Cuando tenía cuatro años, Lucila estaba profundamente enamorada de su tío Daniel. Daniel era el hermano de su papá, era alto, alto como un árbol y vivía en la misma casa que Lucila y su familia. Ocupaba la habitación cerca de la terraza a la que Lucila sólo podía subir si su mamá y su papá le dan permiso y si Daniel la esperaba en la puerta mientras le repetía que no se apurara.
En la habitación de Daniel, Lucila escuchaba música disco y copiaba los pasos que Daniel hacía frente al espejo. En ese entonces, Daniel tenía veintiún años y nunca había presentado una novia. Cada vez que le recomendaban buscar una chica y sentar cabeza, Lucila empezaba a los gritos con que Daniel ya tenía una novia: era ella.
-Cuando sea grande me voy a casar con el tío Daniel-decía. Daniel se reía y la alzaba. Le decía “mi novia, mi novia”. Los sábados, un rato antes de que Daniel saliera para el boliche, mientras esperaba a su amigo para que lo pasara a buscar, subía el volumen del Winco y ponía el último disco que había comprado y que Lucila se había aprendido durante la semana. Todos, incluidos mamá y papá, se ponían a bailar en el patio. Con los temas movidos, su papá la hacía girar y girar hasta que empezaba a sentir que todo el patio daba vueltas. En los lentos, Lucila se sentaba en una silla petisa y, mientras su papá y su mamá bailaban abrazados, lo miraba a Daniel y le hacía ojitos. Pestañaba mil veces seguidas, escondía la cara y se sonreía poniéndose colorada.
-A ver si mi novia quiere bailar conmigo-decía Daniel mientras se acercaba y estiraba el brazo para que Lucila se parara. La alzaba. Lucila lo abrazaba fuerte, igual que su mamá abrazaba a su papá y pegaba la boca a la oreja de Daniel.
-Ran chu mi güerever ior bouling, ran chu mi ifiu nid a younder, nau an den iu nid somuon onder, sou darlin, in, iu ran chu mi- le cantaba bajito a Daniel.
Pero siempre que estaba bailando a upa de Daniel, el amigo que pasaba a buscarlo tocaba el timbre y Lucila se abrazaba más fuerte a cuello de Daniel para que no la dejara en el piso pero era allí dónde terminaba. Empezaba a treparse por la pierna de Daniel y a gritar con furia.
-No te vayas, no te vayas. Quedate, Dani.
No había forma de separarla de Daniel que la arrastraba pegada a la pierna hasta la puerta y la desprendía suavemente, mientras la dejaba sentada en el piso y llorando. A Lucila no le importaba que su papá le dijera que ahora bailaría con él. Tampoco le importaba que le dijeran que le comprarían el juguete que quisiera si dejaba de llorar. Lucila quería quedarse bailando con Daniel. Nada más que eso. Entonces, su papá subía a la habitación de la terraza, apagaba la música y prendía, en el comedor, después de bajar, el televisor. Su mamá se metía en la cocina a preparar la cena. Después de un rato de llorar, Lucila se aseguraba de que nadie la estuviese mirando y subía al dormitorio de Daniel sin permiso. Abría la puerta del ropero y tironeaba de la manga de cualquier camisa hasta dejarla en el suelo. Después, le pasaba por arriba con las zapatillas unas cuantas veces hasta dejarla arrugada y con la suela marcada. Después, escupía dos o tres discos.
-No te quiero más. No te quiero más. Sos malo, Dani. Sos horible. Feo. Malo. No soy más tu novia- le decía a los discos mientras le pasaba la mano por encima, esparciendo bien su saliva por todo el círculo negro. Más tranquila, se ponía en cuatro patas, se asomaba por la puerta y se fijaba que nadie la descubriera. Bajaba los escalones con la cola y cuando llegaba al suelo, se pasaba la mano por los ojos y corría a sentarse sobre su papá. Al día siguiente, después de que lo llamaran tres o cuatro veces para almorzar, Daniel bajaba con el pelo revuelto, los ojos hinchados y la camisa para lavar. Lucila le sacaba la lengua.
-Estoy muy enojado- le decía Daniel.
Lucila subía el hombro en dirección a la oreja, dos o tres veces y volvía a sacarle la lengua.
-Le voy a decir a tu papá lo que hacés- la amenazaba Daniel.
-Que mimporta. No te quiero más.
Así, cada fin de semana. Lucila se ponía imposible todo el domingo pero el lunes se le pasaba cuando se quedaba con Daniel mientras sus padres iban a trabajar. Lo encontraba a la salida del jardín y cuando volvían a casa, miraban mucha tele, bailaban y comían dulce de leche.
Un domingo a la noche, Daniel llegó a la casa de Lucila con una chica. Estaban de la mano.Lucila la miró y se negó a darle un beso. Su mamá la llevó a la cocina y le explicó que tío Dani quería mucho a esa chica y que había que tratarla muy bien.
-¿La quiere más que a mí?-preguntó Lucila.
-La quiere distinto-dijo su mamá-. A vos te quiere mucho como siempre. Por favor, portate bien.
Lucila se portó todo lo bien que pudo. No gritó ni lloró pero se negó a comer y durante todo el tiempo que la chica estuvo sentada a la mesa, le dio la espalda hasta que Daniel se paró y dijo “nos vamos”. Entonces, Lucila se dio vuelta con el ceño fruncido.
-¿Por qué te vas vos? ¿Dónde vas? Te acompaño.
Dijo todo de un tirón y se agarró de la mano de Daniel.
-Voy a acompañar a Liliana hasta la casa. Vos no podés venir porque es muy tarde y mañana tenés que ir al jardín-contestó Daniel, soltándola.
-¿Por qué la tenés que acompañar? ¿No sabe dónde vive? ¿Cómo puede ser que no sepa si ya es grande?
Su mamá y su papá se rieron de su lógica. Daniel dijo que la acompañaba porque no estaba bien que una chica se fuera sola a esa hora. Lucila la miró de arriba a abajo. Se recostó sobre una pierna de su mamá.
-Tengo sueño-dijo Lucila.
Su mamá la llevó hasta la cama.
-No soy más la novia del tío Daniel-dijo Lucila.
-Bueno- dijo su mamá- es un poco viejo para vos. Ya vas a tener otro novio. Ahora, dormí.
-Ya tengo otro-respondió.
-¿Sí? ¿Quién es?
-Papá-dijo cerrando los ojos. Después, se quedó dormida.
A partir de esa noche, Lucila dejó de hacerle ojitos a Daniel. Sólo los hacía para su papá.
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