Se llama Gabriela. Está vestida de morado y amarillo y su maquillaje hace juego con lo que tiene puesto. El vestido es demasiado corto, quizás, pero es la única local entre todos estos gringos del norte y del sur. Me dice que es de Vallarta, que le encanta México, que nunca quiere irse.
Es hermosa. En serio lo digo. Es una mexicana hermosa. Bien podrían hacer la Barbie Azteca usándola de modelo. Tiene el pelo enrulado y pestañas largas. Tiene ojos de bambi y una boca fina, como dibujada.
Al lado de ella está Mark. O Marco, como se presenta ante nosotros, que somos latinos y quizás no entendemos que quiere decir "Mark". Para presentarse, también, arroja un fajo de dólares sobre la mesa y en quince segundos, tiene a media dotación de camareros atendiéndolo. Dice que es cocinero en Nueva York pero que vive algunos meses en el caribe. Que conoce a los padres de la novia desde que salieron por primera vez. Dice que fue el primero en agregarle pollo a la ensalada. Mark podría ser argentino por la manera en que se manda la parte. Cuenta que se casa. Con Gabriela, claro.
Nadie me conoce y podría hacer lo que fuera que todos los presentes lo tomarían como un rasgo habitual de mi carácter pero no hago nada fuera de lo común. Hablo con Gabriela por cuestiones de proximidad e idioma.
Ok, estoy llena de prejuicios, como todo el mundo supongo. Pero me convenzo de que vi demasiadas películas y de que los yanquis siempre nos llenan la cabeza. Apenas la vi, no puedo negarlo, pensé en el cliché: chica mexicana se compromete con norteamericano para conseguir la visa y zafar del hambre.
Decía: converso con Gabriela. Me cuenta que está terminando la prepa. Me dice que cuando termine la escuela quiere estudiar Diseño o Relaciones Públicas. En Nueva York, claro. Y que muy jovencita se fue de su casa y estuvo recorriendo México. Que trabajó en el caribe de promotora turistica y que en junio se casa con Mark y se va a vivir a Nueva York. Y que está escribiendo un libro. Que su madre le ha dicho que en la vida hay que hacer dos cosas: plantar un árbol y escribir un libro. "Argh", pienso pero dijo "ajá, ajá, claro, claro" y sonrío un poco por compromiso y otro poco porque ya me tomé tres gin tonic.
Mientras ella me habla, me repito mentalmente que quizás se quieren mucho, que seguramente estén muy enamorados -él lo está o eso deja ver-, que van a ser felices juntos y esas cosas que cada tanto mi alma de minitah me hace pensar. Pero la otra parte que habita en mí, confirma que no me había equivocado tanto con mi primera impresión.
Discurso en inglés de una de las dama de honor. Discurso en inglés y en un español tan extraño que casi suena a inglés de uno de los best man. La charla con Gabriela queda suspendida.
Los yanquis se rien, nosotros nos miramos un poco, tomamos más. Sigue la música. Pasan de la música disco al hip hop, del hip hop a la balada romántica. Es un casamiento, después de todo.
Pasa el rato y Gabriela se embola mientras Mark le canta un tema de Air Supply que a mí me hiela la sangre.
Me entero después de la fiesta de que todos los que conocen a Mark creen que Gabriela sólo quiere sus dólares. Parece que en todos los lugares del mundo, las mujeres son más astutas que los hombres. Nadie parece haberle dicho a Mark que Gabriela podría ser su hija. Esas cosas permitidas a los hombres: no importa en qué sociedad vivas, al final.
Yo, sin embargo, creo que es una buena sociedad. Cada uno obtiene lo que quiere. Nadie le puede quitar a Mark tener una chica en el caribe, esperándolo. Nadie le puede quitar a Gabriela la posibilidad de un futuro un poco mejor, aunque en el presente tenga que sacrificarse un poco.
No recuerdo en qué momento de la fiesta dejé de verlos. Creo que fue después del centésimo hip hop.
Los días que siguieron me quedé pensando en los conquistadores.
No sé.
Espero que la Barbie Azteca tenga buena suerte. Ojalá haga su América.