Hablemos de insultos, hoy. Hablemos de insultos velados. De sangrar por la herida, de débiles. Hablemos de todos los que dicen cosas por decir, Miguel, sin volver a decir que la vida ajena siempre es fácil.
Hay un deseo de insultar. Debe ser innato en el humano promedio. El insulto vendría a ser la regla con la que se mide lo que está bien y lo que está mal. Te merecés un insulto, un insulto bien dicho, si el que se cree que tiene la regla, supone que estás haciendo algo mal. Si el que tiene la regla sospecha que lo que hacés está bien, estás inocente de cualquier insulto.
Es un método bastante hijo de puta, no te parece?
Digo, quién está en condiciones de insultar? Quién está en posición de medir lo que está bien de lo que está mal? Quién es capaz de ponerse, no digo por todo un día, digo sólo por un rato, en los zapatos del que recibe el insulto?
Y no te hablo de una puteada. Las puteadas, al lado de los insultos dichos con elegancia y altura, son caricias. Qué mal le hace a alguien que le digan forro o pelotudo? Si ya forman parte del vocabulario normal de más de dos generaciones. Nadie se puede espantar por eso, salvo que tenga la edad de no sé, la que todo lo puede, ponele.
Yo te hablo de otro tipo de insulto. Ponele que vos actúas de una manera que te parece correcta. Que hacés algo para evitar que alguien sufra o, mejor todavía, que compartís algo que te da felicidad y a cambio te acusan de andar con cuchillo abajo del poncho o de que te da todo lo mismo y que elegís a la gente por descarte.
Ya sé. Vos me vas a decir que esas son injusticias, que no son insultos. Para mi son más o menos lo mismo. Y no me acuses de intolerante. Vos sabés mejor que nadie que yo tengo mucha más paciencia de la que parece, pero estoy un poco cansada de ver que cualquiera dice cualquier cosa.
Y no tengo ganas de callarme, ni de ignorar, ni de hacer de cuenta que escucho llover. Si algo llevo aprendido es que cuanto más agachás la cabeza, más te la pisan. Y a mí, no me pisa nadie más. Nunca más. Porque lo tengo decidido y porque se me da la gana y porque tengo la misma capacidad, o un poco más todavía, para la crueldad, si quiero. Que yo elija no ejercer esa capacidad es otra cosa. Pero ahora no viene al caso, porque estoy enojada y cansada y es muy tarde y la angustia se me apelotona en el pecho y no me quiero ir a dormir enojada.
Entonces, vengo a hablarte de esto y sé que vos y algún otro, van a estar de acuerdo conmigo: cada vez que medís a alguien con esa puta regla del bien/mal, te equivocás. Cada vez que elegís con quién usarla, elegís mal. Elegís a la persona incorrecta. Elegís justo a la que nunca te va a decir una salvajada, a la que no te va a dar vuelta los dedos para obligarte a hacer lo que no querés; a la que, a lo mejor por misericordia, no te va a andar mostrando los agujeros que tienen tus medias.
Eso habría que tenerlo en cuenta. Es mucho más fácil y mucho más descansado ser cruel. La crueldad es tan impune que una vez que te acostumbraste a usarla, ni siquiera te das cuenta que la estás utilizando.
Hasta que te encontrás con alguien como yo, un día cualquiera, que se hartó de ver cómo miden sus dichos y sus actos con una regla que está toda torcida los que ni siquiera se atreven a mirar para adentro de sus casas, mucho menos de sí mismos.
Y esta clase de noencuentrolamalapalabraqueabarqueaestaclasedeinfames es la que anda rebotando de grupo de gente en grupo de gente, no discrimina género, eh. Podés ser hombre o mujer y hasta se te pueden ver desde lejos las hilachas de tu motivación para insultar a alguien y hasta se te puede justificar que seas así, pero vamos, Migue, que todo tiene un límite.
Entonces, a esos, a ese hato de miopes de todos los sentidos y sobre del sentido de la orientación y de la ubicación, algo hay que decirles. Sólo para que vean que si uno quiere, si un día se cansa, puede ser peor que ellos. Mucho peor.
Y les puede decir, por ejemplo, que es bastante patético que ni los hijos prefieran pasar los días con ellos o que andar siempre creyendo que se actúa de mala fe, sólo los hace más miserables y miedosos de lo que ya son. Que no hay que pegarle a la mano que les ofrece una caricia, porque a lo mejor, es la única que se les acerca en toda la putísima vida. Que no hay que hablar mal de otras mujeres siendo mujer, porque el mundo es muy chiquito y todos nos conocemos con todos y siempre se sabe por qué camas pasó una y por cuáles intentó y no pudo. También se sabe cuando intentó e intentó e intentó y no logró dormir ni siquiera una siesta con nadie porque no hay peor pecado que que no haya pija que te quede cómoda; que no te lo anden refregando día y noche por la cara, es sólo una especie de perdón que te da el destino, pero no hay que abusar de la suerte. Así de mierda es el mundo. Todo se sabe enseguida, a la velocidad de la luz. Y lo peor de todo es que, tras saberlo, viene la confirmación, de primera mano. Hay que tener cuidado. Ejercer la maldad -el peor tipo de maldad, la disfrazada de comentario jocoso- necesita de grandes dosis de inteligencia y sobre todo, de memoria. Una no puede hablar mal de otra, por el simple hecho de que, a lo mejor, meses atrás, le estabas contando tus cuitas sin fijarte si te opacaba, si te presentaba competencia, si te podía sacar algo que pretendías tuyo. Así, como todo en el hermoso mundo femenino, para ejercer la hijaputez, tenés que ser astuta. Si sos boluda, fuiste.
Que si sos hombre, no deberías humillar a una mujer porque venís de una mujer y quizás, si la justicia divina existe, tengas una hija. Y te va a doler que las humillen. A cualquiera de las dos. Te va a doler y no lo vas a poder creer. Y vas a pensar que son buenas minas y que no se lo merecen. Por eso, antes de insultar a una mina, sobre todo si la mina se portó bien con vos, recordá eso: podés tener una hija. Una hija que se encuentre con alguien como vos. Igualito. Calcado. No le vas a hacer eso a una hija tuya, no? Bah, si es que podés sentir un sentimiento más o menos limpio y sano por alguien, se lo vas a evitar. Si podes, remarco. No todo el mundo puede.
Y si le emputecés la vida a un tipo, bueno, ya se sabe como termina eso: más tarde o más temprano, alguien te va a dar la paliza que estás necesitando. Quizás no sea justo ese al que te empeñas en joder pero va a ser algún otro. Es sólo cuestión de tiempo.
En el afán de inventar conspiraciones contra cualquier perejil que anda dando vueltas, todos somos culpables. No importa lo que hagas. No importa cuantas muestres des. No importa la sinceridad, la honestidad, la decencia con la que te presentes. No importa. No importa la evidencia que des día tras día. Siempre vas a tener la culpa.
Y sí, soy ordinaria, pero qué querés que te diga. En este mundo, últimamente, hay mucha gente mal cogida. Pero claro, quién puede pensar en coger cuando está midiendo a los demás con la reglita: que esta es puta, que el otro un pelotudo, que ese es un forro y aquella, una conchuda. Que ese dice mentiras; que a la otra le gusta demasiado la pierna y a lo que se presenta, dale que va.
Estoy cansada, Migue. Estoy cansada de estas cosas. ¿A quién le ganaron todos estos? ¿Quién les dio el poder de enjuiciar? ¿Quiénes se creen que son? ¿No les alcanza con todo lo que tienen que hacer para mejorar sus vidas chiquititas, espeluznantes y miserables que se tienen que poner a medir las vidas de los demás?
Te estarías riendo ahora. Te reirías de mí, Miguel, porque cuando me enojo, puteo como un tumbero y reacciono como un barrabrava, pero la verdad, a veces, el hartazgo me llena todo el cuerpo y la cabeza.
Porque parece imposible no joder a alguien, aún con tu felicidad.
¿Ves que cuando digo que el ser humano promedio es un bicho de mierda, no me equivoco mucho?
Ni el débil es tan débil, ni la loca es tan loca, a la hora de insultar. A la hora de decirte porque sí y sin motivo, lo que se les cae de la boca o de los dedos porque los tapa la mierda y necesitan salpicar para los costados, no sea cosa de que quede algo limpio.
Y sabés qué? Estoy cansada de entender. Estoy cansada de dejar pasar estas cosas. Estoy cansada de tomarlo como de quién viene. Estoy podrida de poner la otra mejilla. Yo no estudié para santa ni para mártir. Yo me quejo, me enojo y sólo tengo estas dos mejillas. No quiero ser Cristo. Así le fue al pobrecito. Menos mal que era el hijo de Dios.
Entonces, vengo y te cuento esto, Miguel. Y te prometo, te prometo por mi viejo y por vos y por todo lo sagrado que todavía habita este mundo que no va a pasar una sola vez más. Que me voy a defender y que no me va a dar culpa porque los demás tienen "problemas". Yo también los tengo y no me desquito con nadie. Me fallan las cosas, un montón de veces me frustro, hay un millón de ítems en mi lista de pendientes pero voy por ahí sin repartir trompadas a lo loco. Y me la banco, la mayoría de las veces, solita con mi alma y algunas veces, con los muy pocos que me hacen el aguante.
Entonces, esto: me voy a empezar a defender. Asi que, vos que andás por allá, si ves algún conocido de toda esta caterva de medidores infectos, pediles que les avisen. No hay próxima vez.
La última vez fue hoy. A partir de hoy, por lo menos, para hablar conmigo, van a tener que pensar muy bien lo que dicen.
Eso.
Ah! Si podés, también avisá que tengan mucho cuidado con lastimar a cualquiera de los que quiero. No soy yo cuando me enojo. Pero soy menos yo cuando lastiman a alguien que quiero.
No tienen idea de lo que soy capaz.
Y no. No es una advertencia. Es una amenaza.
Ahora, sí. Me voy a dormir.
Mañana va a ser un día maravilloso. Como cada uno de los días de los últimos meses.
A partir de mañana, se terminó la piedad que, al final, no es una cosa tan buena, viste? La gente la confunde con boludez.
Y yo me hago pero no soy.
Te quiero. Te extraño. Y hoy, me alegro que hayas zafado de esta porquería de gente que mide con esa regla de mierda.
Chau, Miguel. Todo va a estar bien.
Now Im not looking for absolution
Forgiveness for the things I do
But before you come to any conclusions
Try walking in my shoes
Try walking in my shoes.
Things are going to slide, slide in all directions
Won't be nothing
Nothing you can measure anymore
Hay un deseo de insultar. Debe ser innato en el humano promedio. El insulto vendría a ser la regla con la que se mide lo que está bien y lo que está mal. Te merecés un insulto, un insulto bien dicho, si el que se cree que tiene la regla, supone que estás haciendo algo mal. Si el que tiene la regla sospecha que lo que hacés está bien, estás inocente de cualquier insulto.
Es un método bastante hijo de puta, no te parece?
Digo, quién está en condiciones de insultar? Quién está en posición de medir lo que está bien de lo que está mal? Quién es capaz de ponerse, no digo por todo un día, digo sólo por un rato, en los zapatos del que recibe el insulto?
Y no te hablo de una puteada. Las puteadas, al lado de los insultos dichos con elegancia y altura, son caricias. Qué mal le hace a alguien que le digan forro o pelotudo? Si ya forman parte del vocabulario normal de más de dos generaciones. Nadie se puede espantar por eso, salvo que tenga la edad de no sé, la que todo lo puede, ponele.
Yo te hablo de otro tipo de insulto. Ponele que vos actúas de una manera que te parece correcta. Que hacés algo para evitar que alguien sufra o, mejor todavía, que compartís algo que te da felicidad y a cambio te acusan de andar con cuchillo abajo del poncho o de que te da todo lo mismo y que elegís a la gente por descarte.
Ya sé. Vos me vas a decir que esas son injusticias, que no son insultos. Para mi son más o menos lo mismo. Y no me acuses de intolerante. Vos sabés mejor que nadie que yo tengo mucha más paciencia de la que parece, pero estoy un poco cansada de ver que cualquiera dice cualquier cosa.
Y no tengo ganas de callarme, ni de ignorar, ni de hacer de cuenta que escucho llover. Si algo llevo aprendido es que cuanto más agachás la cabeza, más te la pisan. Y a mí, no me pisa nadie más. Nunca más. Porque lo tengo decidido y porque se me da la gana y porque tengo la misma capacidad, o un poco más todavía, para la crueldad, si quiero. Que yo elija no ejercer esa capacidad es otra cosa. Pero ahora no viene al caso, porque estoy enojada y cansada y es muy tarde y la angustia se me apelotona en el pecho y no me quiero ir a dormir enojada.
Entonces, vengo a hablarte de esto y sé que vos y algún otro, van a estar de acuerdo conmigo: cada vez que medís a alguien con esa puta regla del bien/mal, te equivocás. Cada vez que elegís con quién usarla, elegís mal. Elegís a la persona incorrecta. Elegís justo a la que nunca te va a decir una salvajada, a la que no te va a dar vuelta los dedos para obligarte a hacer lo que no querés; a la que, a lo mejor por misericordia, no te va a andar mostrando los agujeros que tienen tus medias.
Eso habría que tenerlo en cuenta. Es mucho más fácil y mucho más descansado ser cruel. La crueldad es tan impune que una vez que te acostumbraste a usarla, ni siquiera te das cuenta que la estás utilizando.
Hasta que te encontrás con alguien como yo, un día cualquiera, que se hartó de ver cómo miden sus dichos y sus actos con una regla que está toda torcida los que ni siquiera se atreven a mirar para adentro de sus casas, mucho menos de sí mismos.
Y esta clase de noencuentrolamalapalabraqueabarqueaestaclasedeinfames es la que anda rebotando de grupo de gente en grupo de gente, no discrimina género, eh. Podés ser hombre o mujer y hasta se te pueden ver desde lejos las hilachas de tu motivación para insultar a alguien y hasta se te puede justificar que seas así, pero vamos, Migue, que todo tiene un límite.
Entonces, a esos, a ese hato de miopes de todos los sentidos y sobre del sentido de la orientación y de la ubicación, algo hay que decirles. Sólo para que vean que si uno quiere, si un día se cansa, puede ser peor que ellos. Mucho peor.
Y les puede decir, por ejemplo, que es bastante patético que ni los hijos prefieran pasar los días con ellos o que andar siempre creyendo que se actúa de mala fe, sólo los hace más miserables y miedosos de lo que ya son. Que no hay que pegarle a la mano que les ofrece una caricia, porque a lo mejor, es la única que se les acerca en toda la putísima vida. Que no hay que hablar mal de otras mujeres siendo mujer, porque el mundo es muy chiquito y todos nos conocemos con todos y siempre se sabe por qué camas pasó una y por cuáles intentó y no pudo. También se sabe cuando intentó e intentó e intentó y no logró dormir ni siquiera una siesta con nadie porque no hay peor pecado que que no haya pija que te quede cómoda; que no te lo anden refregando día y noche por la cara, es sólo una especie de perdón que te da el destino, pero no hay que abusar de la suerte. Así de mierda es el mundo. Todo se sabe enseguida, a la velocidad de la luz. Y lo peor de todo es que, tras saberlo, viene la confirmación, de primera mano. Hay que tener cuidado. Ejercer la maldad -el peor tipo de maldad, la disfrazada de comentario jocoso- necesita de grandes dosis de inteligencia y sobre todo, de memoria. Una no puede hablar mal de otra, por el simple hecho de que, a lo mejor, meses atrás, le estabas contando tus cuitas sin fijarte si te opacaba, si te presentaba competencia, si te podía sacar algo que pretendías tuyo. Así, como todo en el hermoso mundo femenino, para ejercer la hijaputez, tenés que ser astuta. Si sos boluda, fuiste.
Que si sos hombre, no deberías humillar a una mujer porque venís de una mujer y quizás, si la justicia divina existe, tengas una hija. Y te va a doler que las humillen. A cualquiera de las dos. Te va a doler y no lo vas a poder creer. Y vas a pensar que son buenas minas y que no se lo merecen. Por eso, antes de insultar a una mina, sobre todo si la mina se portó bien con vos, recordá eso: podés tener una hija. Una hija que se encuentre con alguien como vos. Igualito. Calcado. No le vas a hacer eso a una hija tuya, no? Bah, si es que podés sentir un sentimiento más o menos limpio y sano por alguien, se lo vas a evitar. Si podes, remarco. No todo el mundo puede.
Y si le emputecés la vida a un tipo, bueno, ya se sabe como termina eso: más tarde o más temprano, alguien te va a dar la paliza que estás necesitando. Quizás no sea justo ese al que te empeñas en joder pero va a ser algún otro. Es sólo cuestión de tiempo.
En el afán de inventar conspiraciones contra cualquier perejil que anda dando vueltas, todos somos culpables. No importa lo que hagas. No importa cuantas muestres des. No importa la sinceridad, la honestidad, la decencia con la que te presentes. No importa. No importa la evidencia que des día tras día. Siempre vas a tener la culpa.
Y sí, soy ordinaria, pero qué querés que te diga. En este mundo, últimamente, hay mucha gente mal cogida. Pero claro, quién puede pensar en coger cuando está midiendo a los demás con la reglita: que esta es puta, que el otro un pelotudo, que ese es un forro y aquella, una conchuda. Que ese dice mentiras; que a la otra le gusta demasiado la pierna y a lo que se presenta, dale que va.
Estoy cansada, Migue. Estoy cansada de estas cosas. ¿A quién le ganaron todos estos? ¿Quién les dio el poder de enjuiciar? ¿Quiénes se creen que son? ¿No les alcanza con todo lo que tienen que hacer para mejorar sus vidas chiquititas, espeluznantes y miserables que se tienen que poner a medir las vidas de los demás?
Te estarías riendo ahora. Te reirías de mí, Miguel, porque cuando me enojo, puteo como un tumbero y reacciono como un barrabrava, pero la verdad, a veces, el hartazgo me llena todo el cuerpo y la cabeza.
Porque parece imposible no joder a alguien, aún con tu felicidad.
¿Ves que cuando digo que el ser humano promedio es un bicho de mierda, no me equivoco mucho?
Ni el débil es tan débil, ni la loca es tan loca, a la hora de insultar. A la hora de decirte porque sí y sin motivo, lo que se les cae de la boca o de los dedos porque los tapa la mierda y necesitan salpicar para los costados, no sea cosa de que quede algo limpio.
Y sabés qué? Estoy cansada de entender. Estoy cansada de dejar pasar estas cosas. Estoy cansada de tomarlo como de quién viene. Estoy podrida de poner la otra mejilla. Yo no estudié para santa ni para mártir. Yo me quejo, me enojo y sólo tengo estas dos mejillas. No quiero ser Cristo. Así le fue al pobrecito. Menos mal que era el hijo de Dios.
Entonces, vengo y te cuento esto, Miguel. Y te prometo, te prometo por mi viejo y por vos y por todo lo sagrado que todavía habita este mundo que no va a pasar una sola vez más. Que me voy a defender y que no me va a dar culpa porque los demás tienen "problemas". Yo también los tengo y no me desquito con nadie. Me fallan las cosas, un montón de veces me frustro, hay un millón de ítems en mi lista de pendientes pero voy por ahí sin repartir trompadas a lo loco. Y me la banco, la mayoría de las veces, solita con mi alma y algunas veces, con los muy pocos que me hacen el aguante.
Entonces, esto: me voy a empezar a defender. Asi que, vos que andás por allá, si ves algún conocido de toda esta caterva de medidores infectos, pediles que les avisen. No hay próxima vez.
La última vez fue hoy. A partir de hoy, por lo menos, para hablar conmigo, van a tener que pensar muy bien lo que dicen.
Eso.
Ah! Si podés, también avisá que tengan mucho cuidado con lastimar a cualquiera de los que quiero. No soy yo cuando me enojo. Pero soy menos yo cuando lastiman a alguien que quiero.
No tienen idea de lo que soy capaz.
Y no. No es una advertencia. Es una amenaza.
Ahora, sí. Me voy a dormir.
Mañana va a ser un día maravilloso. Como cada uno de los días de los últimos meses.
A partir de mañana, se terminó la piedad que, al final, no es una cosa tan buena, viste? La gente la confunde con boludez.
Y yo me hago pero no soy.
Te quiero. Te extraño. Y hoy, me alegro que hayas zafado de esta porquería de gente que mide con esa regla de mierda.
Chau, Miguel. Todo va a estar bien.
Now Im not looking for absolution
Forgiveness for the things I do
But before you come to any conclusions
Try walking in my shoes
Try walking in my shoes.
Things are going to slide, slide in all directions
Won't be nothing
Nothing you can measure anymore
4 comentarios:
No tengo palabras.
Sabete querida, nomás. Por nosotros.
Gran abrazo. Me quedo releyendo y pensando en tus palabras.
La razón por la que siempre uno se equivoca, elije mal, cuando mide es porque medir es una reverenda pelotudez, habría que pensar que hay otro en otro lado diciendo lo mismo de uno, sacando conclusiones absurdas y metiendose con mala onda en lo que no le imcumbe...que fea sensación que da, no?
Sabete querida acá también, y si tu felicidad molesta, alegrate porque la tenés. Y disfrutala porque te la ganaste.
Besos mil.
Mire, yo estoy dispuesto a hacerme ligar una trompada con tal que algun imbecil la ligue tambien.
Se lo dejo claro, nomas...por las dudas.
Gracias, amigos. Gracias por los comentarios, a los tres.
Me sé querida y acompañada.
Soy una mujer con suerte.
Besos.
V.
Publicar un comentario