viernes, 27 de noviembre de 2009

Desasosiego

Estos días releí algunas cosas que había escrito acá antes, cuando creía, erróneamente, que sufría.
Me leo estúpida: sin dormir, sin comer, con esa angustia existencial pavota, de adolescente con resfrío en el alma. Qué gansa. Sufrir es otra cosa.
Sufrir es levantarse sabiendo que nada de lo que uno haga puede cambiar lo que pasa. Vivir con eso. Resignarse. Tener que aceptar que lo que pasa es así. Que no hay nada ni nadie que lo pueda cambiar, ni por mucha voluntad, esfuerzo, conjuros mágicos, oraciones y santitos.
Sufrir es tener que ir cada domingo al cementerio. Llevar flores. Mirar la placa. Reconocer todas las cosas que no van a pasar ni ahora, ni nunca. Extrañar. Extrañar sin tener la posibilidad de tomarse un colectivo, un tren, un avión. Sin que haya teléfono, ni mail, ni carta certificada.
Es llorar a escondidas y para adentro. Sin que nadie vea las lágrimas. Llegar a los lugares como si a uno no le hubiese pasado nada. Irse de los lugares sabiendo que dirán "se la ve bien" o "que mal que está" o "pobre". Irse con todo lo otro y con eso también.
Es dejar de contar cosas. Guardarlas. No confiarse con nadie porque ya no queda qué confiar. Perder la fé y perderse. No poder rezar, ni dormir, ni descansar.
Es llenarse de ruido de la tele, de la calle, del chat para no recordar, una y otra vez, cada una de las 27 semanas de panza, los 163 días de sanatorio, los casi 4 meses que van hasta ahora.
Y no saber qué hacer con casi nada.
Y mientras se sufre, así, de manera animal, instintiva, seguir viviendo.
Tener que comprar Coca porque se terminó. Evitar una discusión boluda, pasar por alto alguna provocación o varias, bañarse, vestirse, salir. Vivir con todo lo chiquito y molesto que trae aparejado.
Repartir la poca alegría que queda. Hacer feliz a alguien, aunque sea un ratito, aunque sea olvidable.
Y no mucho más. Tratar de dormir. Ir al médico. Cuidarse, sin saber muy bien para qué. Estar. Seguir estando.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Defecto

Uno de mis grandes defectos es el de ser lo suficientemente jetona como para ponerle el cuerpo a lo que digo. Si bien, en este tiempo, no me quedan ganas ni de pelearme con nadie, tengo esta maldita puta costumbre de poner en palabras lo que me pasa, lo que pienso y lo que opino respecto a lo que sea, si me preguntan. Porque siempre hay alguien que pregunta. Esa trampa mortal que es alguien con supuesta buena intención preguntando sobre las cosas para, después, usarlas en propio beneficio. Me hago cargo: siempre respondo. Si me preguntan, respondo. Nunca le escapo al bulto. Y respondo lo que me parece. Sea bueno o malo. Soy así y no tengo demasiadas intenciones de cambiarlo.
Eso genera, como cualquier acción, multiples y variadas reacciones que van desde el "mejor no me enfrento a esta porque es capaz de decir lo que le viene a la boca" a los putísimos tiros por elevación, dichos delante mío (o detrás, y esos son los que más me molestan) con una fingida inocencia.
Hay algo cierto, los tibios no me van. Será que yo no soy tibia. Será que yo siempre tomo partido. Será que nunca me gustó que me dijeran lo que tengo que pensar o decir. Será que fui educada de esta forma -mal o bien- y puede gustar o no, pero, no hay caso, es mi forma.
A qué viene todo esto. No importa a lo que viene. O sí. Viene a que, contrario a lo que se puede pensar por ahí, no soy de las personas que le llenan la cabeza a nadie. Escucho, aconsejo -siempre desde lo que pienso que es para mejor del que me habla-, tomo partido. Y lo digo. Siempre.
No me escudo nunca en una falsa ingenuidad. No me hago la boluda, ni la nena, ni la dama en peligro. Al contrario: me la banco. Y no tengo el switch para cambiar de idea, demasiado sensible.
Tampoco soy boluda. Yo veo. Oigo. Leo. Me doy cuenta. Desgraciadamente, me doy cuenta de todo, casi siempre. Aún a pesar mío.
Y no me hace falta andar recolectando información de distintas fuentes. No me interesa el chusmerío grosso, el de andar diciendo "ah, porque una vez, sabés lo que dijo de vos", no. No meto fichas. A lo mejor, peco de sincera. A lo mejor, digo: "Ojo, che. Cuidado. Cuidate". Me arrepiento un poco de decir esa clase de cosas.
Todas las veces que alguien me ha contado algo, he escuchado con atención. He leído los más variados episodios. Desde llantos y escenas de celos hasta grandes problemas de inseguridad e intolerancia de género (jé, cuándo no.). Y cada vez que me han tenido de oreja, han contado con toda mi atención y sensibilidad (que será jodida, que será demasiado fina, pero que es inmensa).
Por supuesto que me fastidio, soy un ser humano, después de todo y aunque no parezca. Por supuesto que me agarro broncas de días y días que no se me pasan. Por supuesto que hay cosas que me duelen.
Pero a esta altura del partido, después de todo lo que pasó y pasa... ¿tiene alguna importancia?
En realidad, nada importa demasiado.
Como sabemos bien acá: una vez que la idea sobre alguien empieza a correr de boca en boca, es muy díficil hacerla cambiar. No importa lo que hayas hecho o lo que no hayas hecho. La gente es boluda. Eso lo sabemos todos. La gente (vos, vos, yo, vos) se deja llevar por prejuicios. Así funciona el mundo.
Lo único bueno es que es un ciclo y eso reparte parejo para todos lados. Hoy me toca a mí pero mañana, estate seguro/a, te toca a vos.
Hay que hacerse cargo de lo que uno dice, creo. No creo. Estoy segura.
Y hay que actuar en consecuencia con lo que uno anda desparramando por ahí. Habrá más de uno que pueda dar fé de mis decisiones cuando se me llenó el saco. No tengo vuelta atrás. Como dije más de una vez en este blog, el "a mí no me hizo nada", no me va, nunca me fue, nunca me va a ir. Yo distingo claramente, por lo menos para mi escala de valores, qué cosas están bien y qué cosas están mal. Qué puedo aceptar dentro de los límites de la tolerancia y qué no.
Pero repito: cada vez que alguien ha venido con una pena, con un problema, he sido transparente al respecto. Y eso que, salvo contadas excepciones entre las que se cuentan sólo gente queridísima por mí, no soy de las que hacen interrogatorios. No soy comedida, ni indiscreta.

Hay que evitar andar desparramando boludeces sobre la gente. Hay que tener mucho cuidado. Hay que hablar sabiendo y si no sabés, no andar hurgando para enterarte. Porque todo se sabe. Es así. Hasta el que no quiere, se entera de todo lo que se dice sobre él. Más tarde o más temprano, todo se sabe. Y llorar, después, no sirve para nada. Pedir disculpas, tampoco.
En este momento, estoy haciendo grandes esfuerzos por dominar este defecto tan choto que tengo. Y sin embargo... sin embargo, siempre hay alguien dándose el lujo de ponerse en paladín de la moral y las buenas costumbres, acusando con el dedo. Haciéndose cruces por lo que digo, opino y comento, CUANDO ME PREGUNTAN, porque tengo el descaro de hacerlo en público, en lugar de hacerlo escondiéndome detrás de una ventana de mensajero o por mail o hablando por teléfono.
Y entonces, lo de siempre. A mí se me llena la cabeza de preguntas: quién sos, a quién le ganaste, cuándo te las aprendiste todas, sos capaz de ponerte en el lugar de otro, te das cuenta de que lo mismo que enjuiciás en los demás es lo que llevás a cabo. Todas preguntas. Preguntas que, en primera instancia, me hago a mí. Y después, oh, maravilla maravillosa, a los demás. Preguntas sin respuestas. Porque esas cosas no se dicen. No está bien visto.
A mí, casi nada de lo humano me es ajeno. Como dice un amigo mío soy negra, puta, lesbiana, judía, coreana, china, indocumentada, loca, histérica, mal hablada, mal llevada, jodida. Me caben todas las peores generales de la ley.
Lo único que no soy es falsa. No soy forra. No disimulo.
Es un defecto.
Qué se le va a hacer.
Es lo que hay.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Preguntas

Miércoles 11 de noviembre
Empezamos tianatación con la preciosura.
Cuando terminó la hora de patadas y zambullidas, fuimos al vestuario a cambiarnos.
La preciosura habla todo el tiempo, no para de hablar.
Después de vestirla, me tocó el turno a mí de sacarme la malla mojada.
Ella se quedó parada, esperando que yo me vistiera.
En un momento, me espió por la cortina del cubículo que funciona como ducha y vestidor.
-¿Puli no está más en tu panza?
-No-, le respondo.-Puli no está más en la panza. Vos sabés dónde está.
-Sí. En el sanatorio.
-No. No está en el sanatorio. Vos sabés dónde está.
-¿Dónde está?
-En el cielo.
-¿Por qué?
-Porque está con Dios.
-¿Por qué está con Dios?
-Por favor, Sofi, ¿me sostenés las ojotas?

No tengo respuesta para esa pregunta.

Ella dejó de preguntar.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Neurosis de destino

Y a mí me cuesta cada día más pensar que las cosas no están escritas.
Mis esfuerzos, mis pilas nunca sirvieron para más que para darme grandes desilusiones.
Aunque ponga lo mejor de mí, las cosas nunca son como yo necesito que sean.
Y me siento encerrada.
Y triste.
Hago lo mejor que puedo hacer, aún en esta circunstancia horrible. Sin embargo, las cosas siguen doliéndome.
Y pensar que desde que tengo uso de razón, lo único que estuve buscando es ser tremendamente feliz.
¿Qué tendré, doctora, qué tendré que sólo consigo unos ratos muy fugaces de felicidad?
¿Qué es lo que tengo que hacer?
¿Aceptar? Lo estoy aceptando casi todo. Hasta lo que creí que nunca aceptaría, lo acepto casi docilmente.
¿Resignarme? ¿Se puede vivir así? ¿Puede uno resignarse a todo? ¿Es posible que alguien sobreviva con resignación?
Hago lo que puedo. A veces, un poco más. Trato de ser optimista, de estar lo mejor posible. De dar alegría a los demás, aún cuando estoy mirando con cariño la ventana.
Y sin embargo, no sirve.
Y hay días como hoy, en donde me siento para la mierda, en donde creo que hay que entregarse al destino. Aunque me digan que las cosas se pueden cambiar, no es cierto. Nada cambia. Nadie cambia, nunca.
Y uno se tiene que quedar con las cosas como son.
Aunque esas cosas le hagan un agujero en el cuerpo.
Las personas como yo, tan arremetedoras, tan peleadoras, tan cocoritas, deberíamos venir con un cartel que dijera: Favor de tener cuidado.
Eso. Es un mal domingo. Fue una mala semana. Lo disimulé mucho. Lo disimulé hasta hoy. Hoy no lo puedo disimular.
Estoy desesperadamente triste.
Y no puedo hacer nada al respecto. No sé qué hacer al respecto.
Me desespero.
Qué cagada.