miércoles, 24 de diciembre de 2008

Para vos

Me pedís que te regale un cuento, pero no me salen los cuentos así. Pienso en que tengo que escribirte algo, y pienso en los cuentos que escribí. Mis mejores cuentos están escritos en pasado pasado, sólo sobre algunas cosas que el tiempo llenó de colores y de impresiones inexactas y alucinaciones. Poco tienen que ver con la realidad.
No me preguntes por qué. Ahora, no puedo escribir en presente. En presente vivo, te veo, te escucho, te hablo.
El mejor cuento que no puedo escribir en presente es multigénero. A veces, es una comedia de enredos; a veces, uno de terror o de mucho miedo; en algunas ocasiones, es un cuento muy triste.
La mayoría del tiempo, es un cuento de la escuela americana, lleno de detalles domésticos y cotidianos, donde parece que no pasa nada pero pasa lo que pasa en la vida: cosas chiquitas que parecen insignificantes para los que no pueden notarlas y en donde, de manera misteriosa, los protagonistas son felices a su manera.
El mejor cuento que te puedo regalar es el que estoy viviendo todos los días con vos. Con todo lo que decimos y con todo lo que no hemos dicho aún. Con todo lo que sabemos y con lo que nos queda por saber. Por ahora, sólo puedo regalarte este cuento, un cuento que no tiene nada de tradicional y que no encaja dentro de ningún papel, ni se puede traducir con palabras.
Tampoco me preguntes por qué pero me gusta que sea así.
Porque es un cuento nuestro. Sólo de nosotros dos y para nosotros dos. Si los demás no lo entienden o no les gusta, no importa. Porque no muchas veces tuve la suerte de tener algo mío. Porque por primera vez, lo estamos construyendo a un ritmo desconocido, pero nuestro.
Entonces, esto. Te regalo un cuento que no voy a escribir. Te regalo el cuento que vivo.
No quiero escribir algo para vos en pasado.
Todavía hay mucho presente para vivir.

Espero que sepas comprender.


martes, 2 de diciembre de 2008

Grillos

Supongamos que estás cansado, agotado, harto. Supongamos que te sentís invisible y que nadie se da cuenta -porque no presta atención, no quiere, no puede y/o no le importa- que justo ese día, esa noche, necesitás porque sí, porque alguna vez te toca, una dosis extra de atención.
Supongamos también que sos alguien que cuando ve que alguno en su alrededor está triste o molesto o necesita una dosis extra de atención, la das, sin ponerte denso. Supongamos, nada más. Son todas suposiciones.
Supongamos que justo una noche en particular, por el motivo que sea, necesitás que alguien te defienda, que te haga de escudo, sobre todo para que los demás no te pasen por encima.
Supongamos que estás harto de ver como cualquier hijo de vecino, dice lo que se le viene a la boca porque sí y cómo cuando lo hacés vos, es un escándalo.
Sigamos suponiendo: supongamos que en un esfuerzo descomunal pedís algo: que te llamen, que te tengan en cuenta, que te demuestren un poco lo que sienten por vos.
Supongamos que ya lo pediste bien, mal, torcido, derecho, a los gritos.
Supongamos que esperaste para ver resultados. Supongamos que algunas veces necesitás que te palmeen el lomo, que alguien esquive las balas por vos, que te tengan la misma paciencia que procurás tenerle a los demás.
Supongamos que ya ni te enojás con los olvidos. Supongamos que ni siquiera sacás para afuera la tristeza. Supongamos que todo te pasa junto, porque las cosas no pasan de a una.
Supongamos que una noche como hoy, después de pedir, de gritar, de hacer mil doscientos esfuerzos porque alguien piense medio segundo en vos, escuchaste grillos. Sólo grillos.
Grillos. Y si ese no es el sonido de la peor soledad, entonces, no sabés cuál es.
Decidis que lo mejor es encerrarse en una cueva que esté lo suficientemente lejos y lo suficientemente cerrada como para que nadie te vea.
Total, sos invisible. El mundo va a seguir igual.