Uno de mis grandes defectos es el de ser lo suficientemente jetona como para ponerle el cuerpo a lo que digo. Si bien, en este tiempo, no me quedan ganas ni de pelearme con nadie, tengo esta maldita puta costumbre de poner en palabras lo que me pasa, lo que pienso y lo que opino respecto a lo que sea, si me preguntan. Porque siempre hay alguien que pregunta. Esa trampa mortal que es alguien con supuesta buena intención preguntando sobre las cosas para, después, usarlas en propio beneficio. Me hago cargo: siempre respondo. Si me preguntan, respondo. Nunca le escapo al bulto. Y respondo lo que me parece. Sea bueno o malo. Soy así y no tengo demasiadas intenciones de cambiarlo.
Eso genera, como cualquier acción, multiples y variadas reacciones que van desde el "mejor no me enfrento a esta porque es capaz de decir lo que le viene a la boca" a los putísimos tiros por elevación, dichos delante mío (o detrás, y esos son los que más me molestan) con una fingida inocencia.
Hay algo cierto, los tibios no me van. Será que yo no soy tibia. Será que yo siempre tomo partido. Será que nunca me gustó que me dijeran lo que tengo que pensar o decir. Será que fui educada de esta forma -mal o bien- y puede gustar o no, pero, no hay caso, es mi forma.
A qué viene todo esto. No importa a lo que viene. O sí. Viene a que, contrario a lo que se puede pensar por ahí, no soy de las personas que le llenan la cabeza a nadie. Escucho, aconsejo -siempre desde lo que pienso que es para mejor del que me habla-, tomo partido. Y lo digo. Siempre.
No me escudo nunca en una falsa ingenuidad. No me hago la boluda, ni la nena, ni la dama en peligro. Al contrario: me la banco. Y no tengo el switch para cambiar de idea, demasiado sensible.
Tampoco soy boluda. Yo veo. Oigo. Leo. Me doy cuenta. Desgraciadamente, me doy cuenta de todo, casi siempre. Aún a pesar mío.
Y no me hace falta andar recolectando información de distintas fuentes. No me interesa el chusmerío grosso, el de andar diciendo "ah, porque una vez, sabés lo que dijo de vos", no. No meto fichas. A lo mejor, peco de sincera. A lo mejor, digo: "Ojo, che. Cuidado. Cuidate". Me arrepiento un poco de decir esa clase de cosas.
Todas las veces que alguien me ha contado algo, he escuchado con atención. He leído los más variados episodios. Desde llantos y escenas de celos hasta grandes problemas de inseguridad e intolerancia de género (jé, cuándo no.). Y cada vez que me han tenido de oreja, han contado con toda mi atención y sensibilidad (que será jodida, que será demasiado fina, pero que es inmensa).
Por supuesto que me fastidio, soy un ser humano, después de todo y aunque no parezca. Por supuesto que me agarro broncas de días y días que no se me pasan. Por supuesto que hay cosas que me duelen.
Pero a esta altura del partido, después de todo lo que pasó y pasa... ¿tiene alguna importancia?
En realidad, nada importa demasiado.
Como sabemos bien acá: una vez que la idea sobre alguien empieza a correr de boca en boca, es muy díficil hacerla cambiar. No importa lo que hayas hecho o lo que no hayas hecho. La gente es boluda. Eso lo sabemos todos. La gente (vos, vos, yo, vos) se deja llevar por prejuicios. Así funciona el mundo.
Lo único bueno es que es un ciclo y eso reparte parejo para todos lados. Hoy me toca a mí pero mañana, estate seguro/a, te toca a vos.
Hay que hacerse cargo de lo que uno dice, creo. No creo. Estoy segura.
Y hay que actuar en consecuencia con lo que uno anda desparramando por ahí. Habrá más de uno que pueda dar fé de mis decisiones cuando se me llenó el saco. No tengo vuelta atrás. Como dije más de una vez en este blog, el "a mí no me hizo nada", no me va, nunca me fue, nunca me va a ir. Yo distingo claramente, por lo menos para mi escala de valores, qué cosas están bien y qué cosas están mal. Qué puedo aceptar dentro de los límites de la tolerancia y qué no.
Pero repito: cada vez que alguien ha venido con una pena, con un problema, he sido transparente al respecto. Y eso que, salvo contadas excepciones entre las que se cuentan sólo gente queridísima por mí, no soy de las que hacen interrogatorios. No soy comedida, ni indiscreta.
Hay que evitar andar desparramando boludeces sobre la gente. Hay que tener mucho cuidado. Hay que hablar sabiendo y si no sabés, no andar hurgando para enterarte. Porque todo se sabe. Es así. Hasta el que no quiere, se entera de todo lo que se dice sobre él. Más tarde o más temprano, todo se sabe. Y llorar, después, no sirve para nada. Pedir disculpas, tampoco.
En este momento, estoy haciendo grandes esfuerzos por dominar este defecto tan choto que tengo. Y sin embargo... sin embargo, siempre hay alguien dándose el lujo de ponerse en paladín de la moral y las buenas costumbres, acusando con el dedo. Haciéndose cruces por lo que digo, opino y comento, CUANDO ME PREGUNTAN, porque tengo el descaro de hacerlo en público, en lugar de hacerlo escondiéndome detrás de una ventana de mensajero o por mail o hablando por teléfono.
Y entonces, lo de siempre. A mí se me llena la cabeza de preguntas: quién sos, a quién le ganaste, cuándo te las aprendiste todas, sos capaz de ponerte en el lugar de otro, te das cuenta de que lo mismo que enjuiciás en los demás es lo que llevás a cabo. Todas preguntas. Preguntas que, en primera instancia, me hago a mí. Y después, oh, maravilla maravillosa, a los demás. Preguntas sin respuestas. Porque esas cosas no se dicen. No está bien visto.
A mí, casi nada de lo humano me es ajeno. Como dice un amigo mío soy negra, puta, lesbiana, judía, coreana, china, indocumentada, loca, histérica, mal hablada, mal llevada, jodida. Me caben todas las peores generales de la ley.
Lo único que no soy es falsa. No soy forra. No disimulo.
Es un defecto.
Qué se le va a hacer.
Es lo que hay.
Eso genera, como cualquier acción, multiples y variadas reacciones que van desde el "mejor no me enfrento a esta porque es capaz de decir lo que le viene a la boca" a los putísimos tiros por elevación, dichos delante mío (o detrás, y esos son los que más me molestan) con una fingida inocencia.
Hay algo cierto, los tibios no me van. Será que yo no soy tibia. Será que yo siempre tomo partido. Será que nunca me gustó que me dijeran lo que tengo que pensar o decir. Será que fui educada de esta forma -mal o bien- y puede gustar o no, pero, no hay caso, es mi forma.
A qué viene todo esto. No importa a lo que viene. O sí. Viene a que, contrario a lo que se puede pensar por ahí, no soy de las personas que le llenan la cabeza a nadie. Escucho, aconsejo -siempre desde lo que pienso que es para mejor del que me habla-, tomo partido. Y lo digo. Siempre.
No me escudo nunca en una falsa ingenuidad. No me hago la boluda, ni la nena, ni la dama en peligro. Al contrario: me la banco. Y no tengo el switch para cambiar de idea, demasiado sensible.
Tampoco soy boluda. Yo veo. Oigo. Leo. Me doy cuenta. Desgraciadamente, me doy cuenta de todo, casi siempre. Aún a pesar mío.
Y no me hace falta andar recolectando información de distintas fuentes. No me interesa el chusmerío grosso, el de andar diciendo "ah, porque una vez, sabés lo que dijo de vos", no. No meto fichas. A lo mejor, peco de sincera. A lo mejor, digo: "Ojo, che. Cuidado. Cuidate". Me arrepiento un poco de decir esa clase de cosas.
Todas las veces que alguien me ha contado algo, he escuchado con atención. He leído los más variados episodios. Desde llantos y escenas de celos hasta grandes problemas de inseguridad e intolerancia de género (jé, cuándo no.). Y cada vez que me han tenido de oreja, han contado con toda mi atención y sensibilidad (que será jodida, que será demasiado fina, pero que es inmensa).
Por supuesto que me fastidio, soy un ser humano, después de todo y aunque no parezca. Por supuesto que me agarro broncas de días y días que no se me pasan. Por supuesto que hay cosas que me duelen.
Pero a esta altura del partido, después de todo lo que pasó y pasa... ¿tiene alguna importancia?
En realidad, nada importa demasiado.
Como sabemos bien acá: una vez que la idea sobre alguien empieza a correr de boca en boca, es muy díficil hacerla cambiar. No importa lo que hayas hecho o lo que no hayas hecho. La gente es boluda. Eso lo sabemos todos. La gente (vos, vos, yo, vos) se deja llevar por prejuicios. Así funciona el mundo.
Lo único bueno es que es un ciclo y eso reparte parejo para todos lados. Hoy me toca a mí pero mañana, estate seguro/a, te toca a vos.
Hay que hacerse cargo de lo que uno dice, creo. No creo. Estoy segura.
Y hay que actuar en consecuencia con lo que uno anda desparramando por ahí. Habrá más de uno que pueda dar fé de mis decisiones cuando se me llenó el saco. No tengo vuelta atrás. Como dije más de una vez en este blog, el "a mí no me hizo nada", no me va, nunca me fue, nunca me va a ir. Yo distingo claramente, por lo menos para mi escala de valores, qué cosas están bien y qué cosas están mal. Qué puedo aceptar dentro de los límites de la tolerancia y qué no.
Pero repito: cada vez que alguien ha venido con una pena, con un problema, he sido transparente al respecto. Y eso que, salvo contadas excepciones entre las que se cuentan sólo gente queridísima por mí, no soy de las que hacen interrogatorios. No soy comedida, ni indiscreta.
Hay que evitar andar desparramando boludeces sobre la gente. Hay que tener mucho cuidado. Hay que hablar sabiendo y si no sabés, no andar hurgando para enterarte. Porque todo se sabe. Es así. Hasta el que no quiere, se entera de todo lo que se dice sobre él. Más tarde o más temprano, todo se sabe. Y llorar, después, no sirve para nada. Pedir disculpas, tampoco.
En este momento, estoy haciendo grandes esfuerzos por dominar este defecto tan choto que tengo. Y sin embargo... sin embargo, siempre hay alguien dándose el lujo de ponerse en paladín de la moral y las buenas costumbres, acusando con el dedo. Haciéndose cruces por lo que digo, opino y comento, CUANDO ME PREGUNTAN, porque tengo el descaro de hacerlo en público, en lugar de hacerlo escondiéndome detrás de una ventana de mensajero o por mail o hablando por teléfono.
Y entonces, lo de siempre. A mí se me llena la cabeza de preguntas: quién sos, a quién le ganaste, cuándo te las aprendiste todas, sos capaz de ponerte en el lugar de otro, te das cuenta de que lo mismo que enjuiciás en los demás es lo que llevás a cabo. Todas preguntas. Preguntas que, en primera instancia, me hago a mí. Y después, oh, maravilla maravillosa, a los demás. Preguntas sin respuestas. Porque esas cosas no se dicen. No está bien visto.
A mí, casi nada de lo humano me es ajeno. Como dice un amigo mío soy negra, puta, lesbiana, judía, coreana, china, indocumentada, loca, histérica, mal hablada, mal llevada, jodida. Me caben todas las peores generales de la ley.
Lo único que no soy es falsa. No soy forra. No disimulo.
Es un defecto.
Qué se le va a hacer.
Es lo que hay.
2 comentarios:
Defecto? de verdad te parece un defecto? O sea, vos lo decis "si te preguntan" y los que te preguntan esperan que les digas tu opinión o escuchar lo que ellos quieren.
No sé a mí me parece bien, yo soy de las que prefieren que le digan la verdad, aunque me parta al medio.
Ojalá yo no pensara 25 veces antes de decir las cosas y dijera directamente lo que pienso.
"loca" :P
Huy!! o UYYYY!!! o UYUYUY!!!!! que te hace enojar tanto? , si no sos falsa, ya está todo dicho, seguí siendo como sos, si todos hicieramos algo parecido...
cambiaríamos el mundo no?
Mientras, y sin ninguna falsedad te deseo que seas/an felices, Ustedes se lo merecen...
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