domingo, 14 de febrero de 2010

Fechas

En general, todos los 3 y 4 del mes y los 12 y 13 son malos días. Con el tiempo que va pasando, ya no son tan terribles como al principio -"no tan terribles" quiere decir que no me ando diciendo día y noche "cómo me gustaría estar con Paulina, sea donde sea que esté"-, pero todavía son días muy difíciles.
Este 13 se cumplieron seis meses. Parece mentira, pero ya pasaron seis meses. Los seis meses más duros de toda mi vida y creo que no sólo hablo por mí.
Este 13, también, le festejaron el cumpleaños al hijito de mi mejor amiga. Mi amiga -mi amiga muy querida- para hacerme el aguante, decidió invitar a casi toda mi familia y a mis sobrinos. Los chicos la pasaron bomba, perdieron sus inhibiciones rápidamente e interactuaron todo lo que sus edades les permitió.


Al mediodía, habíamos estado en Chacarita. Chacarita es un lugar horrible. No sé si los cementerios parque o como se llamen, serán mejores, pero Chacarita es como una especie de infierno de cemento, en donde de lo único que te dan ganas es de salir corriendo. El lugar en donde está Paulina, como cualquier otro pabellón del cementerio, tiene un cuidador. Un cuidador que almuerza y escucha radio. Y hoy me pareció buenísimo que ese cuidador estuviera en donde está Paulina, ni yo sé bien por qué me pareció buenísimo. A lo mejor, porque ese hombre es el único toque de vida que tiene el cuerpo de mi hijita alrededor.

Todavía, necesito ir al cementerio, al menos, una vez por semana. Lo necesito de la misma imperiosa manera en que cada día, durante cinco meses, fui y vine del sanatorio. Cuando no voy -porque llueve, porque no puedo o por algún imponderable en serio- siento que la abandono. Y me siento terriblemente mal.
El que lea esto, puede decir "no te sientas mal, ella no se enoja" y tendría razón y sería una forma cariñosa de querer consolarme. Pero aunque ella no se enoje; quizás, aunque ella ya no sienta absolutamente nada - de hecho, mi visión del cielo se fue a la mierda el mismísimo 13 de agosto - yo me sigo sintiendo su mamá y ninguna mamá de las que conozco, dejaría a sus hijitos solos. Y si tuviera que hacerlo por necesidad, se sentiría, seguramente, tan mal como me siento yo cuando no voy a verla.
¿Por qué cuento esto?
Bueno, lo cuento porque durante el cumpleaños del hijito de mi amiga y a pesar de que la sensación "Paulina no está más" va conmigo a todos lados, todos los días, durante todo el día, hubo un momento en que ver a todos los que nacieron hace un año, juntos, hizo real la ausencia, el hueco. Faltaba Paulina en la foto. Paulina no va a estar nunca en ninguna foto de ningún cumpleaños de nadie.
Es muy difícil intentar explicar lo que se siente. Más que nada porque -por suerte- no hay nadie más en mi círculo más íntimo que haya perdido un hijo. Gracias a la naturaleza, los genes, la suerte o lo que sea, todos tienen a sus chiquitos ahí, con mocos o no, brotados por el calor, hasta con fiebre, pero ahí. Los pueden acariciar y alzar y bañar y jugar y todas esas cosas.
Yo sólo tengo una especie de agujero que me traspasa de lado a lado, imposible de explicar. Sólo tengo un nicho en Chacarita al que ir a ponerle una flor, una vez por semana.
La gente no va a los cementerios. En realidad, la gente le huye a casi todo lo que tenga que ver con la muerte, hasta que se les hace inevitable enfrentarla. Entonces, van y lloran un rato, el día del entierro, llevan unas flores y después no van más.
A Paulina, sólo vamos a verla sus padres y su abuela materna. Muy de vez en cuando, pasan unos parientes que no la conocieron a dejarle una flor o algunos amigos que están de paso, visitando a sus muertos queridos.
No me enojo con los que no van. No los critico. Finalmente, el cajón que está ahí, en la segunda fila de nichos, es de mi hijita. Y su muerte -la muerte que revivo cada vez que me cuentan uno de esos problemas por los que cualquiera se angustia, como no tener plata o un malentendido entre familiares o cualquier otra cosa que por dificil que sea, tiene solución- es un problema integramente mío.
En fin, sigue siendo muy difícil. Y uno -yo- no puede andar por el mundo pidiendo que por favor, los días 3 y 4, los 12 y los 13, tengan cuidado porque estoy más frágil que el resto del mes y cualquier golpecito me puede quebrar.
Uno -yo- entiende que el mundo sigue, que la vida no se detiene nunca. "Hay que seguir. No queda otra, hay que seguir". Casi siempre alguien me dice esa frase. Y yo siempre pienso que me gustaría verlos en mi lugar. No por maldad, ni por resentimiento. Sino para que vean que uno sigue, como puede, hasta donde puede, con lo que puede. Pero que seguir no es seguir igual. Que nada es igual. Que nunca más es igual, desde el momento en que uno -yo- no puede pensar en ese día de hace 6 meses atrás, sin llorar a los gritos.
Qué sé yo. Yo no me la agarro con nadie. Nunca. En estos meses, nunca me la agarré con nadie. No le eché la culpa a Dios, ni a los ángeles, ni a los santos, que no me dieron ni puta pelota. Sólo dejé de creer en ellos. No me enojé con el destino, ni con los médicos, ni con el puro orto que no tengo para zafar del dolor.
Seguí. Sigo. Qué sé yo. No tengo más remedio.
Los días difíciles van a seguir. El 4 de marzo, Paulina hubiese cumplido un año. Exactamente, una semana después de mi cumpleaños.
Vamos a comprarle flores lindas. Es lo único que le podemos regalar.

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