A mi me gustaría ser una de esas personas a las que todo le chupa un huevo: las cosas, los demás, su propia existencia.
Me gustaría, por ejemplo, ser indiferente. Pero tengo este costado tan fácil, este gen leche hervida, el jetonismo. Me arrepiento cada día de mi vida de contar con esas características.
Hace un tiempo estoy haciendo un posgrado en indiferencia. Con buen manejo de cintura, sorteo las cosas que mandan decir, las lecturas entre líneas, las infidencias, los comentarios maliciosos. Digo, no quiere decir que no me dé cuenta de lo que pasa, simplemente evito confrontar.
Pero me parece que no está tan bueno esto de la indiferencia. Porque, para mí, es algo forzado. Y ya estoy haciendo muchos otros esfuerzos como para esforzarme en esta clase de cosas que, en general, tienen que ver más con probar hasta dónde llega mi paciencia.
Soy una persona más paciente de lo que parezco por escrito y en vivo. Tolero, aguanto, mucho más de lo que se podría suponer. Dejo pasar un comentario, una intromisión, una infidencia, dos, tres, cuatro; los chusmeríos de los que, como tales, me entero y hago oídos sordos. Puedo llegar a dejar pasar un comentario que oculta una verdad horrible, cuando es dicha como chiste, porque es cierto que las peores verdades se dicen en forma de chiste, es la fórmula de la cobardía.Pero las dejo pasar porque todos tenemos malos días y hay gente que no tiene el don de la oralidad o de la expresión escrita y dice una cosa por otra y qué se le va a hacer.
Este último tiempo, me había prometido a mí misma no participar en ninguna clase de enfrentamiento. Ni propiciarlo. Con mucho trabajo, lo estoy cumpliendo. Prefiero guardar violín en bolsa y seguir, como si no hubiese visto, oído o leído algo.
Supuestamente, esta actitud iba a ser un peldaño hacia mi tranquilidad. Si uno no siembra tormentas es posible que no recoja tempestades.
Pero no. El ser humano, como tantas veces dije, es un bicho hijo de puta, incapaz de registrar cualquier otra cosa que no sea su propio ego. Todo el mundo se cree más que el otro, mejor. Hay mucho bocafloja en el mundo. Mucha gente más mejor que sabe quienes son los más peor.
Entonces, estamos entre los que directamente ni se dan cuenta de que alguien -yo, en este caso- está tolerando cierta cantidad de indirectas con paciencia zen hasta el que las dice, lisa y llanamente para ver hasta dónde ese mismo otro -yo, supongamos- puede soportar.
Mi historia personal está hecha en base de abandonos de lugares y de gente, cada vez que percibí esa falta total de cuidado con el prójimo. He cortado los lazos con todos aquellos que no son capaces de mantener su opinión cagándose en los demás. Los mismos, que algunas semanas más tarde, cambian todo su discurso y están a favor del mismo del que antes estaban en contra y se envían ramos de flores y palabras amorosas. Los que lean, sabrán de qué hablo. Pasa todo el tiempo.
Ya que es imposible hacer que un necio se de cuenta que jode con sus imbecilidades, es preferible alejarse, alejarse tanto que lo único que quede es alguno que recuerde que uno, alguna vez, estuvo por allí. En general, no se pierde nada; el mundo no para, la gente no cambia, todo sigue igual, hasta que, como dije alguna vez en otro post, le toca a otro pasar por ese lugar.
Desgraciadamente, la tierra gira siempre para el mismo lado y en general, los que se van, son los que como yo, repodridos de dejar pasar, dan un portazo y desaparecen para siempre.
Claro: después vienen las preguntas. Que qué te pasó, que por qué te fuiste, que no tenés que ceder lugares, que no vale la pena, que cómo le vas a dar lugar a alguien que no tiene dos dedos de frente y un tendal de frases de ese estilo, que él único que puede decirlas es el que no estuvo escuchando el tac-tac constante de la gota que roe la piedra sobre su paciencia.
Muchas veces fantaseo con la idea de desaparecer. Desaparecer de la única manera que sé y de la manera en que lo hice siempre, sin dejar un solo rastro. Pero es una fantasía y alguna vez hay que probar cosas nuevas.
Hasta este punto de mi vida, me han dicho infinidad de cosas hirientes o desconsideradas, los personajes más variopintos, tanto hombres como mujeres. Cada vez que sucedió, no me quedó más opción que cerrar la puerta y tirar la llave. Angustiarme unas semanas y después, ir sepultando el mal rato debajo de gruesas capas de valoración personal. Es todo un trabajo rearmarse cuando a uno lo hieren, cuando lo hacen sentir poco o descartable o invisible. Es un trabajo muy sacrificado. Y no hablo sólo por mí. Cualquiera que haya tenido que rearmarse, no digo cinco o seis veces, sino una sola, sabrá de lo que hablo.
Uno queda magullado, resentido y sobre todo, queda con mucho miedo. No queda otra, entonces, que volverse al puñado cada vez más mínimo de personas, en donde uno puede ser como es, sin necesidad de andar cuidándose de las pequeñas porquerías gratuitas de los demás.
Y es claro, uno -yo- sabe que no hay competencia posible, que cada uno es como es, que los vínculos se establecen y se rompen, sin importar mucho más que el humor del día.
Alguno que lea esto podrá decir "esta mina, siempre la misma insegura", pero no, no es inseguridad. En estos días, yo me encanto. Me encanto tanto que me doy cuenta que no puedo relacionarme con cualquiera, que tengo que tener mucho cuidado, el mismo cuidado que tendría alguien con un collar de esmeraldas. Nadie iría con ese collar a limpiar el baño o a comprar al chino. No, esas cosas se cuidan con el alma. Y como yo soy mi propio collar de esmeraldas, no me queda otra que cuidarme a mí misma, casi, casi, como me cuidó mi mamá hasta que me pude valer por mi misma.
Una vez, un hombre del que estuve muy enamorada me dijo que el día que me diera cuenta del valor que yo tenía, mi forma de actuar iba a cambiar.
Tenía razón, de alguna manera. Todos estos meses, en los que estuve tan ocupada pensando qué iba a ser de mí, me di cuenta de cuanto, cuanto me valoro. Cuanto valor tengo para vivir, para sufrir, para todo. Nunca le escapé al bulto. Nunca me hice la desentendida.
Y quizás por eso, sea el momento de empezar a enfrentarme con cualquiera que vuelva a tener el tupé de decirme algo inconveniente o de meterse donde no lo llaman o, y esto espero que no pase por el bien de todos pero más que nada por el mío, disputarse conmigo algún lugar que le interese pero al que, oh, desgracia, ha llegado tarde.
Qué va'cer. Llega un momento en el que, imperiosamente, llega la necesidad de defenderse, dado que cuantos más sopapos liga uno, más le dan.
Y a mi ya me dieron todos los sopapos de esta vida y de las próximas dos. No voy a permitir ninguno más DE NADIE. Ni siquiera, por torpeza.
Llegó la hora de defender lo mío de una manera contante y sonante. Sin que queden lugar a dudas. Y si hay que ser cruel, tanto que lo he evitado, lo seré. Quizás esa sea la forma de entenderse con el resto de la humanidad: la crueldad.
Ojalá no haya que llegar a tanto.
El gran problema de mis enojos es que no se pasan con los días, se incrementan.
A los que les quepa el sayo, están avisados.
Desgraciadamente, no soy una de esas personas a las que todo les chupa un huevo. Nadie me parece que no vale la pena, sea para bien o para mal.
No soy yo cuando me enojo. De verdad. No soy yo.
Ruego que el resto de la humanidad que me rodea, tenga la sensatez de no querer comprobarlo.
Buenas noches.
2 comentarios:
Yo siempre tengo a mano dinamita, aunque hace rato que no la uso. Casi no hago puentes, ya. Me voy volviendo cada día más islita, lejos del continente, pero así estoy mejor.
Si bien con la maledicencia tengo una reacción atemperada por bajas expectativas en general por la humanidad, lo que me duele más no es ella, sino la mentira del pérfido que tiene la indecencia de actuar amablemente, hasta con onda, con vos, haciéndote bajar la guardia.
Igual, la imagen que uno tiene de uno mismo no es la que ven los demás, ahí hay un problema, incluso con los amigos, los familiares y los amantes, que hay que aprender a soportar, aunque a veces es difícil. Hace unos días, releyendo a Alicia me encontré con esto:
"Nunca te creas otra cosa que lo que podrías parecer a otros que eres o lo que serías o podrías haber sido de no ser distinto a lo que les habrías parecido al no ser como eres".
Que se curtan, nena. Eso.
Yo soy tan bolasfrescas que no me doy cuenta de nada. Tan desorientado estoy que hasta me siento culpable.
Ojalá estés bien.
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