Hoy va casi sin música, Migue. Aunque no te prometo nada, viste como soy. Esa manía que tengo de inventarle un soundtrack a todo.
Volví a escribir. Estoy volviendo de a poco. Pienso más de lo que escribo, pienso más de lo que siento, pienso más de lo que leo. Así va, por ahora y hay tantas cosas en las que pensar, en tantas direcciones, que, en algunos momentos, me parece que la cabeza se me va a partir. Y claro que pienso en el futuro cercano pero también pienso, quizás demasiado, en el pasado.
La mayoría del tiempo pienso en el presente. Están pasando cosas de lo más extrañas. Ni malas, ni buenas. Sólo raras. Estoy descubriendo algo mío, algo que no sabía que tenía. No me conozco, ahora. Ni por dentro, ni por fuera. Y no estoy muy segura de estar madurando ni de haber dejado de tener miedo porque si tengo que decirte la verdad, la verdad más sincera, estoy más asustada que antes pero esta vez, no me paralizo. Esa es una gran diferencia. Es una buena diferencia.
Pero, casi todos los días, me encuentro teniendo que tomar alguna decisión, definiendo cosas: lo que quiero y lo que no, lo que puedo y lo que no, lo que me gustaría y lo que no tiene chance. La mayor parte del día no estoy segura de las decisiones que tomo y ya hay unos cuantos enojados por eso, porque cambio de idea, porque no respeto lo que digo, porque no cuento lo que hago o porque lo cuento demasiado. Pero yo nunca cuento todo. Nadie, nadie sabe todo. Es muy difícil poder contar lo que uno mismo ignora.
Hay muchas cosas que se me pierden, hay muchas otras que no las entiendo.
Hay días que me siento terriblemente sola y hay días en que siento que vivo entre demasiada gente. Los extremos, todo el tiempo.
Pero me doy cuenta de algunas cosas. Cosas de las que no muchos se dan cuenta.
Todas las vidas de las personas tienen una forma.
En estos días, me di cuenta que la forma de mi vida no encaja en las formas ajenas. Y es bastante tranquilizador, por un lado, que así sea pero, si tomás distancia y mirás, la tranquilidad se transforma en desgarro y ya no estoy para andar desgarrándome.
Tampoco estoy para hacer demasiado esfuerzo. Estoy cansada, me duele el cuerpo, ya no tengo la misma fuerza que antes. Y sé que, seguramente, decidiendo esto me pierda de alguna cosa maravillosa pero si hay que hacer un esfuerzo sobrehumano, si hay que agotar hasta la última gota de paciencia y amabilidad, no sé si vale tanto la pena.
También, se me aclaró un poco la cuestión de la distancia y no hablo de distancia en metros, hablo de la otra distancia, la que se pone entre uno y otro. Me da tristeza. Mucha más de la que creía.
Ves? Una epifanía detrás de otra.
No soporto la distancia, ya no puedo hacer el mismo esfuerzo de antes, no logro encontrar la forma complementaria a mi forma en tantos ámbitos de mi vida y encima, ahora, recién ahora, se me hace evidente, de una forma tan repentina que me resulta increíble, saber a quién le importa algo y a quién, no.
Y no dejo de preguntarme, a cada minuto, con cada decisión que tomo, por qué resulta todo tan complicado, tan difícil, tan trabajoso. Por que no hay voluntad ni buena predisposición que valga. No hay buena intención ni un solo y puto momento de empatía que no tenga algo escondido.
Y yo no sé especular. Y no quiero aprender, aunque sea lo más conveniente. Porque en eso es en lo único que me conozco, Migue. Es en lo único que no cambié. Es una de las pocas cosas que me interesa cuidar.
Es tan raro sentirse solo, rodeado de gente. Es tan raro estar solo en una multitud. Y no la voy de santa, te lo juro, que mis buenas cabronadas me mando y hasta estoy haciendo cosas que me prometí que nunca volvería a hacer pero me resulta todo tan extraño que no logro anticiparme.
A lo mejor, no está tan mal dejar que te pase la vida por encima. Asumir los riesgos de terminar cayendo parada o que me revuelque la ola, si total, las cosas suceden igual, para bien o para mal.
Es esto: estoy caminando con zapatos nuevos. En algún momento, los amoldaré a mis pies. Espero.
En la película de hoy, bajan a un chico de un tren. Por la ventanilla, se asoma la chica que conoció en el viaje. La chica llora. Es un país desconocido y sólo saben sus nombres.
La chica le pregunta qué le pasa.
El chico le contesta: "Te lo diré la próxima vez que nos veamos."
Ella asegura: "Sí, me lo dirás."
Me gustaría tener la seguridad, alguna vez, de saber que habrá próxima vez. Por ahora, todo es demasiado fugaz, como las estrellitas de Navidad.
All the way to Reno, losing my religion.
Volví a escribir. Estoy volviendo de a poco. Pienso más de lo que escribo, pienso más de lo que siento, pienso más de lo que leo. Así va, por ahora y hay tantas cosas en las que pensar, en tantas direcciones, que, en algunos momentos, me parece que la cabeza se me va a partir. Y claro que pienso en el futuro cercano pero también pienso, quizás demasiado, en el pasado.
La mayoría del tiempo pienso en el presente. Están pasando cosas de lo más extrañas. Ni malas, ni buenas. Sólo raras. Estoy descubriendo algo mío, algo que no sabía que tenía. No me conozco, ahora. Ni por dentro, ni por fuera. Y no estoy muy segura de estar madurando ni de haber dejado de tener miedo porque si tengo que decirte la verdad, la verdad más sincera, estoy más asustada que antes pero esta vez, no me paralizo. Esa es una gran diferencia. Es una buena diferencia.
Pero, casi todos los días, me encuentro teniendo que tomar alguna decisión, definiendo cosas: lo que quiero y lo que no, lo que puedo y lo que no, lo que me gustaría y lo que no tiene chance. La mayor parte del día no estoy segura de las decisiones que tomo y ya hay unos cuantos enojados por eso, porque cambio de idea, porque no respeto lo que digo, porque no cuento lo que hago o porque lo cuento demasiado. Pero yo nunca cuento todo. Nadie, nadie sabe todo. Es muy difícil poder contar lo que uno mismo ignora.
Hay muchas cosas que se me pierden, hay muchas otras que no las entiendo.
Hay días que me siento terriblemente sola y hay días en que siento que vivo entre demasiada gente. Los extremos, todo el tiempo.
Pero me doy cuenta de algunas cosas. Cosas de las que no muchos se dan cuenta.
Todas las vidas de las personas tienen una forma.
En estos días, me di cuenta que la forma de mi vida no encaja en las formas ajenas. Y es bastante tranquilizador, por un lado, que así sea pero, si tomás distancia y mirás, la tranquilidad se transforma en desgarro y ya no estoy para andar desgarrándome.
Tampoco estoy para hacer demasiado esfuerzo. Estoy cansada, me duele el cuerpo, ya no tengo la misma fuerza que antes. Y sé que, seguramente, decidiendo esto me pierda de alguna cosa maravillosa pero si hay que hacer un esfuerzo sobrehumano, si hay que agotar hasta la última gota de paciencia y amabilidad, no sé si vale tanto la pena.
También, se me aclaró un poco la cuestión de la distancia y no hablo de distancia en metros, hablo de la otra distancia, la que se pone entre uno y otro. Me da tristeza. Mucha más de la que creía.
Ves? Una epifanía detrás de otra.
No soporto la distancia, ya no puedo hacer el mismo esfuerzo de antes, no logro encontrar la forma complementaria a mi forma en tantos ámbitos de mi vida y encima, ahora, recién ahora, se me hace evidente, de una forma tan repentina que me resulta increíble, saber a quién le importa algo y a quién, no.
Y no dejo de preguntarme, a cada minuto, con cada decisión que tomo, por qué resulta todo tan complicado, tan difícil, tan trabajoso. Por que no hay voluntad ni buena predisposición que valga. No hay buena intención ni un solo y puto momento de empatía que no tenga algo escondido.
Y yo no sé especular. Y no quiero aprender, aunque sea lo más conveniente. Porque en eso es en lo único que me conozco, Migue. Es en lo único que no cambié. Es una de las pocas cosas que me interesa cuidar.
Es tan raro sentirse solo, rodeado de gente. Es tan raro estar solo en una multitud. Y no la voy de santa, te lo juro, que mis buenas cabronadas me mando y hasta estoy haciendo cosas que me prometí que nunca volvería a hacer pero me resulta todo tan extraño que no logro anticiparme.
A lo mejor, no está tan mal dejar que te pase la vida por encima. Asumir los riesgos de terminar cayendo parada o que me revuelque la ola, si total, las cosas suceden igual, para bien o para mal.
Es esto: estoy caminando con zapatos nuevos. En algún momento, los amoldaré a mis pies. Espero.
En la película de hoy, bajan a un chico de un tren. Por la ventanilla, se asoma la chica que conoció en el viaje. La chica llora. Es un país desconocido y sólo saben sus nombres.
La chica le pregunta qué le pasa.
El chico le contesta: "Te lo diré la próxima vez que nos veamos."
Ella asegura: "Sí, me lo dirás."
Me gustaría tener la seguridad, alguna vez, de saber que habrá próxima vez. Por ahora, todo es demasiado fugaz, como las estrellitas de Navidad.
All the way to Reno, losing my religion.
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