sigo contando acá, casi por inercia.
El sábado al mediodía, bautismo de mi segunda preciosura. Iglesia. Celebración un poco larga, para mi gusto.
La gente hablando, nadie le da pelota a nada.
En la celebración, piden especialmente por Paulina. No lo esperaba, casi me largo a llorar pero me contuve.
Mi fobia social contenida.
Después, ir al festejo del primer año del hermoso y ver bailar a los chicos. Correrse de delante del fotógrafo para que pueda hacer su trabajo.
Cortando clavos, logro llegar casi intacta al final de la fiesta. Es un hecho: no disfruto las celebraciones familiares. Las padezco.
Gracias a Dios, empezamos a saludar para poder irnos. Y cuando estoy saludando, una pariente política de mi hermana, ni bien me ve avanzar hacia ella, dice:
POBRECITA. POBRECITA ESTA CHICA.
La pobrecita soy yo. Odio que me digan pobrecita. Odio que me tengan lástima.
Estuve toda la tarde con una pelota en la garganta. Pero no se lo dije a nadie.
Cada vez que hay una reunión con bebés, se evidencia la falta de mi hijita. Tampoco se lo digo a nadie, para qué.
Después de unas horas de descanso en casa, salimos hacía el cumpleaños de una querida amiga. El cumpleaños estuvo bien, mi fobia social se mantuvo a raya. Nos divertimos y por un rato, la pelota de la garganta desapareció. Hasta el final de la noche, que me apareció de nuevo pero lo disimulé. Porque soy buena disimulando. Me sale bien, ya lo dije muchas veces.
Pero el esfuerzo de disimular que había tenido un día difícil, me deja extenuada. Y a veces, cuando me pasa, me gustaría poder refugiarme en alguien querido, aunque sea un rato. Pero siento que me pongo densa y que cualquier destinatario de mi refugio emocional puede enojarse por el simple hecho de acercarme.
Y entonces, me enojo conmigo, más que con nadie, por tener esta necesidad de apoyo, de refugio en los otros. Por esta necesidad de tener, siempre ultimamente, un hombro amigo en el que recostarme. Y me reprendo con dureza por hacerlo.
En las malas, casi siempre, estamos solos. Y hay que aprender a andar con esa soledad.
Hace rato que pasé por el bautismo de soledad.
Pero todavía no me acostumbro.
Tendrá que pasar más tiempo.
O tendrá que ocurrir algo diferente.
En fin, ha pasado un fin de semana más.
Como no puede ser de otra manera, el domingo me acercó su bajón.
Pero quizás sea el cansancio, nada más.
Quizás.