Mum se llama Marilyn. Es una mezcla extraña entre Mia Farrow -ahora- y Silvia Montanari -desde siempre.
Mum no toma sol. Cuando se acerca a la piscina, lleva puesto un vestido hasta los pies, un saquito mangas largas, todo en tonos pastel. Y capelina. Mum no sale sin capelina porque detesta el sol pero a los chicos se les ha dado por casarse en la playa, a orillas del mar Caribe y ya que van a mezclar las razas, por lo menos que lo hagan donde sólo los más íntimos puedan verlos, digo yo porque nada de lo humano me es ajeno.
Mum sonríe todo el tiempo y utiliza un modito forzado para hablar, como esas que por casa le dirían "tesoro" o "pichona" a cualquier amigo de sus hijas. "Hi, guys", nos dice con voz angelical cada vez que nos ve, arrastrando la ai en tono agudo. "You´re so nice", me dice o algo así le entiendo yo que no les entiendo casi nada a ninguno y tampoco me esfuerzo por entenderlos. O mejor, los entiendo si quiero y cuando no quiero, no entiendo nada y "I don't speak english. Sorry." mientras pienso que a los ingleses les sale mejor la cortesía porque disimulan mejor.
Mum abraza y besa y se pone emocional. Y agradece, supongo que de corazón, que nosotros, los del culo del mundo estemos aquí, acompañando a los novios. Supongo que eso es verdad: como sea, es una madre y su hija se está casando.
Ahora, Mum está fascinada con su familia política. Porque, como creí decir antes, fuera de Yankiland, lo que más les gusta a los americanos es la belleza exótica de los pueblos originarios de Latinoamérica. Mum mira a su familia política boliviana de la misma forma en que mira a los camareros y a los lobby boys. Es una mezcla de compasión y lástima, que ya se sabe no son la misma cosa. Y claro, los más jóvenes de los latinos, que son argentinos pero con cara de bolivianos ganan a lo pavote en este no-lugar-paradisíaco-all inclusive.
Como sea, pasa el día de la boda en donde Mum intenta muchísimas veces acaparar más atención que los recién casados. Y al día siguiente, luego de hacerse amiga de los amigos de su hija y, anche, de los de su hijo político, no hace más que interrumpir almuerzos y cenas para sacarse fotos con todos y recordar estos maravillosos, maravillosos días.
No se saca fotos con nosotros. No somos lo suficientemente exóticos. En el hotel, casi todo el personal cree que somos gringos. Zafamos por la piel clarita y los ojos haciendo juego. Cuando hablamos en español, se sorprenden y nos preguntan "¿España?"
"Argentinos", decimos. "Argentinos, eh, amigo. ¿Dónde está el mate?"
Qué lejos quedaron los 90 de las costas del Caribe.
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