No volví.
Me fui a la playa unos días a llenarme la cabeza de arena y de viento y de lluvia y de mar.
Dormí estirada en el micro sin que ninguna rodilla me golpeara para pedirme espacio o cariño o atención durante el viaje.
Me llevé toda la música triste que conozco y me paseé frente al mar, pidiéndole cosas.
Me dejé el pelo enrulado, tomé sol y cerveza. Hacía años que no lo hacía.
Le sonreí a algunos desconocidos.
Me quejé de todo lo que pude sin que me importara resultar molesta.
Compré un libro. Pensé.
Repasé todas las malas elecciones del año. 2007, un año para recordar: Top 1 en el ránking de pésimas elecciones.
Levanté un par de caracoles. Dejé varios. Traje algunos.
Me prometí algunas cosas que intentaré cumplir: arriesgar más; buscar más; mirar más; esperar menos; soportar menos.
Los días se pasaron demasiado rápido.
Me gusté frente al mar, recordé cómo me gustaba ser o más o menos; recordé cómo quería ser y me dí cuenta de que no me había quedado tan lejos de lo que quería de mí.
Abusé de mi estilo adolescente.
Miré con descaro a algunos hombres por la calle.
Bailé.
Fui amable y, en algún momento, hasta fui simpática, con lo mal que me sale.
Canté.
Me dejé acariciar por los que me quieren.
Los hice reír con algunas pequeñas maldades y por un rato, la vida parecía eso que siempre quiero que sea: una vacación permanente; un rato placentero; un momento de feliz tranquilidad.
No lo extrañé.
No lo extraño.
Creo que no lo voy a extrañar.
Y sospecho que en cualquier momento, salvo una aparición repentina de su parte y un momento de debilidad de la mía -vamos, todos somos débiles; el que diga que no, miente-, pasa a la lista de adoquines abandonados en la banquina de la ruta.
Subí al micro demasiado rápido.
Volví a viajar estirada, leyendo revistas.
Le sonreí a una chica que lloraba.
Dormí.
Me desperté en Retiro.
La chica que lloraba bajó detrás mío. Se acercó a hablarme.
La miré. "Sos muy linda" me dijo y me puse colorada. Agradecí.
Llegué a mi casa.
No lo extrañé.
No lo extraño.
No lo voy a extrañar.
Por momentos, me siento muy linda. Después se me pasa.
Todo se va acomodando. Despacio, de a poco.
Lo que pensé que había desaparecido, todavía está ahí. Estoy un poco perdida pero ya me perdí otras veces y me encontré.
Nadie se llevó nada, afortunadamente.
Mi cáscara, todavía, resiste.
Pegue que no duele y si duele, no se va a enterar.
Esta vez es cierto: no voy a volver.
Me fui a la playa unos días a llenarme la cabeza de arena y de viento y de lluvia y de mar.
Dormí estirada en el micro sin que ninguna rodilla me golpeara para pedirme espacio o cariño o atención durante el viaje.
Me llevé toda la música triste que conozco y me paseé frente al mar, pidiéndole cosas.
Me dejé el pelo enrulado, tomé sol y cerveza. Hacía años que no lo hacía.
Le sonreí a algunos desconocidos.
Me quejé de todo lo que pude sin que me importara resultar molesta.
Compré un libro. Pensé.
Repasé todas las malas elecciones del año. 2007, un año para recordar: Top 1 en el ránking de pésimas elecciones.
Levanté un par de caracoles. Dejé varios. Traje algunos.
Me prometí algunas cosas que intentaré cumplir: arriesgar más; buscar más; mirar más; esperar menos; soportar menos.
Los días se pasaron demasiado rápido.
Me gusté frente al mar, recordé cómo me gustaba ser o más o menos; recordé cómo quería ser y me dí cuenta de que no me había quedado tan lejos de lo que quería de mí.
Abusé de mi estilo adolescente.
Miré con descaro a algunos hombres por la calle.
Bailé.
Fui amable y, en algún momento, hasta fui simpática, con lo mal que me sale.
Canté.
Me dejé acariciar por los que me quieren.
Los hice reír con algunas pequeñas maldades y por un rato, la vida parecía eso que siempre quiero que sea: una vacación permanente; un rato placentero; un momento de feliz tranquilidad.
No lo extrañé.
No lo extraño.
Creo que no lo voy a extrañar.
Y sospecho que en cualquier momento, salvo una aparición repentina de su parte y un momento de debilidad de la mía -vamos, todos somos débiles; el que diga que no, miente-, pasa a la lista de adoquines abandonados en la banquina de la ruta.
Subí al micro demasiado rápido.
Volví a viajar estirada, leyendo revistas.
Le sonreí a una chica que lloraba.
Dormí.
Me desperté en Retiro.
La chica que lloraba bajó detrás mío. Se acercó a hablarme.
La miré. "Sos muy linda" me dijo y me puse colorada. Agradecí.
Llegué a mi casa.
No lo extrañé.
No lo extraño.
No lo voy a extrañar.
Por momentos, me siento muy linda. Después se me pasa.
Todo se va acomodando. Despacio, de a poco.
Lo que pensé que había desaparecido, todavía está ahí. Estoy un poco perdida pero ya me perdí otras veces y me encontré.
Nadie se llevó nada, afortunadamente.
Mi cáscara, todavía, resiste.
Pegue que no duele y si duele, no se va a enterar.
Esta vez es cierto: no voy a volver.
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