jueves, 31 de julio de 2008

Caro Michele/29

Un día de estos te dejo de escribir. Estoy casi segura. No porque te haya dejado de querer o de extrañar, si no por que es hora. Hay que largar el pasado de una vez y, mal que nos pese, Migue, vos sos el pasado.
Hay una película. La vi hace poco. En la película hay una mujer que tiene que decidir entre la experiencia del presente y la promesa del futuro. No es una elección fácil.
Nadie sabe bien qué le depara el futuro y siempre hay que apostar. Todos conocemos el pasado, lo sufrimos, lo pisamos y más o menos, tenemos idea del presente. El presente es lo que hay. A veces, mejor; a veces, peor.
La mujer de la película tiene que elegir entre lo que conoce y lo que puede llegar a conocer. Se confunde, tiene miedo. Se asusta. Pero en algún momento tiene que decidir. Y el momento de la decisión es crucial. Se juega la vida. Es su último minuto y se juega por la promesa del futuro.
Todos nos merecemos un futuro mejor por bueno que sea el presente. Porque hay que tener por lo menos una esperanza en esta vida.
No podemos cambiar nada del pasado. Todo eso nos trajo hasta acá, Miguel. Incluido vos.
Y claro, a la mujer de la película le hubiese gustado vivir todas las vidas posibles: las pasadas, las presentes, las futuras.
Para la gente como nosotros, amigo querido, que sólo hemos vivido a fuerza de pasado y presente, la promesa de futuro es tan nueva que da miedo. Y da miedo por todo. Porque cada vez que elegís, perdés algo. Y nadie quiere perder nada.
Lo único que puedo decirte es que no quiero esperar al último minuto para decidir. El presente es lo que es. No va a cambiar. La promesa del futuro puede salir de cualquier manera. Es hora de apostar fuerte. Yo quiero mi final feliz. Siempre lo quise. Final feliz con combo completo. Por todo lo que pasó. Por todo lo que pasa. Es hora de apostar y no importa como salga. Lo que importa, esta vez, es que después de creer que seríamos punkies toda la vida, el futuro se asoma ahí, diciendo "estoy acá, no me pierdas."
Trataré de perder la menor cantidad de cosas posibles. Al menos, eso espero. Y vos sabés a qué clases de cosas me refiero.
Esperar y esperanza deben estar relacionadas. Como confiar, fiar y confianza, no?

¿Vos qué harías en mi lugar? ¿Dejarías pasar la oportunidad?
Creo que no. Vos harías lo que voy a hacer yo. Cerrar los ojos y jugar la última ficha. Y esperar que todo salga bien o lo mejor posible. Y si hay suerte, si hay mucha suerte -porque sólo es cuestión de suerte; la voluntad ya está puesta al servicio- seremos felices. Tan felices como nunca antes.
Y la vida va a ser buena.
Y hay que aprovecharla mientras dura. Por lo que dure, no te parece?
Estos días necesitaría un amigo como vos, pero en este mundo, Miguel.
Y sí, te extraño. Qué le vamos a hacer.
Ando escribiendo poco. Por ahora, o vivo o escribo. Estoy viviendo.
Estoy viviendo.
Por fin.

domingo, 13 de julio de 2008

Caro Michele/28

Migue mío. Empiezo a escribir esto, el domingo a las siete de la mañana.
Quién sabe a qué hora lo terminaré.
Me duele el cuerpo y me pesan los ojos. Este fin de semana estuvo lleno de corazones. Corazones rotos, emparchardos, colapsados, que sangran y duelen, que sufren en silencio, que tienen miedo. Puros corazones. La reina de corazones.
You heart breaker, wherever you're going, I'm going your way.
Ya sabés. No soy buena para hablar al respecto. La oratoria no es lo mío. Hablar, decir. No sé. No puedo. No me salen las palabras y siento que lo que pudiese decir al respecto sería equivocado, torpe o directamente, todo lo contrario a lo que pienso.
El corazón. Sus asuntos. Sus misterios. Apasionante, diría alguien que semi conozco.
La vida no va mal. No me despeina por ahora pero me asombra. Algo pasa cada día.
H dice que por fin dejé de trabajar en mi contra. Yo digo que todavía no voy a trabajar.
Me hace falta una brújula. La mayoría del tiempo no sé lo que hago y a cada rato, cada hora, tengo miedo de lastimar y lastimarme. Vos me entendés bien: estamos acostumbrados a andar solos desde hace mucho. Y cuando uno anda solo durante mucho tiempo, sin atarse a nadie, pierde noción del otro. Del otro para lo bueno. Del otro para lo malo, no.
Esta vez me toca arriesgar. Cierro los ojos y avanzo y que sea lo que Dios quiera. I'm not scared. I'm outta here. Repeat x 1000.
Corazón. Corazones. En estos días me gustaría poder hablar con vos. Vos me escucharías con paciencia zen. Me preguntarías qué es lo que quiero, sin pensar en lo que más conviene, porque nunca nos preocupamos por lo que nos pudiera convenir. Así, nos tapó la mugre, más de una vez. Así, metimos la mano en la mierda, demasiadas veces. Pero ni vos ni yo nos arrepentimos de nada de lo que hicimos y si tenemos cicatrices, nos las ganamos en buena ley. Por eso, caminamos con cuidado. No nos podemos lastimar en el mismo lugar tantas veces. Asusta. Asusta. Asusta mucho. Paciencia, el susto ya va a pasar.
Pero la vida es buena, este mes y el anterior y el anterior. Es buena, es suave, es tibia. Y no recuerdo cuándo fue la última vez que fue así. Algo me dice que no va a suceder muchas veces más y que todo hay que aprovecharlo, salga como salga.
Obvio, no hay apuro y ya sabés que como buena maricona que soy, yo me tomo mi tiempo. No evalúo, ni estudio. Siento. Pienso. Primero siento y después pienso y en algún momento, cuando ya haya sentido y pensado bien, decido.
No espero que me esperen. Espero hacer las cosas bien. Sin sorpresas, sin alarmas. Fire. Buy the sky and sell the sky and lift your arms up to the sky and ask the sky and ask the sky. Fall on me.
Soñé con el mar. Soñé con el mar y la playa. Era feliz. Mirando el mar, era feliz. Tan feliz como no fui en años. El agua era azul, azul, un azul más oscuro que el del cielo y hacía frío y yo tenía campera, gorro y guantes y el sol estaba alto y la sonrisa no se me borraba de la cara. Es un sueño pero es un buen sueño. Nunca son tan buenos los sueños.
Si las cosas se ordenan bien, si se puede, si me dejan, si todo empieza despacito y suave, si no me asusto, si no me escapo, si no hago/digo alguna de las mías...
Estoy contenta conmigo, Migue, pero a veces me resulta tan difícil ser yo, porque esta que soy ahora, no me resulta muy conocida. Y las cosas que pasan alrededor son nuevas y buenas y a veces, no las puedo creer y me dan ganas de meterme abajo de la tierra y desaparecer, y otras veces me reto y me castigo y me digo que no va, no da, que basta.
Pero la mayoría del tiempo, pienso que todo esto es un rato y que el rato va a pasar.
Y sé que voy a extrañar este rato pero todo va a estar bien.
Escribir. Seguir escribiendo. Eso. Y disfrutar de todo un poco más.
Believe in me. Believe in nothing. Circus Envy. La vida sigue. Mejor. Un poco igual, un poco mejor. Depende dónde te pares a mirar. Y a veces, me canso. Y a veces, es demasiado para un solo cuerpo. Y a veces, hay demasiado para un sólo corazón. Ojalá sea lo que esperan que sea. No estoy segura, de a ratos, de poder serlo. Tendríamos que poder vivir varias vidas al mismo tiempo.
Everyone says they know you (they know you)
Better than you know who (better than you)
Everyone says they own you (they own you)
More than you do.
En fin, no se entiende y es el propósito. Yo tampoco entiendo mucho.
Once I wanted to be the greatest.
Daysleeper.
Una hora. Completa. Una hora. Living Proof.
There's such a lot of world to see.
My huckleberry friend, Moon River and me.

sábado, 12 de julio de 2008

Corbata

Todo se le ocurrió cuando lo vio sacarse la corbata.
El disco sonaba desde hacía rato y se sabía el tema de memoria.
Se puso la corbata que había quedado sobre la cama.
Encima de la camiseta blanca que usaba para dormir, ella se puso la corbata y lo esperó.
El, que había llegado destruido de trabajar, se daba una ducha para sacarse el olor del día.
Salió envuelto en el toallón, como siempre, goteando y mojando el piso, dejando las huellas de sus pies, marcadas en el espinapez del parquet.
La vio. Sonrió. Ella estaba de espaldas, jugando con el control remoto del equipo de audio. Lo escuchó sentarse sobre la cama y disparó play.
La música ocupó toda la habitación.
La música y ella que cantaba, casi como proposición, que si él quería un amante, ella haría cualquier cosa que él pidiese; que si buscaba otra clase de amor, usaría una máscara, en la fonética más horrible que alguien pudiese escuchar y él largó la carcajada.
La vio moverse mientras se secaba el pelo.
La vio sentarse en una silla, con el pantalón que le quedaba grande, la camiseta y la corbata.
Ella encendió un cigarrillo.
El recordó cuando la conoció.
La mujer más tremendamente mala e inofensiva que había visto. Todo lo decía con los ojos. Estaba cansada o triste o se sentía inmensamente sola y eso, todo eso junto, se le escapaba por la miraba. Y coincidía con algo que el venía apretando debajo de la camisa.
No pudo dejar de recordar cuando la conoció, entre un gentío impensado de desconocidos apenas unos meses antes de esa noche.
Ella pitaba y repetía lo que decía la canción. Cerraba los ojos y abría la boca para dejar salir la fónetica de otro idioma y decirle que si un día quería pegarle con rabia, ella estaba ahí.
El la miraba pero no la veía. O mejor, la veía y veía todas las otras ellas, que la ella que ahora cantaba, llevaba a cuestas: la maldita, la divertida, la chica Dickens, el carlitos de la barra de la esquina, la madre, la amiga, la infecciosamente encantadora mujer de la que, no se explicaba bien cómo, cuándo y por qué, empezaba a sentirse enamorado, enamorado como en las películas. Esa clase de cosa que nunca pasa en la vida real.
Pero ella seguía cantando y si él quería que ella fuese un médico, revisaría cada pulgada de su cuerpo, y si quería que fuese la madre de su hijo, ella estaba ahí. Era ella.
Y él entendió, después de recordar la primera noche que durmieron juntos -cuando ella confesó que nunca había necesitado a nadie, que se arreglaba sola para todo, como siempre, como muchas otras-, que el mensaje era tan claro que ni siquiera hacía falta decirlo en el idioma habitual o con la pronunciación correcta.
Porque hasta le prometía volverse invisible si él quería caminar solo por la calle o si necesitaba un boxeador, ella subiría al ring.
Sí sólo la quería para dar una vuelta,bueno... era ella. Ella.
I'm your man, dijo. Y lo dijo tan fuerte que lo sacó del recuerdo.
Si querés, terminó de ofrecerle y aplastó con fuerza la colilla sobre el vidrio del cenicero.
La música desapareció y la habitación se llenó de unos minutos de silencio.
Y él pensó que no era capaz de decir que ella era la mujer que más había querido o que la quisiera mejor que a otras que quiso, pero supo que nunca la olvidaría.
Y sólo respondió un sintético, concreto y lacónico sí que desgarró el silencio de la habitación.
A ella se le llenaron los ojos de lágrimas.
El suspiró. Después de todo, era un hombre enamorado.
Esa noche estuvieron bien.
Ahora, no importa como fueron las noches siguientes.
Esa noche estuvieron bien.
Porque a veces, toda la vida se concentra en una sola noche.
Porque a veces, algunas noches tienen final feliz.
Porque todos se merecen un final feliz aunque sólo sea por una noche o una vez en la vida.

sábado, 5 de julio de 2008

Las preguntas y las respuestas

Me resulta inevitable preguntarme cosas estos días. Me resulta inevitable responderme.
Toda la noche de ayer, todo el día de hoy, la misma pregunta: ¿seríamos felices?

Hay una voluntad para ser infeliz. Una voluntad que no aparece a la hora de la felicidad.
Como si ser feliz, proponérselo, intentarlo todo, aún aquello que no va a llegar a ninguna parte, fuera una idiotez.
Ser feliz no tiene buen marketing.
Sufrir, torturarse, quién sabe por qué, está mejor visto.
Me pregunto quién habrá inventado eso.
Quién fue el primero que dijo que ser feliz es ser medio estúpido, reírse de los árboles, vivir en las nubes. Porque es un pensamiento bastante errado. O quizás, sea mi concepto de felicidad el que no está bien.
Porque alguien feliz, desde estos ojos que ahora miran lo que escribo, estaría conforme con la vida que lleva pero no se conformaría, con lo que hay, con lo que tocó.
Dormiría tranquilo, por las noches, sin pensar en el esfuerzo sobrehumano que hay que hacer para levantarse.
No se resignaría a que las cosas son así.
Nadie puede ser feliz teniendo como base la resignación.
Ser feliz es mucho más dificil que no serlo.
Nada más basta mirar el mundo para que la felicidad sea imposible.
¿No alcanza esa única complicación, que además, hay que agregar una voluntad manifiesta para ser infeliz?
Yo quiero ser una persona feliz, en este mundo que permanentemente pinta la felicidad como una pelotudez olímpica. Quiero estar conforme con mi vida, sin tener que conformarme con lo que me tocó, con lo que hay, qué le vamos a hacer, es el destino.
El destino lo hace uno, cada día, todos los días. No es fácil. No es rápido. No es liviano. Hay que remar.
Hace años que la remo. Soy una buena remadora.
Ya resigné demasiadas cosas. Resigné volver a ver las caras de mis abuelos y de mi papá; a poder darme algunos lujos y a que mi vida no sea exactamente lo que siempre pensé que sería.
¿Tengo que resignar muchas otras cosas?
No quiero.
Esa es la respuesta. No quiero resignar nada más.
Quiero ser una mujer feliz.
Eso no me va a convertir en una idiota.
Al menos, no me convertirá en una mujer más idiota de lo que soy, desde siempre.
Ser infeliz no está bueno.
Andar por el mundo con cara de torturado no está bueno.
Vivir resignado no es vida.
Hay algunas cosas -unas pocas cosas- por las que vale la pena remar.
Nadie quiere sufrir. Pero, a veces, el precio que hay que pagar por una dosis mínima de felicidad, es un poco de sufrimiento.
Yo preferiría no sufrir. Es cierto.
Pero nunca voy a ponerme al servicio de la infelicidad.
Fui infeliz demasiado tiempo como para seguir pateándome en contra.
No estoy preparada para eso.

¿Seríamos felices? Sí, seríamos felices.

Para serlo, deberíamos ser valientes. La valentía tampoco cotiza en bolsa, últimamente.
Entonces, ¿qué hacemos? ¿qué vamos a hacer?
Son las dos preguntas que todavía no me pude responder.