés que no todo el mundo tiene la suerte de saberse querido, de sentirse querido. Y que eso, a veces, hay a quiénes los hace rabiar. Sabés que hay quien quiere sólo aquello que nunca va a poder tener y pretende arrancarselo a otro, como si por arrancarlo, pudiera apropiarselo. You're only as big as your battles.
Hace muchos años que aprendí que hay cosas que se ganan sólo por ser como uno es. El amor, la gratitud, por ejemplo. Y no hay forma, por más que se intente copiar, robar, arrancar, de que le suceda a otro. Si es que la envidia existe -y a esta altura, seguro existe- ¿qué otra cosa sería más envidiable que un grupo de buenas personas en las que confiar?
Nah, no estoy hecha una santa. La mayoría del tiempo ando desorientada, más mirando que haciendo, pero cuando miro, no me equivoco. Veo bien. Veo con claridad y pienso de igual manera. I told you I wanted to be wrong.
Aunque todavía no pueda llevar lo que pienso a la acción. No tengo miedo. No le tengo miedo a nadie. Soy mucho más fuerte de lo que pensé. Soy capaz de defender lo que quiero con mucha más fuerza de lo que creí.
Dream, dream away
Magic in the air, was magic in the air?
I believe, yes I believe
More I cannot say, what more can I say?

Y tengo claro que no me compadezco ni de la pelotudez, ni de la puta mierda de los hijos de puta que pretenden amargarte la vida. Soy mucho mejor que eso como para temer. Yo estoy viviendo mi vida, con sus aciertos y sus errores, pero mía. Y no me meto en la de nadie, siempre y cuando no se metan con la mía. En eso, no hay concesiones. Soy egoísta, sí. Lo mío es todo mío. Y no lo comparto con quién no quiero. Y no le permito a nadie que se meta donde no lo llaman, aun cuando sea yo la que tenga que abandonar algunos lugares.
Soy incondicional a un puñado de otros, que como yo, están haciendo lo que pueden con lo que tienen para conseguir lo que quieren.
El resto no me importa nada.
Absolutamente nada, ni lo que digan, ni lo que hagan.
No me preguntes por qué pero hoy siento que toda esa mierda no me puede tocar.
Me gustaría saber cuántos tienen la misma suerte. Nobody cares, no one remembers and nobody cares.
Bah, no. No me gustaría saber.
I'm not that easy, i'm not your horse to water. I hold my head, i come around, round, round.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Una verdad más y van...

Lo saqué de acá

Todos sabemos lo frágiles que son las burbujas de jabón.
Todos hemos visto cómo se deshacen cuando intentamos apoderarnos de ellas.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Mal de muchos

Es la canción más triste que conozco. Es la que más me gusta y la que algunos días me consuela.
Mal de muchos, consuelo de tontos.





When the day is long and the night, the night is yours alone,
When you're sure you've had enough of this life, well hang on
Don't let yourself go, 'cause everybody cries and everybody hurts sometimes

Sometimes everything is wrong. Now it's time to sing along
When your day is night alone, (hold on, hold on)
If you feel like letting go, (hold on)
When you think you've had too much of this life, well hang on

'Cause everybody hurts. Take comfort in your friends
Everybody hurts. Don't throw your hand. Oh, no. Don't throw your hand
If you feel like you're alone, no, no, no, you are not alone

If you're on your own in this life, the days and nights are long,
When you think you've had too much of this life to hang on

Well, everybody hurts sometimes,
Everybody cries. And everybody hurts sometimes
And everybody hurts sometimes. So, hold on, hold on
Hold on, hold on, hold on, hold on, hold on, hold on
Everybody hurts.
You are not alone.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Caro Michele/33

Te dije que un día de estos te iba a dejar de escribir pero me parece que no va a poder ser. Tenés que saberlo: voy a tener un bebé y no hubo -y creo que no habrá- hasta ahora, alegría más grande. Te dije que un día de estos te iba a dejar de escribir porque pensé que uno tenía que ir dejando cosas atrás: amigos que ya no están, personas que ya no quiere, cosas que ya no sirven. Con los días, con estos días, cuando te extraño así como te extraño siempre, cuando no te tengo a tiro para contarte lo que siento, cómo me siento, que me pasa por adentro y por afuera, me dí cuenta que no sé si alguna vez te voy a dejar de escribir. Porque uno es todo eso que yo pretendía dejar. Y es su miedo y su amor más grande; su peor tristeza y su mayor alegría; su música triste y sus discos vergonzosos; es toda la gente que lo quiere y la sensación casi permanente de estar siempre, irremediablemente, solo.
Voy a tener un bebé. El primero todo mío y de su papá. Y quiero enseñarle a ser feliz y a ser valiente y a ser bueno y a defenderse y a no golpear sin razón. Y quiero que crezca sano y fuerte y que mejore un poco el mundo, el poco que pueda. Y que no se olvide que también es la mezcla de muchos acontecimientos y de muchas personas. Que reciba todo el amor del mundo y todo el amor del que soy capaz. Que siempre sepa que es un hijo querido y esperado. Que a pesar de todo, de todo el sufrimiento que le toque, que ojalá sea poco, de todas las penurias que tenga que pasar, que ojalá sean las menos, vale la pena andar por la vida, aunque sea este rato.
Te iba a dejar de escribir, porque ya casi no hablo de vos con nadie y porque no me gusta que me pregunten por vos. Pero hay días como estos, que te extraño tanto, que extrañarte no tiene consuelo. Y me gustaría que estés acá y que te sientes al lado mío y me digas que todo va a estar bien, porque siempre me convencías. Aunque yo sepa que va a estar todo bien, estos días que son toda alegría y esperanza y miedo y llanto hormonal, te necesitaría cerca.
Entonces, si te necesitaría cerca, cómo dejar de escribirte. Cómo dejar de contarte que después de todo lo que estuvo pasando, de todo lo que pasamos, de todo lo que todavía falta pasar, voy a tener un bebé y que ya es el más lindo del mundo y que, no sé bien cómo, lo quiero tanto que me duele.
Y cómo ignorar que desde allá, una vez que salga de la panza, lo van a estar mirando, porque me gusta pensar esa gilada del cielo, porque hace el mundo un poco mejor, porque algo tiene que haber.
Eso, voy a tener un bebé. Soy muy feliz. Tengo mucho miedo. Lloro mucho, me dicen que por las hormonas, yo que sé.
Viste? Yo quería mi final feliz. Obtuve un principio feliz. Y vos lo tenías que saber.
Te extraño un poco más que siempre.

No, no te voy a dejar de escribir.
No creo que pueda.
A million faces pass my way
they're all the same, nothing seem to change anytime I look around
who knows just what the future holds
all I want to know is if it's with you

jueves, 30 de octubre de 2008

Tipología

Por suerte, ya está escrito. Lo más triste es que el mundo está lleno de estos y algunos son capaces de tener las cuatro caracteristicas juntas. Salió en Página/12. Lo copio acá:

Boludo, pelotudo, necio y cínico

Por Carlos D. Pérez *

Me he permitido distinguir una secuencia tipológica de categorías que solemos mezclar sin rigor. Cuatro palabras, cuatro perfiles, cuatro riesgos, cuatro desafíos.

  • Boludo

En un mundo donde, por poner un número, a partir de los tres años de edad no hay inocencia, el boludo es una excepción. Le han crecido, aunque ignora para qué; absorto en su rigurosa idiotez, ve sin mirar las venturas y desventuras que lo circundan.

El apelativo suele emplearse como insulto, pero el boludo nos produce una secreta envidia, porque nos sabemos no inocentes y nos gustaría serlo. Por esta razón a veces le adosamos un especial calificativo, cuando decimos de alguien que es un “boludo alegre”. Y no es cierto, no es alegre, porque en la carrera de los boludos se distrae escarbándose el ombligo y, por boludo, no gana. También hay sabios que lo hacen y abandonan carreras, pero a sabiendas. ¡Freud mío, esto de la boludez, que parecía tan simple, se me está complicando! Lo soluciono de modo lacónico: el boludo no puede ser feliz porque ignora la felicidad; no me pregunten por qué, no podría responder, no trato de hablar de esa esquiva sensación. El goce del idiota me es ajeno como a cualquier no boludo, a menos que... Cuando los boludos tomen la palabra quizá podamos enterarnos de algo más, pero entonces serán tan vulgares como cualquiera de nosotros.

Sucede que asociamos a esa condición la idea de felicidad paradisíaca, formados como estamos por la Biblia, ya que el boludo alegre por antonomasia fue Adán, antes de que Eva apareciera en su horizonte y, con ella, la conciencia dilemática del ser sexuados. Y al perder la inocencia también perdieron el Paraíso. Cuando la vida nos pesa, añoramos esa antelación. Lo supo el político más hábil que tuvo la humanidad: poniendo del revés la secuencia ante la masa de acólitos, colocando el Paraíso como afortunado destino, dicen que dijo en un sermón: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos”.

  • Pelotudo

Reducido a una frase, sería como decirle a alguien: “No te hagas el boludo, ¡pelotudo!”. Roberto Fontanarrosa, en célebre intervención en un Congreso de la Lengua, distinguió en “pelotudo” un énfasis especial; para continuar la línea fontanarroseana, agrego que “boludo” carece de énfasis. El pelotudo no tiene derecho a la ignorancia, estratagema a veces hábil que este personaje esgrime como salvoconducto.

Al decirse aquello de “sólo sé que nada sé y por eso algo sé, que nada sé”, Sócrates instaló el dispositivo de su filosofía, y cuando en un destello de lucidez alguien exclama ¡pero si soy un pelotudo!, instantáneamente se vuelve filósofo, y si no lo hace por sus propios medios debiera agradecer a quien ejerza la mayéutica socrática desenmascarando su pelotudez. Por algo se empieza; aquel griego nos enseñó que es el modo de empezar.

  • Necio

El necio, en cambio, es un obcecado con su pelotudez. Incapaz de conciencia socrática, convierte la banalidad en creencia y declama pelotudeces como verdades consagradas, a riesgo de cometer estragos. Mientras el pelotudo es inofensivo, el necio ofende, pero si le discutimos corremos el riesgo de colocarnos en posición simétrica, ventilando secretas necedades; en esto encuentro la inteligencia del refrán que contrapone oídos sordos a palabras necias.

Cuando la convicción del necio adquiere mayor relevancia, desemboca en el fanatismo. Fanático es quien, enarbolando como cualidad su propia limitación, apunta a la militancia social. La necedad es personal, el fanatismo ama lo masivo. Hitler, con su creencia fanática en la superioridad de la raza aria, fue un necio que congregó multitudes. Porque el necio libra con unción su guerra individual, pero llegado al fanatismo se embandera con su “causa” e incita con sus argumentos. No sé si el necio, sobre todo el fanático, muere por su bandera, pero es capaz de matar por ella.

  • Cínico

A diferencia del necio, el cínico es hábil; eso lo convierte en adversario difícil. Sin ignorar las limitaciones de su posición pero diestro en retórica, su meta es convertirnos en necios. Si el necio suele provocar ese efecto de modo involuntario, para el cínico es deliberado; no hay cínico sin un coro de necios, su estrategia los necesita. Muchos de los “comunicadores sociales”, ni qué decir los políticos, son cínicos que cultivan la necedad de sus seguidores. Y cuando los necios creen estar al comando de una creencia, los cínicos celebran.

¿Podríamos aspirar a una sociedad sin este cuarteto tipológico? Sería la sociedad perfecta, pero es impracticable. Somos humanos y por serlo no estamos exentos de lo antedicho, aunque tampoco estamos impedidos de advertir que día a día nos movemos entre una caterva de boludos, pelotudos, necios y cínicos, a menudo como uno más del conjunto; entonces nos despabila un tiempo de despertar y nos preguntamos: “Pero, entonces, ¿qué soy?”. No es poca cosa esa pregunta que los boludos ignoran, los pelotudos resisten, los necios niegan, los cínicos gambetean.

* Psicoanalista. Fragmento de Tiempo de despertar, de próxima aparición (ed. Planeta).

sábado, 6 de septiembre de 2008

Caro Michele/32

Sólo dos palabras, para que no creas que ya decidí dejar de escribirte. Todavía no lo decido; ando con poco tiempo, mucha changa y mucha vida real, que espero que dure muchos días más.
Las cosas mejoraron. No está todo todo bien pero va bien encaminado. It's the end of the world as we know it.
A veces, me parece mentira que pasen cosas buenas. Uno se acostumbra a la mala. Pierde la esperanza, Migue, es así.
Las buenas nuevas: voy a ser tía otra vez y la preciosura está en pleno romance conmigo. Cuando le digo que me voy, se para y desde donde está, levanta el índice y dice "No. No, ieia, no" y se pone contra la puerta.
Antes de ayer, sorpresivamente, cuando le pregunté si quería venir a casa, salió corriendo a buscar su campera.
Vinimos lo más contentas por la calle. Cuando ya estábamos adentro de casa, le pregunté dónde estaba. "¿Dónde estás, Sofi?"
"Acá", me contestó afinando la voz y extendiendo los brazos, mostrándome las palmas de las manos y lo dijo con un tono que era más parecido a "ieia, sos boluda... qué me preguntás" que a otra cosa. Esa nena es sorprendente.
Si hay suerte y trabajo y salud y dinero, en noviembre vuelvo a ver al otro Miguel. Voy a llorar en el show, como la primera vez. Tantos años esperando, cuando lo veo, no me lo creo, como con todo.
Hay un novio de los buenos y un montón de gente que me quiere. Hay un amigo más o dos. Hay gente que se me volvió necesaria para la vida. Hay gente que extraño un montón porque los tengo abandonados y aunque es una cagada, es cierto eso que decía el monstruo: "¿Si te veo todos los días, cómo te extraño?"
El mérito de extrañar a alguien es que entendés cuánto y cómo lo querés. Son esas cosas locas que le pasan a la raza humana: sólo puede ver las cosas cuando no las ve y es una puta mierda que sea así pero así es. Uno comprende sobre vencido. Es algo para modificar.
Changas varias y variadas: pinto angelitos para una comunión; pinto vaquitas de San Antonio para un nacimiento; corrijo un libro de cuentos; corregí una novela.
Empecé las clases. Está bueno reencontrarse con lo que uno adora.
Esto: está cambiando todo. Pronto, va a cambiar el laburo. No queda más remedio. Está cambiando todo y el mundo, a veces, es un buen lugar para vivir a pesar de todo.
Todavía duermo mal; a veces, me da por llorar. Todavía tengo miedo, algunas veces. Pero son cada vez menos.
It's the end of the world as we know it and I feel fine.
Así las cosas.
Bailá conmigo por lo que dure este rato de felicidad, Migue mío. Creo que nos lo merecemos.




Star 69!

viernes, 22 de agosto de 2008

Me adora

Ella me adora.



Yo también la adoro.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Dos polos

Siempre alguien lo dice mejor que yo. También lo dice con más elegancia.
Lo raro es que, ahora, medio mundo es bipolar pero resulta que la enfermedad es siempre la misma.
El conchudismo avanza. Y no respeta género, es cierto. Pero también es cierto que abunda más entre las del sexo débil (débil porque no hay pija que les venga bien.)

Ah, sí. Hay días que soy una verdadera ordinaria.
Y sí, yo puedo decir pija sin que se me corra el rimmel. Otras no pueden.
Qué pena, no?

Caro Michele/31

Hace tanto que me gustaría tener ochenta años, Migue, que, a veces, no me acuerdo cuántos años tengo. Ni tantos, ni tan pocos, dicen mis amigas y nos reímos porque cuando nos conocimos, recién salíamos a la luz y todo era nuevo y nada era demasiado serio o demasiado trágico.
I can change my mind, not my blood.
Cada día me parezco más a mamá, dice mi hermana menor y en eso, también, se nota el paso del tiempo. Si me habré peleado con la que todo lo puede para ser distinta a ella. Lo bueno de envejecer es que, en algún momento, hacés las paces con tus padres.
Voy a ser tía otra vez. Tía por segunda vez y es un poco extraña la sensación. ¿Cómo se hace para querer a otra preciosura, tanto como a la preciosura?
Si la hubieses visto el día del niño, te enamorabas. Te lo juro. Le regalaron un tocador, con espejo y lamparitas, como esos de las estrellas de Hollywood y desde su año y diez meses, la veías peinarse y hablarse al espejo. Es lo mejor de todo lo mejor de la vida: verla descubrir las cosas, tan petisa, tan miniatura. Que todo la sorprenda y, al mismo tiempo, que todo le parezca tan natural. Darle un beso al vidrio de la puerta que da al patio y señalarte que, afuera, está el sapo Pepe. Acercarte y ver que tiene razón; que ahí, afuera, un día lluvioso como ayer, un sapo verde de cerámica se está mojando. Se te estruja el corazón y sabés que eso es una clase de amor. Te convencés de que no es otra cosa lo que sentís. Porque podés desconfiar de todas las otras clases pero sos incapaz de desconfiar que lo que sentís por esa nena es amor. "Pepe, ieia, Pepe".
¿Por qué quisiera tener ochenta años, ya? Y... porque me gustaría saber cómo termina la película. Sentarme en el patio, como se sentaba la bisa, con una pierna sobre un banquito, al sol de la tarde más temprana y mirar para atrás con los ojos cerrados.
Recordar a los que no llegaron, a los que se fueron, a los que se quisieron ir y encontrar a los que se quedaron. Ojalá, cuando llegue a los ochenta, si llego, los que se hayan quedado sean muchos. I just want you closer, is that alright?
Los últimos seis meses fueron muy didácticos. Aprendí que no todos los otros vienen a golpearte. Back off loneliness and hello tenderness. Mi "estado de alerta permanente" no pasa pero se suma gente, cada día.
Vos sabés el miedo que le tengo a las pérdidas. Ganar gente para la vida es algo que me hace bien, después de haber perdido tanto, de haberme equivocado tantas veces.
Descubrí que soy una mina solitaria. Que necesito tiempo y espacio para estar sola. Que no es una casualidad que mi "deseo más deseado" sea escribir. Y que, mentira, no disfruto el silencio pero tampoco me acomodo en el ruido.
Vos sabés, si tengo mucho ruido alrededor, adentro de la cabeza, no puedo pensar. Y pienso más de lo que parece. Pienso y pienso y pienso. A veces, pienso más de lo que siento. Y aunque tengo miedo, me aferro a la idea de que siempre, en todos los casos, lo que sucede es lo mejor que puede pasar. Y que, hay ocasiones en las que, para ganar algo, tenés que perder alguna otra cosa. I wanna shine so bright it hurts.
Todos queremos vivir todas las vidas pero siempre hay que elegir una vida: la vida posible.
Que hay lugar para la ternura; que se gasta esfuerzo y tiempo en ocultarla. Que todo está iluminado, a veces, con lámparas de bajo consumo pero iluminado al fin. Que siempre queda una esperanza, aunque sea lejana, aunque sea ilusión. Siempre queda esperanza y no, por nada del mundo, por ningún motivo, hay que perder la fe. Take a message to Mary: Tell her I'm searching for gold.
No es que la vida vaya sobre ruedas, ni mucho menos. Es sólo que va avanzando. No sé bien hacia dónde; a veces, parece que fuera demasiado rápido y otras veces, resulta más lenta que diez tortugas. Y la mayoría del tiempo, no sé dónde me va a dejar parada. La incertidumbre de todo el mundo. Oh, who knows just what the future holds? All I want to know is if it's with you.
Me gustaría saber cómo termina la película, Migue. Me gustaría saber si lo voy a conseguir, aún a pesar del esfuerzo que haya que hacer, del sacrificio que implique. Quisiera tener ochenta años, mirar para atrás, con las preciosuras convertidas en adultos y mis hermanas, apenas, unos años más jóvenes que yo; con mis amigas tomando el té, a la tarde, en el bar que ya tenemos elegido, con nuestros peinados con spray y nuestros abrigos de colores claros.
Ver y recordar y confirmar que todo lo que está pasando, todo lo que estamos haciendo desde el 2004 para acá, salió bien.
Que, al final, todos fuimos felices. Tan felices como no fuimos nunca antes.
Y que todo valió la pena.
Lo aceptado, lo resignado, lo rechazado, lo conquistado. Lo sufrido, lo querido, lo doloroso, lo perdido.
Todo.
Ojalá que el cuerpo aguante.
Ojalá que haya suerte.
Ojalá que mirar para atrás sea el flashback feliz de la película de mi vida.
Estoy así. Ansiosa pero sin nervios, con nostalgia del futuro. A esta altura, ya no sé que puede ser peor, si el futuro que no llegó o el pasado que dejó huella.

I like to live in an altered state
It makes me love the things I hate
And I’m happy to be alive.

Hablemos de esto en cuarenta y cinco años, Migue.
Si todo va bien.
Si no lo hablamos en vivo.
Si todavía necesito contarte las cosas que pasan.
Si no te convertiste en un recuerdo del happy end.

No more northern skies for me.

(Nah, qué se me va a pasar el embale del otro día. Estoy tomando envión, nomás. Ya viste como es esto: A mis hermanas, les pego yo. Y viste como me pongo cuando me tocan a los que quiero. Estoy tomando envión, nomás. Y sí, los que se crucen conmigo, en el sentido más estricto del término "cruzar", deberían andar con cuidado, porque tengo suelta la cadena y no voy a entender más "situaciones especiales" de nadie, por más "problemitas" que tenga. Es una sabia y buena decisión.)

Everybody move it.

I've been lost inside my head.

Believe in me.

martes, 5 de agosto de 2008

Caro Michele/30

Hablemos de insultos, hoy. Hablemos de insultos velados. De sangrar por la herida, de débiles. Hablemos de todos los que dicen cosas por decir, Miguel, sin volver a decir que la vida ajena siempre es fácil.
Hay un deseo de insultar. Debe ser innato en el humano promedio. El insulto vendría a ser la regla con la que se mide lo que está bien y lo que está mal. Te merecés un insulto, un insulto bien dicho, si el que se cree que tiene la regla, supone que estás haciendo algo mal. Si el que tiene la regla sospecha que lo que hacés está bien, estás inocente de cualquier insulto.
Es un método bastante hijo de puta, no te parece?
Digo, quién está en condiciones de insultar? Quién está en posición de medir lo que está bien de lo que está mal? Quién es capaz de ponerse, no digo por todo un día, digo sólo por un rato, en los zapatos del que recibe el insulto?
Y no te hablo de una puteada. Las puteadas, al lado de los insultos dichos con elegancia y altura, son caricias. Qué mal le hace a alguien que le digan forro o pelotudo? Si ya forman parte del vocabulario normal de más de dos generaciones. Nadie se puede espantar por eso, salvo que tenga la edad de no sé, la que todo lo puede, ponele.
Yo te hablo de otro tipo de insulto. Ponele que vos actúas de una manera que te parece correcta. Que hacés algo para evitar que alguien sufra o, mejor todavía, que compartís algo que te da felicidad y a cambio te acusan de andar con cuchillo abajo del poncho o de que te da todo lo mismo y que elegís a la gente por descarte.
Ya sé. Vos me vas a decir que esas son injusticias, que no son insultos. Para mi son más o menos lo mismo. Y no me acuses de intolerante. Vos sabés mejor que nadie que yo tengo mucha más paciencia de la que parece, pero estoy un poco cansada de ver que cualquiera dice cualquier cosa.
Y no tengo ganas de callarme, ni de ignorar, ni de hacer de cuenta que escucho llover. Si algo llevo aprendido es que cuanto más agachás la cabeza, más te la pisan. Y a mí, no me pisa nadie más. Nunca más. Porque lo tengo decidido y porque se me da la gana y porque tengo la misma capacidad, o un poco más todavía, para la crueldad, si quiero. Que yo elija no ejercer esa capacidad es otra cosa. Pero ahora no viene al caso, porque estoy enojada y cansada y es muy tarde y la angustia se me apelotona en el pecho y no me quiero ir a dormir enojada.
Entonces, vengo a hablarte de esto y sé que vos y algún otro, van a estar de acuerdo conmigo: cada vez que medís a alguien con esa puta regla del bien/mal, te equivocás. Cada vez que elegís con quién usarla, elegís mal. Elegís a la persona incorrecta. Elegís justo a la que nunca te va a decir una salvajada, a la que no te va a dar vuelta los dedos para obligarte a hacer lo que no querés; a la que, a lo mejor por misericordia, no te va a andar mostrando los agujeros que tienen tus medias.
Eso habría que tenerlo en cuenta. Es mucho más fácil y mucho más descansado ser cruel. La crueldad es tan impune que una vez que te acostumbraste a usarla, ni siquiera te das cuenta que la estás utilizando.
Hasta que te encontrás con alguien como yo, un día cualquiera, que se hartó de ver cómo miden sus dichos y sus actos con una regla que está toda torcida los que ni siquiera se atreven a mirar para adentro de sus casas, mucho menos de sí mismos.
Y esta clase de noencuentrolamalapalabraqueabarqueaestaclasedeinfames es la que anda rebotando de grupo de gente en grupo de gente, no discrimina género, eh. Podés ser hombre o mujer y hasta se te pueden ver desde lejos las hilachas de tu motivación para insultar a alguien y hasta se te puede justificar que seas así, pero vamos, Migue, que todo tiene un límite.
Entonces, a esos, a ese hato de miopes de todos los sentidos y sobre del sentido de la orientación y de la ubicación, algo hay que decirles. Sólo para que vean que si uno quiere, si un día se cansa, puede ser peor que ellos. Mucho peor.
Y les puede decir, por ejemplo, que es bastante patético que ni los hijos prefieran pasar los días con ellos o que andar siempre creyendo que se actúa de mala fe, sólo los hace más miserables y miedosos de lo que ya son. Que no hay que pegarle a la mano que les ofrece una caricia, porque a lo mejor, es la única que se les acerca en toda la putísima vida. Que no hay que hablar mal de otras mujeres siendo mujer, porque el mundo es muy chiquito y todos nos conocemos con todos y siempre se sabe por qué camas pasó una y por cuáles intentó y no pudo. También se sabe cuando intentó e intentó e intentó y no logró dormir ni siquiera una siesta con nadie porque no hay peor pecado que que no haya pija que te quede cómoda; que no te lo anden refregando día y noche por la cara, es sólo una especie de perdón que te da el destino, pero no hay que abusar de la suerte. Así de mierda es el mundo. Todo se sabe enseguida, a la velocidad de la luz. Y lo peor de todo es que, tras saberlo, viene la confirmación, de primera mano. Hay que tener cuidado. Ejercer la maldad -el peor tipo de maldad, la disfrazada de comentario jocoso- necesita de grandes dosis de inteligencia y sobre todo, de memoria. Una no puede hablar mal de otra, por el simple hecho de que, a lo mejor, meses atrás, le estabas contando tus cuitas sin fijarte si te opacaba, si te presentaba competencia, si te podía sacar algo que pretendías tuyo. Así, como todo en el hermoso mundo femenino, para ejercer la hijaputez, tenés que ser astuta. Si sos boluda, fuiste.
Que si sos hombre, no deberías humillar a una mujer porque venís de una mujer y quizás, si la justicia divina existe, tengas una hija. Y te va a doler que las humillen. A cualquiera de las dos. Te va a doler y no lo vas a poder creer. Y vas a pensar que son buenas minas y que no se lo merecen. Por eso, antes de insultar a una mina, sobre todo si la mina se portó bien con vos, recordá eso: podés tener una hija. Una hija que se encuentre con alguien como vos. Igualito. Calcado. No le vas a hacer eso a una hija tuya, no? Bah, si es que podés sentir un sentimiento más o menos limpio y sano por alguien, se lo vas a evitar. Si podes, remarco. No todo el mundo puede.
Y si le emputecés la vida a un tipo, bueno, ya se sabe como termina eso: más tarde o más temprano, alguien te va a dar la paliza que estás necesitando. Quizás no sea justo ese al que te empeñas en joder pero va a ser algún otro. Es sólo cuestión de tiempo.
En el afán de inventar conspiraciones contra cualquier perejil que anda dando vueltas, todos somos culpables. No importa lo que hagas. No importa cuantas muestres des. No importa la sinceridad, la honestidad, la decencia con la que te presentes. No importa. No importa la evidencia que des día tras día. Siempre vas a tener la culpa.
Y sí, soy ordinaria, pero qué querés que te diga. En este mundo, últimamente, hay mucha gente mal cogida. Pero claro, quién puede pensar en coger cuando está midiendo a los demás con la reglita: que esta es puta, que el otro un pelotudo, que ese es un forro y aquella, una conchuda. Que ese dice mentiras; que a la otra le gusta demasiado la pierna y a lo que se presenta, dale que va.
Estoy cansada, Migue. Estoy cansada de estas cosas. ¿A quién le ganaron todos estos? ¿Quién les dio el poder de enjuiciar? ¿Quiénes se creen que son? ¿No les alcanza con todo lo que tienen que hacer para mejorar sus vidas chiquititas, espeluznantes y miserables que se tienen que poner a medir las vidas de los demás?
Te estarías riendo ahora. Te reirías de mí, Miguel, porque cuando me enojo, puteo como un tumbero y reacciono como un barrabrava, pero la verdad, a veces, el hartazgo me llena todo el cuerpo y la cabeza.
Porque parece imposible no joder a alguien, aún con tu felicidad.
¿Ves que cuando digo que el ser humano promedio es un bicho de mierda, no me equivoco mucho?
Ni el débil es tan débil, ni la loca es tan loca, a la hora de insultar. A la hora de decirte porque sí y sin motivo, lo que se les cae de la boca o de los dedos porque los tapa la mierda y necesitan salpicar para los costados, no sea cosa de que quede algo limpio.
Y sabés qué? Estoy cansada de entender. Estoy cansada de dejar pasar estas cosas. Estoy cansada de tomarlo como de quién viene. Estoy podrida de poner la otra mejilla. Yo no estudié para santa ni para mártir. Yo me quejo, me enojo y sólo tengo estas dos mejillas. No quiero ser Cristo. Así le fue al pobrecito. Menos mal que era el hijo de Dios.
Entonces, vengo y te cuento esto, Miguel. Y te prometo, te prometo por mi viejo y por vos y por todo lo sagrado que todavía habita este mundo que no va a pasar una sola vez más. Que me voy a defender y que no me va a dar culpa porque los demás tienen "problemas". Yo también los tengo y no me desquito con nadie. Me fallan las cosas, un montón de veces me frustro, hay un millón de ítems en mi lista de pendientes pero voy por ahí sin repartir trompadas a lo loco. Y me la banco, la mayoría de las veces, solita con mi alma y algunas veces, con los muy pocos que me hacen el aguante.
Entonces, esto: me voy a empezar a defender. Asi que, vos que andás por allá, si ves algún conocido de toda esta caterva de medidores infectos, pediles que les avisen. No hay próxima vez.
La última vez fue hoy. A partir de hoy, por lo menos, para hablar conmigo, van a tener que pensar muy bien lo que dicen.
Eso.
Ah! Si podés, también avisá que tengan mucho cuidado con lastimar a cualquiera de los que quiero. No soy yo cuando me enojo. Pero soy menos yo cuando lastiman a alguien que quiero.
No tienen idea de lo que soy capaz.
Y no. No es una advertencia. Es una amenaza.
Ahora, sí. Me voy a dormir.
Mañana va a ser un día maravilloso. Como cada uno de los días de los últimos meses.
A partir de mañana, se terminó la piedad que, al final, no es una cosa tan buena, viste? La gente la confunde con boludez.
Y yo me hago pero no soy.
Te quiero. Te extraño. Y hoy, me alegro que hayas zafado de esta porquería de gente que mide con esa regla de mierda.
Chau, Miguel. Todo va a estar bien.

Now Im not looking for absolution
Forgiveness for the things I do
But before you come to any conclusions
Try walking in my shoes
Try walking in my shoes.

Things are going to slide, slide in all directions
Won't be nothing
Nothing you can measure anymore

viernes, 1 de agosto de 2008

Ley n°1

No voy vivir bajo sospecha.
Eso.
NO.

jueves, 31 de julio de 2008

Caro Michele/29

Un día de estos te dejo de escribir. Estoy casi segura. No porque te haya dejado de querer o de extrañar, si no por que es hora. Hay que largar el pasado de una vez y, mal que nos pese, Migue, vos sos el pasado.
Hay una película. La vi hace poco. En la película hay una mujer que tiene que decidir entre la experiencia del presente y la promesa del futuro. No es una elección fácil.
Nadie sabe bien qué le depara el futuro y siempre hay que apostar. Todos conocemos el pasado, lo sufrimos, lo pisamos y más o menos, tenemos idea del presente. El presente es lo que hay. A veces, mejor; a veces, peor.
La mujer de la película tiene que elegir entre lo que conoce y lo que puede llegar a conocer. Se confunde, tiene miedo. Se asusta. Pero en algún momento tiene que decidir. Y el momento de la decisión es crucial. Se juega la vida. Es su último minuto y se juega por la promesa del futuro.
Todos nos merecemos un futuro mejor por bueno que sea el presente. Porque hay que tener por lo menos una esperanza en esta vida.
No podemos cambiar nada del pasado. Todo eso nos trajo hasta acá, Miguel. Incluido vos.
Y claro, a la mujer de la película le hubiese gustado vivir todas las vidas posibles: las pasadas, las presentes, las futuras.
Para la gente como nosotros, amigo querido, que sólo hemos vivido a fuerza de pasado y presente, la promesa de futuro es tan nueva que da miedo. Y da miedo por todo. Porque cada vez que elegís, perdés algo. Y nadie quiere perder nada.
Lo único que puedo decirte es que no quiero esperar al último minuto para decidir. El presente es lo que es. No va a cambiar. La promesa del futuro puede salir de cualquier manera. Es hora de apostar fuerte. Yo quiero mi final feliz. Siempre lo quise. Final feliz con combo completo. Por todo lo que pasó. Por todo lo que pasa. Es hora de apostar y no importa como salga. Lo que importa, esta vez, es que después de creer que seríamos punkies toda la vida, el futuro se asoma ahí, diciendo "estoy acá, no me pierdas."
Trataré de perder la menor cantidad de cosas posibles. Al menos, eso espero. Y vos sabés a qué clases de cosas me refiero.
Esperar y esperanza deben estar relacionadas. Como confiar, fiar y confianza, no?

¿Vos qué harías en mi lugar? ¿Dejarías pasar la oportunidad?
Creo que no. Vos harías lo que voy a hacer yo. Cerrar los ojos y jugar la última ficha. Y esperar que todo salga bien o lo mejor posible. Y si hay suerte, si hay mucha suerte -porque sólo es cuestión de suerte; la voluntad ya está puesta al servicio- seremos felices. Tan felices como nunca antes.
Y la vida va a ser buena.
Y hay que aprovecharla mientras dura. Por lo que dure, no te parece?
Estos días necesitaría un amigo como vos, pero en este mundo, Miguel.
Y sí, te extraño. Qué le vamos a hacer.
Ando escribiendo poco. Por ahora, o vivo o escribo. Estoy viviendo.
Estoy viviendo.
Por fin.

domingo, 13 de julio de 2008

Caro Michele/28

Migue mío. Empiezo a escribir esto, el domingo a las siete de la mañana.
Quién sabe a qué hora lo terminaré.
Me duele el cuerpo y me pesan los ojos. Este fin de semana estuvo lleno de corazones. Corazones rotos, emparchardos, colapsados, que sangran y duelen, que sufren en silencio, que tienen miedo. Puros corazones. La reina de corazones.
You heart breaker, wherever you're going, I'm going your way.
Ya sabés. No soy buena para hablar al respecto. La oratoria no es lo mío. Hablar, decir. No sé. No puedo. No me salen las palabras y siento que lo que pudiese decir al respecto sería equivocado, torpe o directamente, todo lo contrario a lo que pienso.
El corazón. Sus asuntos. Sus misterios. Apasionante, diría alguien que semi conozco.
La vida no va mal. No me despeina por ahora pero me asombra. Algo pasa cada día.
H dice que por fin dejé de trabajar en mi contra. Yo digo que todavía no voy a trabajar.
Me hace falta una brújula. La mayoría del tiempo no sé lo que hago y a cada rato, cada hora, tengo miedo de lastimar y lastimarme. Vos me entendés bien: estamos acostumbrados a andar solos desde hace mucho. Y cuando uno anda solo durante mucho tiempo, sin atarse a nadie, pierde noción del otro. Del otro para lo bueno. Del otro para lo malo, no.
Esta vez me toca arriesgar. Cierro los ojos y avanzo y que sea lo que Dios quiera. I'm not scared. I'm outta here. Repeat x 1000.
Corazón. Corazones. En estos días me gustaría poder hablar con vos. Vos me escucharías con paciencia zen. Me preguntarías qué es lo que quiero, sin pensar en lo que más conviene, porque nunca nos preocupamos por lo que nos pudiera convenir. Así, nos tapó la mugre, más de una vez. Así, metimos la mano en la mierda, demasiadas veces. Pero ni vos ni yo nos arrepentimos de nada de lo que hicimos y si tenemos cicatrices, nos las ganamos en buena ley. Por eso, caminamos con cuidado. No nos podemos lastimar en el mismo lugar tantas veces. Asusta. Asusta. Asusta mucho. Paciencia, el susto ya va a pasar.
Pero la vida es buena, este mes y el anterior y el anterior. Es buena, es suave, es tibia. Y no recuerdo cuándo fue la última vez que fue así. Algo me dice que no va a suceder muchas veces más y que todo hay que aprovecharlo, salga como salga.
Obvio, no hay apuro y ya sabés que como buena maricona que soy, yo me tomo mi tiempo. No evalúo, ni estudio. Siento. Pienso. Primero siento y después pienso y en algún momento, cuando ya haya sentido y pensado bien, decido.
No espero que me esperen. Espero hacer las cosas bien. Sin sorpresas, sin alarmas. Fire. Buy the sky and sell the sky and lift your arms up to the sky and ask the sky and ask the sky. Fall on me.
Soñé con el mar. Soñé con el mar y la playa. Era feliz. Mirando el mar, era feliz. Tan feliz como no fui en años. El agua era azul, azul, un azul más oscuro que el del cielo y hacía frío y yo tenía campera, gorro y guantes y el sol estaba alto y la sonrisa no se me borraba de la cara. Es un sueño pero es un buen sueño. Nunca son tan buenos los sueños.
Si las cosas se ordenan bien, si se puede, si me dejan, si todo empieza despacito y suave, si no me asusto, si no me escapo, si no hago/digo alguna de las mías...
Estoy contenta conmigo, Migue, pero a veces me resulta tan difícil ser yo, porque esta que soy ahora, no me resulta muy conocida. Y las cosas que pasan alrededor son nuevas y buenas y a veces, no las puedo creer y me dan ganas de meterme abajo de la tierra y desaparecer, y otras veces me reto y me castigo y me digo que no va, no da, que basta.
Pero la mayoría del tiempo, pienso que todo esto es un rato y que el rato va a pasar.
Y sé que voy a extrañar este rato pero todo va a estar bien.
Escribir. Seguir escribiendo. Eso. Y disfrutar de todo un poco más.
Believe in me. Believe in nothing. Circus Envy. La vida sigue. Mejor. Un poco igual, un poco mejor. Depende dónde te pares a mirar. Y a veces, me canso. Y a veces, es demasiado para un solo cuerpo. Y a veces, hay demasiado para un sólo corazón. Ojalá sea lo que esperan que sea. No estoy segura, de a ratos, de poder serlo. Tendríamos que poder vivir varias vidas al mismo tiempo.
Everyone says they know you (they know you)
Better than you know who (better than you)
Everyone says they own you (they own you)
More than you do.
En fin, no se entiende y es el propósito. Yo tampoco entiendo mucho.
Once I wanted to be the greatest.
Daysleeper.
Una hora. Completa. Una hora. Living Proof.
There's such a lot of world to see.
My huckleberry friend, Moon River and me.

sábado, 12 de julio de 2008

Corbata

Todo se le ocurrió cuando lo vio sacarse la corbata.
El disco sonaba desde hacía rato y se sabía el tema de memoria.
Se puso la corbata que había quedado sobre la cama.
Encima de la camiseta blanca que usaba para dormir, ella se puso la corbata y lo esperó.
El, que había llegado destruido de trabajar, se daba una ducha para sacarse el olor del día.
Salió envuelto en el toallón, como siempre, goteando y mojando el piso, dejando las huellas de sus pies, marcadas en el espinapez del parquet.
La vio. Sonrió. Ella estaba de espaldas, jugando con el control remoto del equipo de audio. Lo escuchó sentarse sobre la cama y disparó play.
La música ocupó toda la habitación.
La música y ella que cantaba, casi como proposición, que si él quería un amante, ella haría cualquier cosa que él pidiese; que si buscaba otra clase de amor, usaría una máscara, en la fonética más horrible que alguien pudiese escuchar y él largó la carcajada.
La vio moverse mientras se secaba el pelo.
La vio sentarse en una silla, con el pantalón que le quedaba grande, la camiseta y la corbata.
Ella encendió un cigarrillo.
El recordó cuando la conoció.
La mujer más tremendamente mala e inofensiva que había visto. Todo lo decía con los ojos. Estaba cansada o triste o se sentía inmensamente sola y eso, todo eso junto, se le escapaba por la miraba. Y coincidía con algo que el venía apretando debajo de la camisa.
No pudo dejar de recordar cuando la conoció, entre un gentío impensado de desconocidos apenas unos meses antes de esa noche.
Ella pitaba y repetía lo que decía la canción. Cerraba los ojos y abría la boca para dejar salir la fónetica de otro idioma y decirle que si un día quería pegarle con rabia, ella estaba ahí.
El la miraba pero no la veía. O mejor, la veía y veía todas las otras ellas, que la ella que ahora cantaba, llevaba a cuestas: la maldita, la divertida, la chica Dickens, el carlitos de la barra de la esquina, la madre, la amiga, la infecciosamente encantadora mujer de la que, no se explicaba bien cómo, cuándo y por qué, empezaba a sentirse enamorado, enamorado como en las películas. Esa clase de cosa que nunca pasa en la vida real.
Pero ella seguía cantando y si él quería que ella fuese un médico, revisaría cada pulgada de su cuerpo, y si quería que fuese la madre de su hijo, ella estaba ahí. Era ella.
Y él entendió, después de recordar la primera noche que durmieron juntos -cuando ella confesó que nunca había necesitado a nadie, que se arreglaba sola para todo, como siempre, como muchas otras-, que el mensaje era tan claro que ni siquiera hacía falta decirlo en el idioma habitual o con la pronunciación correcta.
Porque hasta le prometía volverse invisible si él quería caminar solo por la calle o si necesitaba un boxeador, ella subiría al ring.
Sí sólo la quería para dar una vuelta,bueno... era ella. Ella.
I'm your man, dijo. Y lo dijo tan fuerte que lo sacó del recuerdo.
Si querés, terminó de ofrecerle y aplastó con fuerza la colilla sobre el vidrio del cenicero.
La música desapareció y la habitación se llenó de unos minutos de silencio.
Y él pensó que no era capaz de decir que ella era la mujer que más había querido o que la quisiera mejor que a otras que quiso, pero supo que nunca la olvidaría.
Y sólo respondió un sintético, concreto y lacónico sí que desgarró el silencio de la habitación.
A ella se le llenaron los ojos de lágrimas.
El suspiró. Después de todo, era un hombre enamorado.
Esa noche estuvieron bien.
Ahora, no importa como fueron las noches siguientes.
Esa noche estuvieron bien.
Porque a veces, toda la vida se concentra en una sola noche.
Porque a veces, algunas noches tienen final feliz.
Porque todos se merecen un final feliz aunque sólo sea por una noche o una vez en la vida.

sábado, 5 de julio de 2008

Las preguntas y las respuestas

Me resulta inevitable preguntarme cosas estos días. Me resulta inevitable responderme.
Toda la noche de ayer, todo el día de hoy, la misma pregunta: ¿seríamos felices?

Hay una voluntad para ser infeliz. Una voluntad que no aparece a la hora de la felicidad.
Como si ser feliz, proponérselo, intentarlo todo, aún aquello que no va a llegar a ninguna parte, fuera una idiotez.
Ser feliz no tiene buen marketing.
Sufrir, torturarse, quién sabe por qué, está mejor visto.
Me pregunto quién habrá inventado eso.
Quién fue el primero que dijo que ser feliz es ser medio estúpido, reírse de los árboles, vivir en las nubes. Porque es un pensamiento bastante errado. O quizás, sea mi concepto de felicidad el que no está bien.
Porque alguien feliz, desde estos ojos que ahora miran lo que escribo, estaría conforme con la vida que lleva pero no se conformaría, con lo que hay, con lo que tocó.
Dormiría tranquilo, por las noches, sin pensar en el esfuerzo sobrehumano que hay que hacer para levantarse.
No se resignaría a que las cosas son así.
Nadie puede ser feliz teniendo como base la resignación.
Ser feliz es mucho más dificil que no serlo.
Nada más basta mirar el mundo para que la felicidad sea imposible.
¿No alcanza esa única complicación, que además, hay que agregar una voluntad manifiesta para ser infeliz?
Yo quiero ser una persona feliz, en este mundo que permanentemente pinta la felicidad como una pelotudez olímpica. Quiero estar conforme con mi vida, sin tener que conformarme con lo que me tocó, con lo que hay, qué le vamos a hacer, es el destino.
El destino lo hace uno, cada día, todos los días. No es fácil. No es rápido. No es liviano. Hay que remar.
Hace años que la remo. Soy una buena remadora.
Ya resigné demasiadas cosas. Resigné volver a ver las caras de mis abuelos y de mi papá; a poder darme algunos lujos y a que mi vida no sea exactamente lo que siempre pensé que sería.
¿Tengo que resignar muchas otras cosas?
No quiero.
Esa es la respuesta. No quiero resignar nada más.
Quiero ser una mujer feliz.
Eso no me va a convertir en una idiota.
Al menos, no me convertirá en una mujer más idiota de lo que soy, desde siempre.
Ser infeliz no está bueno.
Andar por el mundo con cara de torturado no está bueno.
Vivir resignado no es vida.
Hay algunas cosas -unas pocas cosas- por las que vale la pena remar.
Nadie quiere sufrir. Pero, a veces, el precio que hay que pagar por una dosis mínima de felicidad, es un poco de sufrimiento.
Yo preferiría no sufrir. Es cierto.
Pero nunca voy a ponerme al servicio de la infelicidad.
Fui infeliz demasiado tiempo como para seguir pateándome en contra.
No estoy preparada para eso.

¿Seríamos felices? Sí, seríamos felices.

Para serlo, deberíamos ser valientes. La valentía tampoco cotiza en bolsa, últimamente.
Entonces, ¿qué hacemos? ¿qué vamos a hacer?
Son las dos preguntas que todavía no me pude responder.

domingo, 22 de junio de 2008

Dos plazas

Se despertó con la misma incertidumbre con la que se había acostado. En unas horas, debía recibir el llamado telefónico que había esperado la noche anterior hasta que la venció el sueño. El llamado que prometía una noche de amor, un poco robada, un poco escondida, después de una separación que nunca pudo entender bien y que la cambió de posición: de novia a amante, sólo en cuestión de meses.
Sobre la mesa de luz, el cenicero amontonaba las colillas del atado, que no hacían más que confirmar las horas que pasó esperando, con el inalámbrico apoyado sobre las piernas para no perder ni un segundo en atender.
A la izquierda del cenicero, la cáscara de una mandarina aguantaba el peso de las semillas y recordó, que alguna vez, cuando no necesitaba ocupar la plaza que, ahora sobraba en la cama, con las almohadas, una detrás de otra, tenía prohibido comer mandarinas en el dormitorio, por el olor. Y fumar. No podía fumar cuando la otra plaza estaba ocupada, dentro del dormitorio.
Todavía estaba en posición fetal, cuando se llevó la mano a los ojos y los notó hinchados. Se dio vuelta y se abrazó a una de las almohadas, anidándose en sábanas y frazadas.
Asomó un brazo por encima de la ropa de cama para tantear el teléfono. Miró el display. Nada indicó que durante el sueño, aquel llamado se hubiese producido.
Había pasado el mediodía. Suspiró.

Se levantó con el cuerpo dolorido, como si durante la noche hubiese hecho un esfuerzo muy grande. Arrastró los pies hasta el baño. Prendió la luz y odió que ese baño fuera tan oscuro, tan cerrado. Se miró al espejo. Tenía los ojos hinchados, sí. Había llorado. Y llorando se había quedado dormida. Recordó que el teléfono había quedado sobre la cama y desanduvo sus pasos hasta la habitación para llevárselo con ella al baño.
Se sacó el pijama. Se miró al espejo. Descubrió dos canas más. Frunció la cara y examinó, con detenimiento, las arrugas que le rodeaban los ojos. Se miró el cuerpo. Estrías, celulitis, alguna cicatriz. Con las manos, se palmeó el culo. Lo notó flojo. Abrió la ducha.
Si fuera más joven, si fuera más linda, si fuera más flaca, si fuera más alta, pensó. Si fuera otra, a lo mejor, no se hubiese ido.

El agua le tocó los ojos, se le deslizó por el cuerpo. El jabón le acarició la piel y sintió asperezas en codos, rodillas y talones. Se reconcentró usando la esponja vegetal y la piedra pómez, con saña. Mojó el pelo y lo notó reseco, estropeado. Hizo espuma con el champú mientras friccionaba el cuero cabelludo con violencia. Enjuagó el pelo bajo el agua y se preguntó, en el momento en que pudo distraerse, dónde iría a parar el agua que hacía un vórtice en la rejilla. Se imaginó la trayectoria del agua, hasta la planta potabilizadora y de ahí, su purificación hasta el camino de vuelta hacia la canilla y se vio tomándose su propia mugre, sus células desprendidas. Le dio asco el agua y también, le dio asco la sensación de tragarse su propia descomposición. Una arcada la hizo volver a cerrar los ojos y dejar que el agua caliente se le deslizara por el cuerpo, como la caricia que solía recibir antes de que la cama le quedara tan grande y que, los últimos dos días, extrañaba.

El espejo del baño estaba empañado. Se sentó sobre la tapa del inodoro y comenzó a secarse. Se frotó las piernas brutalmente. Cuando pasó la mano para asegurarse de que se había secado bien, se dio cuenta que la mañana anterior, la habían depilado bien. Tanto preparativo para nada, se escuchó decir.
La piel estaba suave y no había un solo pelo cortado que pinchara. Siguió secándose el cuerpo con crueldad, dejándose la piel enrojecida.
Se miró las manos. Tenía las uñas comidas y los dedos lastimados de tanto roerlos. Intentó quitarse una piel sobrante que se levantaba cerca de la uña del pulgar, con los dientes. Le dolió.
Con los nueve dedos que no le dolían, se puso un baño de crema en el pelo y lo envolvió en una toalla. Buscó la crema para la celulitis y la pasó por la cadera y los muslos, con movimientos rápidos y circulares. Luego, abrió un pote petiso, y se desparramó la crema anti edad, con golpeteos alrededor de los ojos y la boca.
Se lavó las manos con agua fría y se sentó, de nuevo, en la tapa del inodoro, contando los azulejos para que se cumpliera el tiempo del baño de crema.
Cuarenta azulejos horizontales. Diecisiete azulejos verticales. Se preguntó qué habría debajo de los azules, si un día, se le ocurriera levantarlos.
Sonó el teléfono. Se le aceleró el corazón.

Atendió con los ojos cerrados. Dijo hola. Se quedó escuchando. Mañana, sí, contestó. Como siempre, sí, dijo, después de un segundo silencio. Un beso, mamá, terminó de decir antes de apretar con el pulgar dolorido la tecla off.
Se sacó la toalla. Se enjuagó el pelo y lo envolvió en una toalla seca. Dejó deslizar la bolilla del desodorante por las axilas. Se puso el pijama. Salió del baño con el teléfono en la mano.
Arrastró los pies hasta la cocina y eligió dos mandarinas de la frutera. Miró cómo relucía la bacha de la cocina y el piso. Miró, al pasar, el orden del living. Volvió a arrastrar los pies hasta el dormitorio. Se metió en la cama y acarició las sábanas nuevas. Apoyada contra el respaldar de la cama, le sacó la cáscara a la primera mandarina y sintió arder el pulgar. Desgajó la fruta y quitándole los hilitos blancos a cada uno para metérselos en la boca y separar la pulpa de la semilla para después, depositarlas en la cáscara nueva.
Después de comer, se olió los dedos. El olor a jabón y mandarina se confundía.
Encendió un cigarrillo y lo fumó mirando alrededor. Las cortinas recién puestas, los libros ordenados, las fotos sobre el estate, la ropa en su lugar, las puertas del placard bien cerradas. Cuando la brasa se le hizo sentir en la mano, lo aplastó contra el vidrio del cenicero.

Acomodó las almohadas. Una detrás de otra, como si fuera un cuerpo, como si el cuerpo faltante pudiera reproducirse con ellas. Miró el teléfono, revisó el tono. Se acostó. Se anidó en la ropa de la cama, se abrazó a la almohada. Volvió a llorar. Así, se quedó dormida, otra vez.

El teléfono no sonó en todo el día.

lunes, 16 de junio de 2008

Será cuento

"Todo el mundo merece un final feliz, al menos, una vez en la vida"

Es un buen final para un cuento.
Es un buen principio para un cuento.
Es un buen principio.

"El miembro más débil, en sus últimos días, decide alejarse de la manada con la convicción de que su debilidad es un peligro más de los que acecha a todos sus compañeros."

Ese es un buen final, creo que sí.
Y todo esto se convertirá en un buen cuento.
Porque se lo merece.

(Acordate de Jack London. Ley de vida.)

This is the way that we love,
Like it's forever.
Then live the rest of our life,
But not together.



jueves, 12 de junio de 2008

Aire


I need something to breathe.
(Something to breathe)
Baby, don't shiver now.
Why do you shiver now?
(I will see things you will never see)
I will try not to worry you.
I have seen things that you will never see.
Leave it to memory me.
Don't dare me to breathe.


I need something to breathe.
(Something to breathe - I have seen things you will never see)
I want you to remember.

lunes, 9 de junio de 2008

Fin de semana



Cuando la preciosura ve esta foto, pone un dedo en el pelo de la chica y dice Iayiay. No me parezco a esta chica, casi en nada, salvo en el pelo. Y la preciosura, ya puede reconocer un corte de pelo copiado. Es una nena muy inteligente.

El jueves me di cuenta de que la preciosura ya tiene un miedo grande. Un miedo que la hace llorar.
Mirabámos un libro que se llama "A Leo le pica", distribuído por un laboratorio para los chicos que tienen alergías de piel. El libro tiene dibujos. En una de las páginas, Leo iba al doctor. Le mostré el dibujo a la preciosura -un año y ocho meses, a veces me sorprende mucho- y le cambio la cara.

Tortor, no, iayiay. Tortor, no, dijo y se puso a llorar.

La abracé, tiré el libro al piso, lo escondí, le canté la canción de Pepe, hasta que se le pasó.
Después hablamos de salir a pasear. Yo le preguntaba, ella respondía.

Vamos a ir a pasear.

Sah.

La preciosura no dice ni sí, ni no. Dice sah y nah.

Y vamos a comer?

Sah.

Qué vamos a comer?

Pizzzzzzzzzza, iayiay.

Todos los días pizza?

Nah, talta.

Me hizo reír.

Más tarde, me llamó por teléfono. Es mujer, no hay nada que hacerle. Me llama por teléfono, me grita Iayiay, hola, embuaaaaaaaaa (su versión teléfonica de los besos) y cuando le digo chau, me cuentan que me saluda con la mano.
La preciosura es lo mejor que le pasó a mi vida. Sin dudas.

El sábado, reunión con mi familia elegida. Me extrañan. Me quieren. Me ven linda. Más linda, dicen cuando yo digo "sí, un poco mejor". Vamos a tener un bebé. Un bebé en la familia elegida. Y cada vez que lo pienso, se me hace un nudo acá. Nos convertimos en adultos, finalmente.


Hoy le dije un montón de verdad a alguien.
No estoy más contenta pero estoy más liviana.
No sé si me entendió. Creo que no. Ojalá que sí. Ojalá que haya entendido que, a pesar de todo, yo lo quiero bien y lo respeto más de lo que puede imaginarse.
Ojalá lo haya entendido así. Y ojalá, algún día, me digan una verdad que yo pueda entender de esta manera.
A veces, hace falta decir la verdad. La más pura, simple y sencilla verdad, sin dar vueltas. Porque la verdad escondida pesa mucho. Al menos, para alguien como yo.

viernes, 6 de junio de 2008

Caro Michele/27

Las cosas no van bien. No van bien. Ni adentro de mi cabeza ni afuera. Te escribo hoy, a esta hora que debería ser temprano para lo usual con el cuerpo todavía temblando. Me despertó una pesadilla. Una pesadilla de esas tan vívidas, como las que a veces tengo. Las que me avisan.
Y no importa quiénes estaban en la pesadilla. Importa lo que yo veía, lo que escuchaba, lo que sentía. Importa eso que siento que dice que estoy haciendo todo mal, otra vez. Y que las cosas no van bien y que si no me alejo un poco, (porque vos viste como soy, si estoy cerca, estoy tan cerca y encima estoy cerca pero bien -o por lo menos, lo bien que me parecen a mí que se hacen las cosas bien-, y si estoy lejos estoy tan lejos), todo va a terminar mal. Mal para mí, nomás.
No hablo del fin del mundo ni de nada parecido. Hablo de sentir otra vez, la misma frustración de siempre. De las malas elecciones, de los pocos límites, de otra vez siempre lo mismo y terminar esta vez, sí, cerrando la puerta a todo. Hasta a esta correspondencia, porque hasta yo me canso de mí.
Y ya no me queda mucha paciencia y no tengo tiempo para equivocarme de nuevo.
Yo sé que vos me vas a entender: es igual que no poder confiar en nadie. Aunque vos quieras. Aunque sea lo que más queres. Es buscar en quién confiar y no encontrar a nadie, pero no porque no haya, sino porque te retan, porque te dicen como son los que vas encontrando, porque te quieren o porque te detestan. La vida de los otros, la mía, a veces, desde afuera parece tan fácil, Miguel.
Estoy cansada. Muy. Y no sé si estoy a un paso de la locura total - a veces, parece que me imagino cosas que no pasan; otras veces, soy un mostro que le da mucho miedo a todo el mundo. Hoy me dijero eso: Si ya sabes que les das miedo a todos. Justo yo, qué mal me debo dar a conocer- o a un paso de desaparecer por completo de todos lados.
Qué soñé? Una idiotez. Lo peor no era lo que pasaba, que seguramente sea lo que está pasando, no sé por qué, algo me dice que es así y ya aprendí a confiar en mi intuición, sino que yo estaba ahí y a nadie le importaba. Pero lo peor más peor, es que cuando me desperté, supe que justo eso era cierto. A nadie le importa. Y eso es algo que no te podés olvidar, cuando a nadie le importó muchas veces lo que te estaba pasando o lo que estabas diciendo o la manera idiota que tenés de exponerte, casi como si estuvieras desnudo. Imaginatelo: vos estás en un lugar cualquiera. Una casa que tiene dos pisos y no sabés bien por qué terminás atrás de una cortina. Y escuchás lo que pasa en el piso de abajo. Sabes quiénes son. Al menos, sabés quién es uno de los dos que se escuchan. Y vos estás ahí arriba, atrás de una cortina, casi desnudo.
Es un sueño para asustarse mucho, porque es uno de esos que dice que te están señalando todas las cosas y no las querés ver.
Y yo veo todas las señales y sin embargo, no puedo dejar de hacer lo que hago. Y ya ni siquiera sé para qué lo hago. Ni por qué. Ni por quién.
Igual, claro. Es un sueño. Reelaboraciones de la información que recopilaste en la memoria a lo largo del día o el día anterior. Es un sueño, no pasa nada.
Mañana, cuando me despierte de nuevo, con la garganta inflamada y el cuerpo todo golpeado, voy a poner mi mejor cara, me voy a hacer la graciosa, la ortiba, esos disfraces que yo me pongo y va a estar todo bien. Tan bien como hasta ahora que va todo tan mal.
Las cosas van mal. Y si no hago algo al respecto, pronto, todavía pueden ir peor. Una vez más, tengo que desaparecer. O conseguir alguna aleación que me separe del resto de mundo.
Y sí, estoy re moneda. Qué me importa, que me importa si soy moneda. ¿Cuántas veces me tocó a mí, escuchar el monedismo de otro y escucharlo con atención? ¿A quién estoy jodiendo? A nadie. Me siento mal. Me siento MAL. Me siento esperando un montón de cosas que no van a pasar. Y quiero que termine todo esto de una vez.
Que termine todo y pasar a lo siguiente, sea lo que sea. Aunque sea una porquería. Pero que sea una porquería distinta y no la misma porquería que ya conozco.
Eso.
Vos no te das una idea de lo que te extraño hoy, Miguel.

jueves, 5 de junio de 2008

Nosotros, los dos

“A mí, que no tengo padre,
que vengo de una familia mujeres fuertes,
me han definido los hombres
que me quisieron aunque sea un rato.”

Texto participante en el T.E.Lit.A

Yo lo quería. Y lo quería en serio. Lo quería toda la vida, con toda mi vida, para tener hijos y comer ravioles los domingos y comprar un perro y una pileta de lona para poner en el patio.
Lo quería tanto que podía cerrar los ojos y aún así, verlo. Despertarme y con los ojos cerrados, verlo, también. Me convertía en ciega para el mundo si lo sentía al lado mío.
Entonces era temprano para nuestra vida que recién estaba empezando, y para el día.
Una hora antes, las piernas enredadas, la ropa por el suelo, las medias en el cementerio de medias en el que se convertía el fondo del colchón, los ojos cerrados, sin voces, sin tele ni música, sólo él y yo. Yo y él. Nosotros. Los dos. Éramos el mundo.
Fuimos el mundo durante algunos meses. Porque nada importaba y porque nos habíamos jurado que mientras estuviésemos los dos, el rato ese que pasábamos juntos, éramos todo y todos.
Y nos prometimos, casi ante escribano, que si un día no nos importaba, si un día la mañana se nos llenaba de otros, nos íbamos a dejar, sin ruido, sin lágrimas, sin gritos, sin peleas por los discos, ni los libros, ni las películas.
Yo me voy con lo puesto. Como vine, dije la primera vez que lo hablamos.
¿Por qué hacen esas cosas las chicas?, me preguntó. Vos te vas con lo puesto y yo me quedo con todas las cosas llenas de recuerdos. Además, esto es de los dos. ¿Qué voy a hacer con esto yo solo?
Yo me voy como vine, con lo puesto, repetí y no le aclaré que si alguna vez me iba, me lo llevaba en el cuerpo, en la voz, en los pensamientos y hasta en la nariz.
Pero esa promesa, en aquel momento, no nos importaba mucho porque, ya digo, éramos el mundo entero. Nosotros, los dos.
Pasaba un rato de esos, quieto.
Siempre me desperté de mal humor y hasta eso parecía gustarle de mí. Mis gruñidos de recién despierta. Mi mutismo, mi fastidio, la acidez con que me recibía el mundo real, el afuera. Esos otros que no nos importaban: los compañeros de trabajo, la gente del subte o del colectivo, las familias de cada uno y su propia familia, porque casi siempre, cuando me despertaba, pensaba en su familia. En las nenas durmiendo con la madre, en la cama grande, porque el padre tenía un “congreso”.
No soy de hablar mucho. Hago ruidos, contesto monosílabos, pero cada tanto, alguna frase larga se me escapa.
“Congreso”, ¿no había un nombre más horrible para ponerme? supe preguntarle.

Yo no abría los ojos o me los tapaba con las manos. Y sin embargo, cuando me resignaba, cuando no me quedaba otra más que separar los párpados y dejar que la luz me invadiera las pupilas, ahí estaba él con su sonrisa y sus ojos de cachorro.
Era un buen tipo. Eran malas las circunstancias, pero quién elige de quién, por qué y cuándo se enamora. Uno se enamora y ya. Y si puede, convierte ese rato, el rato que dura el enamoramiento en lo único importante porque no sabe, tiene miedo, desconfía de que se repita.
Era la última en levantarme. Mejor, esperaba a que me viniera a buscar y me dijera “vamos” y me pasara la mano por los brazos y los dedos y me destapara los ojos, despacio, con suavidad. Que me abrazara y me incorporara mientras yo dejaba los ojos apoyados en el ángulo que se formaba entre su cuello y su clavícula y decía con un hilo de voz, después de respirarlo más de una vez, de guardarme su olor para todo el día, “mate”.
Me paraba con los ojos cerrados y desnuda. Me dejaba llevar al baño que ya tenía la ducha abierta para mí.
En diez, te vengo a buscar, me avisaba y yo sabía que eran diez. Ni nueve ni once. En diez, estaba atrás de la cortina, con el toallón preparado para recibirme y envolverme. Y dejarme, otra vez y mil veces, cerrar los ojos y respirarlo. Así, cada vez. Así hasta que nos vestíamos de jefe y empleada. Así hasta que uno salía antes que el otro. Así, hasta que en el pasillo gris, nos saludábamos como si no nos hubiésemos visto desde el fin de nuestra jornada laboral anterior.
Así, veinte meses, a nuestros veinticinco. Porque no teníamos la culpa de todo lo que nos había pasado antes.
Nuestro problema fue el desencuentro. Seis años antes, esta mierda no pasaba, decía él.
Y yo pensaba en esos seis años anteriores, en todo lo que había pensado que era un noviazgo y las ochenta grandes diferencias que había entre esa definición y el noviazgo que yo tenía en la realidad.
También imaginaba sus ojos y la mueca desesperada que pudo haber puesto cuando le dijeron “te casás, m’hijito. Te casás. Si fuiste vivo para acostarte, ahora, vas a ser vivo para criar a la criatura”. Pero con las horas de trabajo, con el noviazgo laboral, me olvidaba de esas cosas.
En veinte meses, fui congreso, cada sesenta días; reunión, una vez por semana; almuerzo o cena o despedida de soltero o un evento al que no podía faltar, si el asunto en el mundo real se ponía espeso, si la esposa y madre protestaba.
Mientras tanto, la sede de todas las actividades, la sede que buscamos entre los dos y conseguimos con descuento y sin garantías, cada día, cada semana, se convertía en la casa que hubiésemos podido tener. Una casa blanca y luminosa en donde nos encerrábamos, porque hay una clase de amor que no crece si no se oculta y ahora, a la luz de los años, es fácil darse cuenta que ese amor era así, un amor de invernadero.
Teníamos nuestras tazas y nuestras sábanas, nuestros juegos de toallas, unas pocas ollas, un equipo humilde de audio, un televisor que casi no prendíamos porque cada minuto, cada segundo no se podía desaprovechar y un teléfono, con número que sólo tenían dos personas, en caso de emergencia. Dos personas confiables que se acomodaban en el papel de cómplices sin preguntar demasiado y sin decir mucho más, salvo alguna que otra frase como “tené cuidado” o “fijate lo que hacés”; esas cosas que dice la gente.

Una vez, tuvimos mar. Y la felicidad parecía completa porque lejos, no había de quién esconderse y podíamos ir al supermercado de la mano y darnos un beso en la góndola de las galletitas sin mirar para los costados como si estuviéramos robando. Robábamos sí, pero el daño ya estaba hecho. No hubo mar más azul, ni frío más hermoso, ese invierno. Pero hubo, por primera vez, cuando nos despedimos en la estación de micros, una sensación de ahogo, una especie de desgarro, una tristeza profunda. Una señal única e inequívoca de que el rato estaba terminando. Y que había sido un rato bueno, pero un rato nunca le alcanza a nadie, menos si uno está enamorado hasta las neuronas, metido hasta las cejas.
Y lo supimos los dos sin decir una palabra. Yo lo supe en sus ojos; él lo supo en mi beso, el beso más amargo que le di.
Después todo fue como tenía que ser. No podía ser de otra manera. Salíamos corriendo a la sede, nos sacábamos la ropa desesperados, nos metíamos en la cama, nos abrazábamos. No hacíamos nada. Nos invadía una pena inmensa porque las cosas no se iban a modificar. Yo no le pedía nada, él no me prometía nada.
Cada quién asume las consecuencias de sus elecciones como puede. Eso pienso ahora. En esos veinte meses no pensaba así pero tampoco tan distinto.
Vos sabés que yo nunca más voy a querer a nadie así, me decía. Nunca más. Nunca más en toda mi vida. Te lo juro.
Me hacía apoyar la mano en su corazón y yo oía, con las yemas de los dedos, sus latidos pero no le respondía nada, no le daba nada a cambio de esas palabras, sólo cerraba los ojos; le decía, después de unos minutos, con la garganta cerrada, con un hilo casi imperceptible de voz “mate, por favor. Mate”, y lo miraba.
Lo veía levantarse y pasarse la mano por los ojos y la nariz, sonar para arriba y yo no podía más que cerrar los ojos, otra vez y esperarlo a que volviera, con el termo, el mate cargado, el tarro del azúcar. Y que después me contara que Maca cada día escribía más palabras y que Cande le pasaba la mano por la cara, como se la pasaba yo y que a veces –todas las veces-, tenía que esforzarse para encontrarle algún parecido con su mamá, porque Cande parecía una hija mía, nuestra. De los dos.
Entonces llorábamos. Llorábamos casi dos termos de mate. Y hubiésemos seguido llorando otros veinte meses. Pero nosotros nos habíamos prometido no llorar, ni hacer ruido, ni gritar, ni pelear.
En una cena que no fue, por la varicela de una de las nenas, tomé mi decisión. Entré a la sede de tantos congresos, almuerzos, cenas, despedidas de soltero y eventos a los que no podía faltar.
Recorrí la casa, como el que recorre un museo. Impresionada por la felicidad con que esas paredes se habían mantenido blancas, conmovida por el olor a hogar que había en ese único ambiente, transportada por la temperatura que adquiría aquella cocina, con nuestras tazas, nuestras pocas ollas y platos y cubiertos.
Lo único que me llevé fue el mate. Y deje una nota, avisándole.
El resto de la historia no tiene la menor importancia. Es una historia más entre los millones de historias como ésta que suceden en el mundo, a cualquier hora; quizás, ahora mismo.

Hace unos días, lo vi desde el colectivo. Maca está casi tan alta como yo y al lado de él, parece más su novia que su hija. El semáforo detuvo al colectivo y de tanto mirarlo, Cande se dio vuelta.
Me impresionó que se pareciera tanto a mí cuando tenía su edad. La vi tirar de su brazo, la vi decirle algo.
Lo vi levantar la cabeza cuando el colectivo arrancó. Desvié la mirada.
Cuando llegué a mi casa, a la casa en la que vivo, a la casa que es toda mía, puse agua a calentar en la pava eléctrica, busqué ese mate y esa fue mi cena.
El mate nunca me salió como le salía a él. Pero fue una mateada feliz porque a pesar de los años que pasaron entre esos veinte meses y estos días, comprobé mi teoría: lo llevaba en el cuerpo, en la voz, en los pensamientos y hasta en la nariz. Y lo abrazaba entre mis dedos, como si ese mate representara mis ojos apoyados en el ángulo que se formaba entre su cuello y su clavícula mientras lo respiraba, para guardármelo adentro. Para llevármelo. Porque éramos el mundo hasta que dejamos de serlo, para nosotros, los dos.

miércoles, 4 de junio de 2008

Cabezón, cebate un mate

“Todos tenemos tendencia a creer que la felicidad está en el pasado.
Yo también he sentido que algunos minutos de ese tiempo fueron la felicidad,
pero no podría vivir si pensara que todo lo que se me ha concedido ya sucedió.”

(Muchacha de otra parte – Abelardo Castillo)

Texto participante en el T.E.Lit.A

A veces, cuando lo veo en las fotos, me parece que va a venir. Que va a llegar, en cualquier momento, con los cordones desatados y el flequillo tapándole los ojos; que me va a dar un beso y que va a ir directamente a la cocina y va a llenar la pava con agua.
Después, va a prender la hornalla y con el fuego de la hornalla va a encender dos cigarrillos: uno para él y otro para mí. Antes de tirarse conmigo en la cama, va a dejar la pava sobre la hornalla. Y yo voy a decir la frase mágica y el tiempo se va a detener para siempre.
Mike, Mick, Migue, Miguelito, Miguel, Mig, Miguito, mi mejor amigo. El que sabía todo de mí. Él, que todavía todo lo sabe, era el único capaz de soportarme en pleno ataque de euforia o de llanto, de comprar un paquete de Siempre Libre Nocturna sin que le temblara la voz, en la farmacia y de hacerse cargo del mate.
Nunca fui buena cebando.
Me das los mates como trompada de loco, nena, me decía.
Y yo me quejaba, porque quejarme siempre me salió bien.
Bueno, qué querés, me aburre cebar. Al segundo mate ya me pudrí. Encima con vos, cabezón, voy y vengo ochenta veces: que cambiá la yerba, que cortito como patada de chancho, que lavate y cagate. El matismo no es lo mío.
Así le contestaba yo y él se reía y cuando Migue se reía, a mí, se me iluminaba la vida porque no hubo nadie, ni antes ni después, que supiera con tanta exactitud como era, como soy.

No voy a decir toda la verdad. Voy a decir sólo una parte: Miguel fue el segundo hombre más importante de mi vida. Fue mi padre y mi hermano, mi compañero inseparable, mi novio de mentira, mi guardaespaldas, mi confidente, el que me hacía escuchar música nueva y sabía exactamente qué música me iba a gustar.
Era el que me adivinaba, cuando yo, que siempre fui como fui siempre, le hacía un chiste de humor negro, de esos que dan asco y que cualquiera responde con un “qué bestia, no digas esas cosas, animal”.
Él sabía y lo sabía sin que yo se lo hubiese dicho, que esa era la única forma que tenía de defenderme de la adultez que me habían cargado en la espalda mucho antes de que mi espalda fuese lo suficientemente fuerte, porque me entendía bien; mejor que cualquiera.
Entonces, me abrazaba.
Cuando yo decía una barbaridad, Miguel me abrazaba y me decía que me quería y que era linda y que no sabía que iba a hacer, si un día, por un novio o una novia, nos separábamos para siempre. Y yo, que nací boca sucia, me ofendía y le decía bajito, cerca del oído, que no había tajo ni pija capaz de una cosa así.
Y lo hacía reír, porque si Miguel se reía, mi vida era mejor. Mucho mejor.

Nadie se explicaba bien qué era Miguel para mí. Nadie creía que sólo fuese un amigo. Miguel se tiraba a dormir la siesta conmigo y éramos un enredo de piernas y brazos. Nadie sabía qué era yo para Miguel: la novia, la transa, la minita. Algunos decían que éramos raros; otros, que en cualquier momento, nos íbamos a enamorar. Pero se equivocaban y cómo.
Nadie, salvo mi familia, sabía que Miguel estaba solo en todo el puto inmenso mundo y que lo único que tuvo –además de mí, que podía arrancarle los ojos a cualquiera que se animase a hablar mal de él, a puro filo de lengua- fue una abuela que sólo hablaba en italiano, y que lo dejó cuando apenas tenía catorce años en una casa demasiado grande y vacía, dos años después de que mi vida cambiara radicalmente. Ya éramos amigos.
Amigos desesperados, pisando la adolescencia, criando y criándose solos, como los chicos de Dickens.
Y entre todo eso, éramos felices o algo así. Yo hacía su tarea de Lengua y Literatura. Él, todos mis ejercicios de matemática, física y química.
Miguel, mi Miguel, era parte de mi familia. Era mi hermano mayor y el hermano de mis hermanas. El que ayudaba a mí mamá con las bolsas, cuando la esperaba en la esquina a que bajara del colectivo, después de trabajar todo el día, y le decía: soltá, soltá que yo te las llevo.
Bailó el vals de los quince conmigo y con mis hermanas cuando les tocó y si nunca terminó de mudarse con nosotras fue porque siempre prefirió dormir en la cama grande, abrazado al echarpe que todavía conservaba el olor de su abuela.
Si vos no te dedicas a escribir, sos una tarada. No pierdas el tiempo, me dijo cuando terminamos el secundario.

Quizás, los años hayan pasado demasiado rápido. Quizás, hayamos sido adultos desde muy temprano. Quizás, la vida tuvo que ser así.
A los veintiuno, liberado de la custodia de un tío que sólo se limitó a firmar la tutela siete años antes pero nada más, Miguel vendió la casa de la abuela y pasó su última semana en Buenos Aires, viviendo conmigo, con nosotras.
Dije la frase mágica toda esa última semana por última vez en mi vida. Y cada vez que me tocaba el mate, le pedía que sacara fotos, que llamara, que escribiera, que no se olvidara de escribir, que yo iba a esperar una carta todos los meses, un llamado, cada tanto. Y que se cuidara de las minas, que eligiera bien, que yo no iba a estar ahí, con mi espíritu de bruja para decirle “con ésta, no”.
Es un rato, nada más. Un rato y vuelvo. Vas a ver que ni me vas a extrañar, me dijo en Ezeiza mientras revisábamos, por décima vez, el pasaporte y el pasaje.
Cuando llegó la hora, nos abrazamos. Lloré. Lloró. No sé si volví a abrazar a alguien de esa manera, alguna otra vez.
Volvé, le pedí y fue la primera vez que tuve que pedirle algo.
Vuelvo, vuelvo. Siempre voy a estar con vos, me dijo.
Cuando subió la escalera, me miró y sonrió y el aeropuerto se iluminó o me gusta recordarlo así.
Esa fue la última vez que lo ví.
Llamó y escribió durante un año. Y los primeros meses del año siguiente. Y después, fue un silencio largo. Me enojé tanto con él que no volví a tomar mate.
En septiembre, alguien llamó para avisarme, para avisarnos.

Miguel no conoció a ninguno de mis novios. No me vio saltar de carrera en carrera.
No se enteró de la cantidad de veces que lo busqué en otros amigos y en amigos nuevos, de todos los intentos que hice por encontrarlo en otros cuerpos, en otras caras, en otras voces ni de las veces, en que todavía, cuando paso por donde vivíamos, tengo la esperanza de que salga de su casa y me diga “viste, tonta, qué te dije, era un rato nada más”.
A lo mejor por eso, en noches como esta, cuando lo veo en las fotos, pienso que va a entrar, después de todo este tiempo y me va a contar por donde estuvo, qué cosas vivió y cómo es el lugar donde está ahora.
Después, yo voy a decir la frase mágica.
Él va a pegar un salto de la silla y va a prender la hornalla y con el fuego de la hornalla va a encender dos cigarrillos: uno para mí y otro para él. Vamos a bailar nuestra música apenas un rato, antes de que el agua se hierva.
No va a hacer falta que le cuente nada porque cuando se me anude la garganta, como ahora, me va a abrazar y me va a decir que me quiere y que soy linda. Y yo, yo le voy a decir cuánto lo extraño.

martes, 3 de junio de 2008

Necesidades básicas

Un lugar más o menos así, donde limpiar la cabeza



para sacarme de encima cosas como estas:

Ann
: Garbage. All i've been thinking about all week is garbage. I mean, i just can't stop thinking about it.

Y música. Un poco de música.




Y que todo lo que no termina nunca, termine de una vez. Y que empiece algo en serio, de una puta vez por todas, carajo.

Jude: [singing] How lucky am I?

jueves, 29 de mayo de 2008

Furia danesa

Ok, acá vamos:

Estoy tan furiosa que si te tuviera a tiro, te doy la paliza que nunca te dieron. Como no te tengo a tiro, ni te voy a tener, acá tenés, porque siempre hay alguien que dice las cosas mejor que uno.

Y yo no te quería lastimar, já.
Es hora de que sea consciente de mi propia boludez. Padre siempre decía que hay que tenerle miedo a los boludos porque de los hijos de puta, uno siempre sabe lo que puede esperar.
Tenía razón.
Otro tipo, hace muchos años me dijo: La fortaleza del débil es mil veces más fuerte e hiriente que la debilidad del fuerte.
No hacía falta esto, che. No hacía falta.
Que te vaya bien.
Leete el post. Te va a ayudar para lo que te quede de vida. Ese resto en donde yo no voy a estar porque... no quiero.

domingo, 25 de mayo de 2008

Caro Michele/26


Estuve mirando esta foto durante mucho tiempo, Migue. Ya la había visto antes. La vi muchas veces, en realidad. Todas las veces me pareció lo mismo. Qué triste estaba esta mujer. Porque vos la ves ahí y no sabés que piensa, salvo que estés triste. Y que alguna vez hayas pensado, mirando para abajo, qué se debe sentir. Vos sabés que yo nunca pienso en eso, pero hay días. Hay días que no sabés qué estás haciendo ni por qué te pasa lo que te pasa y te preguntás, te lo preguntás seriamente, si siempre vas a estar así. A mi me parece que esta mujer se estaba preguntando eso. Cuánto va a durar esto de sentirme así. Porque no hay nadie que quiera sentirse triste todo el tiempo. Es demasiado esfuerzo. Porque la tristeza es una cosa que llega, se acomoda y lo empieza a tomar todo y aunque te pase la mejor cosa del mundo, aunque te saques de encima lo que te molesta de encima, siempre está ahí, como una mancha de humedad que se va expandiendo y crece y crece. Y vos pensás que no fuiste siempre así. Que alguna vez fuiste diferente. Y entonces, hacés de cuenta que la tristeza no está y te ponés una careta de persona graciosa y te sonreís y hacés chistes y todo el mundo te cree, porque sabés actuar muy bien.
No me preguntes por qué hay que ponerse la careta. No sé por qué. Sé que no podés andar por la vida con la lágrima colgando por todos lados. Ni vos ni yo soportamos nunca a la gente así, llorosa, llorante. Pero hay días. Hay días que el cuerpo no te hace el aguante y la tristeza lo toma todo, porque estuvo ahí todo el tiempo, esperando el momento para aparecer, escuchando con atención las palabras que oís o las actitudes que ves. Ella las analiza y dice: ok, es el momento. Y cada vez aparece más fuerte, como si todo eso que vos tratas de disimular, la alimentara, como si fuesen sus vitaminas.
Pero a quién le vas a ir con esto de la tristeza. A quién le importa por qué aparece. Quién puede hacerte el aguante cuando estás así? Nadie se banca la tristeza propia, menos la tristeza ajena.
Supongo que esta mujer de la foto lo sabía. Supongo, porque si la mirás bien, te das cuenta que no va a contarle a nadie ni lo que está pensando, ni lo que está sintiendo y hasta ella misma está harta de su tristeza. Y tiene miedo, como todos, a quedarse así para siempre. A que nunca se le pase. A ser una mujer triste con careta de sex symbol, el resto de la vida. Si eso le pasó a ella...
Estos días te extraño tanto, Migue.
Pero no te extraño porque no tengo a quién contarle. Extraño que tengas cuerpo. Un cuerpo que se puede tocar. Y extraño que tengas un corazón. Porque, últimamente, la gente que conozco y hasta yo misma, parecemos divididos entre una cosa y otra. Como si existiera una tecla que apaga una cosa u otra, como si no pudiéramos tener las dos cosas al mismo tiempo funcionando y lo unico que funciona en conjunto es la cabeza, que no para nunca, a lo mejor, porque la tristeza se mete ahí y espera y espera para hacer su entrada triunfal y decirte "viste? no me fui. Estaba escondida."
A vos qué te parece que le pasaba a la mina de la foto?
Yo, siempre que la veo ahí, mirando para abajo, me parece que se siente sola y que anda todo el día con un nudo en la garganta. Me parece que nota que la creen insensible y por eso, a veces, la golpean con el puño cerrado o le tiran palabras como puñales. Ella se arregla el pelo, se pinta la boca, sonríe. A veces, responde; a veces, se queda callada. A veces, se pregunta cosas que no se puede responder.
Y cuando no puede más, cuando de verdad no puede más, porque le duele todo pero le duele por todo, no por lo momentáneo; cuando una tarde cualquiera estuvo pensando en todo lo que vivió, se le da por asomarse al balcón, apoyarse en la baranda y mirar para abajo y pensar en qué se sentirá caer, dejarse caer. Cómo le pegará el viento en la cara, si se le arremolinará el estómago, si sentirá como si estuviese volando o si cerrará los ojos hasta que el suelo detenga la caída. Si sucederá en un minuto o si la caída durará una eternidad. Se pregunta esas cosas pero no deja de pensar en dejarse caer porque se siente lastimada y porque no puede, no quiere disimular más.

Pobre mina la de la foto. Me da mucha tristeza verla ahí. Pero me da más tristeza ver que se siente tan sola, en un mundo lleno de gente.
Pero ya sabemos: Not everyone can carry the weight of the world.

The fool might be my middle name
But I'd be foolish not to say
I'm going to make whatever it takes,
Ring you up, call you down, sign your name, secret love,
Make it rhyme, take you in, and make you mine.

These words, "You will be mine"
These words, "You will be mine" all the time, oh
I tripped and fell. Did I fall?
What I want to feel, I want to feel it now

You know with love come strange currencies
And here is my appeal:

I need a chance, a second chance, a third chance, a fourth chance,
A word, a signal, a nod, a little breath
Just to fool myself, to catch myself, to make it real, real

A lo mejor, esta mujer hubiese necesitado que alguien le dijera algo así. Alguien que tuviera sincronizado el cuerpo, el corazón y la cabeza, digo.
Lo único que te ayuda cuando estás triste es saber que sos importante para alguien, creo.
Pero... ¿cuánto tiempo podés esperar para saber si sos importante para alguien?
Es otra pregunta sin respuesta.