domingo, 28 de febrero de 2010

Sueño

Sueño que corro por la calle. Y mientras corro, toda la gente que conocí va quedando atrás. Les veo las caras o, mejor, les reconozco los gestos. Veo a cada uno con el gesto que lo hace único. No me detengo. Corro y corro y corro, como escapando pero no.
La gente que va quedando atrás es variada. Hay alguna gente de mi familia, pero no mi familia más cercana, la más importante. Hay mujeres que supieron ser amigas mías, alguna vez, pero no las que son mis amigas.
Están los hombres que quise. En particular uno, del que más me había enamorado (no es el primero) hasta hace más o menos dos años, que me ve correr y sonríe. Sonríe de felicidad. Es lo que siento. Siento que se pone contento de que yo corra. Y verlo sonreír, mientras corro, un poco rápido, un poco lento, porque es un sueño y en los sueños pasa cualquier cosa, me tranquiliza. En el sueño recordaba que mientras él y yo compartíamos el mismo tiempo y espacio, su sonrisa siempre me tranquilizaba. Cuando sonreía, yo llegaba a casa. Algo así. Era una linda sonrisa, grande, serena. Una sonrisa de persona buena. Es un sueño igual. Pero en el mismo sueño, me reconfortaba saber que había guardado ese recuerdo de él porque es un buen recuerdo para guardar de alguien a quién uno quiso (modo cursi on) con locura.
Sigo corriendo, sin cansarme, veo a mis maestras, a antiguos profesores. Veo a mis primos y a mis tíos. Veo gente que conocí en internet, por supuesto el patrón sigue, son esos conocidos circunstanciales los que van quedando atrás. A los que les tengo más cariño, no los veo.
El viento me pega en la cara. La diferencia entre el sueño y la realidad es que, en el sueño, no siento la piedra que siento todo el tiempo en el pecho. Corro como si tuviera urgencia por llegar a alguna parte. No tengo miedo. Sólo estoy apurada por llegar. Dejo todo atrás y a medida que giro la cabeza, todo lo que está atrás, desaparece.
Fundido a negro.
Estoy a oscuras. No tengo miedo. Sé que estoy sentada o más bien, hecha un bollito, en un lugar donde puedo apoyar la espalda. No estoy cansada pero descanso. Abro los ojos, no veo nada y los vuelvo a cerrar. Me quedo muy quieta y empiezo a escuchar voces. Voces que conozco. Voces de gente que me quiere bien. Escucho a mis sobrinos, a mis hermanas, a mi mamá. Escucho una voz parecida a la de mi padre. No, estoy segura, es la voz de mi papá. Puedo reconocerla aún después de veinticinco años de no oírla. Escucho las risas de mis amigas, la voz de mi novio y de mi amigo. Hablan todos en voz baja pero sé que están ahí, aunque no pueda verlos.
Siento que me abrazan. Que me acarician la cabeza. Qué suerte que llegaste, me dicen. Estoy rodeada de gente: mis amigos de internet, también están pero no hablan. Es como si pudiera adivinarlos.
Y estoy muy tranquila y no siento el cuerpo como de papel de calcar, así como lo siento últimamente, tenso y vibrando.
No hay luz en esta parte del sueño. Aunque puedo sentir que están ahí, alrededor mío pero cerca, muy cerca. Y por primera vez, no quiero salir corriendo de un abrazo grupal. Me quiero quedar ahí, como escondida, como guardada. Siento la mano de mi mamá que aprieta mi mano. Siento el olor de mi papá muy cerca de la nariz. Percibo la suavidad de la cara de mi hijita.
Me siento a salvo. Siento que nada me puede pasar. Me siento "defendida" y no es una sensación que yo tenga a menudo.
Está oscuro pero son ellos. Lo sé. Lo siento. Todavía ahora, cuando escribo, siento que eran ellos y yo.
Y me despierto.
Y vengo y lo escribo acá. Y pienso que a lo mejor, todo el sueño tiene que ver con que hoy, alguien que conozco sólo de leídas, me dijo una cosa que nunca me dijo nadie.
"Qué bueno es que existas", me dijo. Y fue una forma amable de presentarse en su faceta de "persona real" y no de "chitrulo de la internet".
Él nunca va a saber cuánto le agradezco esa frase estos días. Ni siquiera sabe cuánto significan para mí esas palabras, en estas semanas.
Vuelvo a la cama. No voy a tener la suerte de volver a soñar con mi nido de personas queridas que me quieren y me cuidan pero por lo menos, voy a tener esto, para no olvidar.
Para no olvidarme de nada.

jueves, 25 de febrero de 2010

Cumpleaños

Gracias, Leonard, por acompañar mis momentos más felices y los más tristes de los últimos veinte años.






Sometimes I find I get to thinking of the past.
We swore to each other then that our love would surely last.
You kept right on loving, I went on a fast,
now I am too thin and your love is too vast.

But I know from your eyes
and I know from your smile
that tonight will be fine,
will be fine, will be fine, will be fine
for a while.

I choose the rooms that I live in with care,
the windows are small and the walls almost bare,
there's only one bed and there's only one prayer;
I listen all night for your step on the stair.

But I know from your eyes
and I know from your smile
that tonight will be fine,
will be fine, will be fine, will be fine
for a while.

Oh sometimes I see her undressing for me,
she's the soft naked lady love meant her to be
and she's moving her body so brave and so free.
If I've got to remember that's a fine memory.

And I know from her eyes
and I know from her smile
that tonight will be fine,
will be fine, will be fine, will be fine
for a while.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Indestructible

Hace unos días, alguien que quiero mucho me dio esa definición de mí:
"Pero si vos sos indestructible", me dijo.
Me dio pena saber que tenía esa imagen. Me dio pena por mi, claro. Porque pasa algo extraño con lo indestructible: la gente, cualquiera, cree que hay que probar siempre lo que es indestructible. Aplicarle todas las fuerzas posibles, torcerlo, intentar partirlo, apoyarle mucho peso, exponerlo al más inclemente frío o al peor calor, en fin, probar de todas las maneras posibles su calidad de indestructible intentando por todos los medios, obvio, poder destruirlo.
Por otro lado, me hago cargo de que esa debe ser la imagen que yo proyecto. "Peguele que no le duele" "Se dobla pero no se rompe" "Se las arregla" "Se la banca".
Y la verdad, nunca tuve un momento de mayor fragilidad que este. Me pregunto qué es lo que se verá desde afuera. Me pregunto, muchísimas veces, qué es lo que hay que mostrar para que a uno no lo crean indestructible.
Mejor: ¿qué tendría que hacer yo para que el mínimo grupo de personas que me interesa, se de cuenta de que estoy partida en dos millones de astillas? Concretamente, digo.
¿Debería tirarme en la cama a morir?
¿Debería aparecer en los lugares llorando a moco tendido?
¿Tendría que tirarme por la ventana?
¿Qué es lo que hay que hacer?
¿Hay que gritarlo, remarcarlo, recordarlo? ¿Dar pena? ¿Encerrarme?
¿Tendría que dejar de reírme, de hacerme la graciosa, de cantar, de mover el pie cuando suena algún tema?
¿Hacer voto de silencio?
¿Sacarme fotos cuando voy llorando al cementerio?
¿Hacer un video de todas las horas en las que lloro, sin que nadie me vea, para que me vean?
¿Qué es lo que hay que hacer?
Porque sucede que, cuando con mucho esfuerzo -pero mucho, mucho- uno intenta sobreponerse a sus tragedias, los demás, el genérico "la gente", cree que uno va a sobrevivir a todo. A cualquier cosa que le pase.
Yo no sé lo que hay que hacer, la verdad. En otro momento, cuando estaba triste por la tristeza en sí, se me ocurrió que lo mejor era aislarse. No sé, tampoco, si esa es la respuesta. A esta altura, desconfío de casi todo lo que se da como una verdad absoluta.
Lo único que sé es que no, ni ahí soy indestructible. Tengo las marcas de todos los arreglos que hicieron en mi cuerpo, por funcionamiento defectuoso. Y tengo un montón de palabras de consuelo, por las otras heridas.
Hace muchísimos años, en un colectivo, subió un vendedor ambulante a vender unos juegos de peines. Mostraba uno, mostraba otro, para el bolsillo del caballero y la cartera de la dama. "Totalmente indestructibles" dijo. Y se puso a doblar un peine de tamaño de mediano a chico, para un lado y para el otro. "Observen, observen la resistencia de este artículo." Y en la última maniobra, el peine se partió al medio.
Un consejo a los que lean: no parezcan nunca indestructibles.
El mundo no tendrá más intención que probar que no lo son.

sábado, 20 de febrero de 2010

Super

"El poder del hombre invisible, lo que lo convierte en superhéroe, es la base de su angustia. Nadie se daba cuenta de que él siempre estaba por ahí. Nadie lo notaba."



domingo, 14 de febrero de 2010

Fechas

En general, todos los 3 y 4 del mes y los 12 y 13 son malos días. Con el tiempo que va pasando, ya no son tan terribles como al principio -"no tan terribles" quiere decir que no me ando diciendo día y noche "cómo me gustaría estar con Paulina, sea donde sea que esté"-, pero todavía son días muy difíciles.
Este 13 se cumplieron seis meses. Parece mentira, pero ya pasaron seis meses. Los seis meses más duros de toda mi vida y creo que no sólo hablo por mí.
Este 13, también, le festejaron el cumpleaños al hijito de mi mejor amiga. Mi amiga -mi amiga muy querida- para hacerme el aguante, decidió invitar a casi toda mi familia y a mis sobrinos. Los chicos la pasaron bomba, perdieron sus inhibiciones rápidamente e interactuaron todo lo que sus edades les permitió.


Al mediodía, habíamos estado en Chacarita. Chacarita es un lugar horrible. No sé si los cementerios parque o como se llamen, serán mejores, pero Chacarita es como una especie de infierno de cemento, en donde de lo único que te dan ganas es de salir corriendo. El lugar en donde está Paulina, como cualquier otro pabellón del cementerio, tiene un cuidador. Un cuidador que almuerza y escucha radio. Y hoy me pareció buenísimo que ese cuidador estuviera en donde está Paulina, ni yo sé bien por qué me pareció buenísimo. A lo mejor, porque ese hombre es el único toque de vida que tiene el cuerpo de mi hijita alrededor.

Todavía, necesito ir al cementerio, al menos, una vez por semana. Lo necesito de la misma imperiosa manera en que cada día, durante cinco meses, fui y vine del sanatorio. Cuando no voy -porque llueve, porque no puedo o por algún imponderable en serio- siento que la abandono. Y me siento terriblemente mal.
El que lea esto, puede decir "no te sientas mal, ella no se enoja" y tendría razón y sería una forma cariñosa de querer consolarme. Pero aunque ella no se enoje; quizás, aunque ella ya no sienta absolutamente nada - de hecho, mi visión del cielo se fue a la mierda el mismísimo 13 de agosto - yo me sigo sintiendo su mamá y ninguna mamá de las que conozco, dejaría a sus hijitos solos. Y si tuviera que hacerlo por necesidad, se sentiría, seguramente, tan mal como me siento yo cuando no voy a verla.
¿Por qué cuento esto?
Bueno, lo cuento porque durante el cumpleaños del hijito de mi amiga y a pesar de que la sensación "Paulina no está más" va conmigo a todos lados, todos los días, durante todo el día, hubo un momento en que ver a todos los que nacieron hace un año, juntos, hizo real la ausencia, el hueco. Faltaba Paulina en la foto. Paulina no va a estar nunca en ninguna foto de ningún cumpleaños de nadie.
Es muy difícil intentar explicar lo que se siente. Más que nada porque -por suerte- no hay nadie más en mi círculo más íntimo que haya perdido un hijo. Gracias a la naturaleza, los genes, la suerte o lo que sea, todos tienen a sus chiquitos ahí, con mocos o no, brotados por el calor, hasta con fiebre, pero ahí. Los pueden acariciar y alzar y bañar y jugar y todas esas cosas.
Yo sólo tengo una especie de agujero que me traspasa de lado a lado, imposible de explicar. Sólo tengo un nicho en Chacarita al que ir a ponerle una flor, una vez por semana.
La gente no va a los cementerios. En realidad, la gente le huye a casi todo lo que tenga que ver con la muerte, hasta que se les hace inevitable enfrentarla. Entonces, van y lloran un rato, el día del entierro, llevan unas flores y después no van más.
A Paulina, sólo vamos a verla sus padres y su abuela materna. Muy de vez en cuando, pasan unos parientes que no la conocieron a dejarle una flor o algunos amigos que están de paso, visitando a sus muertos queridos.
No me enojo con los que no van. No los critico. Finalmente, el cajón que está ahí, en la segunda fila de nichos, es de mi hijita. Y su muerte -la muerte que revivo cada vez que me cuentan uno de esos problemas por los que cualquiera se angustia, como no tener plata o un malentendido entre familiares o cualquier otra cosa que por dificil que sea, tiene solución- es un problema integramente mío.
En fin, sigue siendo muy difícil. Y uno -yo- no puede andar por el mundo pidiendo que por favor, los días 3 y 4, los 12 y los 13, tengan cuidado porque estoy más frágil que el resto del mes y cualquier golpecito me puede quebrar.
Uno -yo- entiende que el mundo sigue, que la vida no se detiene nunca. "Hay que seguir. No queda otra, hay que seguir". Casi siempre alguien me dice esa frase. Y yo siempre pienso que me gustaría verlos en mi lugar. No por maldad, ni por resentimiento. Sino para que vean que uno sigue, como puede, hasta donde puede, con lo que puede. Pero que seguir no es seguir igual. Que nada es igual. Que nunca más es igual, desde el momento en que uno -yo- no puede pensar en ese día de hace 6 meses atrás, sin llorar a los gritos.
Qué sé yo. Yo no me la agarro con nadie. Nunca. En estos meses, nunca me la agarré con nadie. No le eché la culpa a Dios, ni a los ángeles, ni a los santos, que no me dieron ni puta pelota. Sólo dejé de creer en ellos. No me enojé con el destino, ni con los médicos, ni con el puro orto que no tengo para zafar del dolor.
Seguí. Sigo. Qué sé yo. No tengo más remedio.
Los días difíciles van a seguir. El 4 de marzo, Paulina hubiese cumplido un año. Exactamente, una semana después de mi cumpleaños.
Vamos a comprarle flores lindas. Es lo único que le podemos regalar.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Paciencia modo off

A mi me gustaría ser una de esas personas a las que todo le chupa un huevo: las cosas, los demás, su propia existencia.
Me gustaría, por ejemplo, ser indiferente. Pero tengo este costado tan fácil, este gen leche hervida, el jetonismo. Me arrepiento cada día de mi vida de contar con esas características.
Hace un tiempo estoy haciendo un posgrado en indiferencia. Con buen manejo de cintura, sorteo las cosas que mandan decir, las lecturas entre líneas, las infidencias, los comentarios maliciosos. Digo, no quiere decir que no me dé cuenta de lo que pasa, simplemente evito confrontar.
Pero me parece que no está tan bueno esto de la indiferencia. Porque, para mí, es algo forzado. Y ya estoy haciendo muchos otros esfuerzos como para esforzarme en esta clase de cosas que, en general, tienen que ver más con probar hasta dónde llega mi paciencia.
Soy una persona más paciente de lo que parezco por escrito y en vivo. Tolero, aguanto, mucho más de lo que se podría suponer. Dejo pasar un comentario, una intromisión, una infidencia, dos, tres, cuatro; los chusmeríos de los que, como tales, me entero y hago oídos sordos. Puedo llegar a dejar pasar un comentario que oculta una verdad horrible, cuando es dicha como chiste, porque es cierto que las peores verdades se dicen en forma de chiste, es la fórmula de la cobardía.Pero las dejo pasar porque todos tenemos malos días y hay gente que no tiene el don de la oralidad o de la expresión escrita y dice una cosa por otra y qué se le va a hacer.
Este último tiempo, me había prometido a mí misma no participar en ninguna clase de enfrentamiento. Ni propiciarlo. Con mucho trabajo, lo estoy cumpliendo. Prefiero guardar violín en bolsa y seguir, como si no hubiese visto, oído o leído algo.
Supuestamente, esta actitud iba a ser un peldaño hacia mi tranquilidad. Si uno no siembra tormentas es posible que no recoja tempestades.
Pero no. El ser humano, como tantas veces dije, es un bicho hijo de puta, incapaz de registrar cualquier otra cosa que no sea su propio ego. Todo el mundo se cree más que el otro, mejor. Hay mucho bocafloja en el mundo. Mucha gente más mejor que sabe quienes son los más peor.
Entonces, estamos entre los que directamente ni se dan cuenta de que alguien -yo, en este caso- está tolerando cierta cantidad de indirectas con paciencia zen hasta el que las dice, lisa y llanamente para ver hasta dónde ese mismo otro -yo, supongamos- puede soportar.
Mi historia personal está hecha en base de abandonos de lugares y de gente, cada vez que percibí esa falta total de cuidado con el prójimo. He cortado los lazos con todos aquellos que no son capaces de mantener su opinión cagándose en los demás. Los mismos, que algunas semanas más tarde, cambian todo su discurso y están a favor del mismo del que antes estaban en contra y se envían ramos de flores y palabras amorosas. Los que lean, sabrán de qué hablo. Pasa todo el tiempo.
Ya que es imposible hacer que un necio se de cuenta que jode con sus imbecilidades, es preferible alejarse, alejarse tanto que lo único que quede es alguno que recuerde que uno, alguna vez, estuvo por allí. En general, no se pierde nada; el mundo no para, la gente no cambia, todo sigue igual, hasta que, como dije alguna vez en otro post, le toca a otro pasar por ese lugar.
Desgraciadamente, la tierra gira siempre para el mismo lado y en general, los que se van, son los que como yo, repodridos de dejar pasar, dan un portazo y desaparecen para siempre.
Claro: después vienen las preguntas. Que qué te pasó, que por qué te fuiste, que no tenés que ceder lugares, que no vale la pena, que cómo le vas a dar lugar a alguien que no tiene dos dedos de frente y un tendal de frases de ese estilo, que él único que puede decirlas es el que no estuvo escuchando el tac-tac constante de la gota que roe la piedra sobre su paciencia.
Muchas veces fantaseo con la idea de desaparecer. Desaparecer de la única manera que sé y de la manera en que lo hice siempre, sin dejar un solo rastro. Pero es una fantasía y alguna vez hay que probar cosas nuevas.
Hasta este punto de mi vida, me han dicho infinidad de cosas hirientes o desconsideradas, los personajes más variopintos, tanto hombres como mujeres. Cada vez que sucedió, no me quedó más opción que cerrar la puerta y tirar la llave. Angustiarme unas semanas y después, ir sepultando el mal rato debajo de gruesas capas de valoración personal. Es todo un trabajo rearmarse cuando a uno lo hieren, cuando lo hacen sentir poco o descartable o invisible. Es un trabajo muy sacrificado. Y no hablo sólo por mí. Cualquiera que haya tenido que rearmarse, no digo cinco o seis veces, sino una sola, sabrá de lo que hablo.
Uno queda magullado, resentido y sobre todo, queda con mucho miedo. No queda otra, entonces, que volverse al puñado cada vez más mínimo de personas, en donde uno puede ser como es, sin necesidad de andar cuidándose de las pequeñas porquerías gratuitas de los demás.
Y es claro, uno -yo- sabe que no hay competencia posible, que cada uno es como es, que los vínculos se establecen y se rompen, sin importar mucho más que el humor del día.
Alguno que lea esto podrá decir "esta mina, siempre la misma insegura", pero no, no es inseguridad. En estos días, yo me encanto. Me encanto tanto que me doy cuenta que no puedo relacionarme con cualquiera, que tengo que tener mucho cuidado, el mismo cuidado que tendría alguien con un collar de esmeraldas. Nadie iría con ese collar a limpiar el baño o a comprar al chino. No, esas cosas se cuidan con el alma. Y como yo soy mi propio collar de esmeraldas, no me queda otra que cuidarme a mí misma, casi, casi, como me cuidó mi mamá hasta que me pude valer por mi misma.
Una vez, un hombre del que estuve muy enamorada me dijo que el día que me diera cuenta del valor que yo tenía, mi forma de actuar iba a cambiar.
Tenía razón, de alguna manera. Todos estos meses, en los que estuve tan ocupada pensando qué iba a ser de mí, me di cuenta de cuanto, cuanto me valoro. Cuanto valor tengo para vivir, para sufrir, para todo. Nunca le escapé al bulto. Nunca me hice la desentendida.
Y quizás por eso, sea el momento de empezar a enfrentarme con cualquiera que vuelva a tener el tupé de decirme algo inconveniente o de meterse donde no lo llaman o, y esto espero que no pase por el bien de todos pero más que nada por el mío, disputarse conmigo algún lugar que le interese pero al que, oh, desgracia, ha llegado tarde.
Qué va'cer. Llega un momento en el que, imperiosamente, llega la necesidad de defenderse, dado que cuantos más sopapos liga uno, más le dan.
Y a mi ya me dieron todos los sopapos de esta vida y de las próximas dos. No voy a permitir ninguno más DE NADIE. Ni siquiera, por torpeza.
Llegó la hora de defender lo mío de una manera contante y sonante. Sin que queden lugar a dudas. Y si hay que ser cruel, tanto que lo he evitado, lo seré. Quizás esa sea la forma de entenderse con el resto de la humanidad: la crueldad.
Ojalá no haya que llegar a tanto.
El gran problema de mis enojos es que no se pasan con los días, se incrementan.
A los que les quepa el sayo, están avisados.
Desgraciadamente, no soy una de esas personas a las que todo les chupa un huevo. Nadie me parece que no vale la pena, sea para bien o para mal.
No soy yo cuando me enojo. De verdad. No soy yo.
Ruego que el resto de la humanidad que me rodea, tenga la sensatez de no querer comprobarlo.
Buenas noches.