El hombre está sentado frente a mí. Yo lo miro a la distancia, no tengo mucho que hacer. Espero un café con leche. Espero que pase la hora. Espero.
Con el hombre, está sentada una mujer. Tiene el pelo lacio, cortado en capas. Es menuda y tiene el torso volcado hacia adelante, como si quisiera traspasar la mesa con su cuerpo.
El la mira embobado. Desde donde estoy, le puedo ver los ojos. La come con los ojos pero le presta atención. Escucha atentamente todo lo que, supongo, ella dice.
De repente, ella le pasa la mano por la cara. El se deja acariciar. Ella le toca la cara, el pelo, las orejas. A una mesa de distancia, se adivina -o ellos dejan adivinar- que se desean mucho.
Casualmente, acá a la vuelta hay un telo, pienso y me decido a mirar una revista porque me da vergüenza fisgonear esa imagen tan intima de dos que no conozco y no conoceré nunca, pero me llaman la atención.
Son la única pareja del bar. El tiene una camisa celeste impecable. Se lo ve prolijo. No lo veo pero intuyo que tiene el pantalón perfectamente planchado. Ella se puso una remera negra que le marca la cintura. Mueve el pelo, se lo acaricia.
Ahora, él le tiene agarrada la mano. Se la pasa por la boca y el gesto no es obsceno. Es un gesto de amor. Habla con la mano de ella en la boca, acariciándole la palma con los labios.
No es un tipo "lindo", pienso. No es un tipo que una, yo, cualquiera, se daría vuelta a mirar y, sin embargo, ella no le saca la vista de encima. No mira los autos, no mira la gente que camina por la vereda, no se asusta con el colectivo que dobla. Sólo lo ve a él y él la ve a ella. Ninguno de los dos me ve a mí, viéndolos.
Y ni por un momento se me ocurre pensar que están casados. Hay algo que denuncia. Hay algo que hace sospechar.
Quizás sea la hora.
Quizás sea el lugar.
Quizás sea que hablan mucho y se prestan atención.
Quizás sea que no están aburridos de verse y que aún no se dijeron todo lo que se tenían que decir.
Quizás sea que se tienen muchas ganas. De lo que sea. Ganas que se notan.
Pago. Tengo que irme. Me espera el sanatorio y la nena y las enfermeras.
Pago y empiezo a pensar en volver a mi destino de los últimos días.
Y entonces, un detalle. Me doy cuenta que los anillos que veo en sus manos no son iguales.
Y me da un poco de pena.
Con el hombre, está sentada una mujer. Tiene el pelo lacio, cortado en capas. Es menuda y tiene el torso volcado hacia adelante, como si quisiera traspasar la mesa con su cuerpo.
El la mira embobado. Desde donde estoy, le puedo ver los ojos. La come con los ojos pero le presta atención. Escucha atentamente todo lo que, supongo, ella dice.
De repente, ella le pasa la mano por la cara. El se deja acariciar. Ella le toca la cara, el pelo, las orejas. A una mesa de distancia, se adivina -o ellos dejan adivinar- que se desean mucho.
Casualmente, acá a la vuelta hay un telo, pienso y me decido a mirar una revista porque me da vergüenza fisgonear esa imagen tan intima de dos que no conozco y no conoceré nunca, pero me llaman la atención.
Son la única pareja del bar. El tiene una camisa celeste impecable. Se lo ve prolijo. No lo veo pero intuyo que tiene el pantalón perfectamente planchado. Ella se puso una remera negra que le marca la cintura. Mueve el pelo, se lo acaricia.
Ahora, él le tiene agarrada la mano. Se la pasa por la boca y el gesto no es obsceno. Es un gesto de amor. Habla con la mano de ella en la boca, acariciándole la palma con los labios.
No es un tipo "lindo", pienso. No es un tipo que una, yo, cualquiera, se daría vuelta a mirar y, sin embargo, ella no le saca la vista de encima. No mira los autos, no mira la gente que camina por la vereda, no se asusta con el colectivo que dobla. Sólo lo ve a él y él la ve a ella. Ninguno de los dos me ve a mí, viéndolos.
Y ni por un momento se me ocurre pensar que están casados. Hay algo que denuncia. Hay algo que hace sospechar.
Quizás sea la hora.
Quizás sea el lugar.
Quizás sea que hablan mucho y se prestan atención.
Quizás sea que no están aburridos de verse y que aún no se dijeron todo lo que se tenían que decir.
Quizás sea que se tienen muchas ganas. De lo que sea. Ganas que se notan.
Pago. Tengo que irme. Me espera el sanatorio y la nena y las enfermeras.
Pago y empiezo a pensar en volver a mi destino de los últimos días.
Y entonces, un detalle. Me doy cuenta que los anillos que veo en sus manos no son iguales.
Y me da un poco de pena.
3 comentarios:
:)
mencantó
Le voy a ver le lado positivo: al menos están bien por un rato, son felices.
(si, ya se que eso no compensa nada de lo otro)
beso V
NO, yo no. No siento pena.
Siento angustia. Y bronca.
Si no fueran casados, se amarían igual? Se hubieran dado una oportunidad? Cuál es el techo para ellos dos? Qué les pasa cuando llegan a su casa? El otro dueño del anillo les da algo parecido a esa felicidad? Nunca alcanza?
Todo eso.
Bu!
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